Felipe de Edimburgo: la gran renuncia que le condenó a estar un paso por detrás
El marido de la reina Isabel ha fallecido en Windsor a los 99 años. La vida de ambos hubiera sido muy diferente si la monarca nunca hubiera llegado al trono.
El mundo de la realeza está de luto. El duque de Edimburgo, el marido de la reina Isabel fallecía ayer en el Castillo de Windsor a los 99 años de edad. Una triste noticia no solo para la familia real británica, sino también para el resto de familias reales europeas, ya que Felipe, con permiso de la reina Sofía, era el último consorte de una generación con vínculos por todo el continente -mención aparte los monarcas titulares, por supuesto-. Felipe de Edimburgo volvía hace unas semanas a Windsor tras casi un mes ingresado y una cirugía cardíaca que despertaban todas las alarmas sobre su estado, sin embargo, en el momento en el que recibía el alta, el optimismo se apoderó de todos los que observaban sus pasos. Al fin y al cabo, siempre ha demostrado una salud de hierro.
Su fallecimiento supone el fin de una era en muchos aspectos. Si bien de momento no parece que la reina Isabel vaya a cambiar de planes por la muerte de su marido, sí que no contar con ‘su roca’ al lado es, sin duda, uno de los golpes más devastadores para ella, que además está a punto de cumplir 95 años. Una cifra que muchos han querido ver como la etapa perfecta para que la Reina dé un paso atrás en favor de su hijo, el eterno aspirante a monarca. Hoy, más que nunca, estas teorías cobran fuerza, pero quienes conocen bien a Isabel II saben que su compromiso con la Nación va mucho más allá de cualquier cuestión.
Hasta el momento, solo se ha confirmado que la monarca va a estar ocho días de luto, alejada de cualquier tipo de compromiso oficial. Se espera un funeral y un entierro discretos, tal como hubiera sido el deseo del Duque, y que se adapta perfectamente a la normativa sanitaria actual. Sin embargo, es posible que la Reina quiera dedicarle una despedida a mayor escala al que ha sido su mayor apoyo, incluso después de su retirada de la vida pública en el año 2017. Un matrimonio de más de 70 años marcado por la lealtad y la capacidad del príncipe Felipe de asumir su papel y ‘caminar un paso detrás de la soberana’. Un papel complicado que en más de una ocasión generó tensiones por las pretensiones del Duque y a las que la Reina no podía dar la respuesta que este esperaba. Famosa es la frase por parte del consorte en la que aseguraba que se sentía ‘como una ameba’ o que ‘era el único hombre del Reino Unido que no le daba su apellido a sus hijos’ -algo que se adaptó con el tiempo.
Renuncias por amor
Al igual que la vida de la reina Isabel cambió radicalmente en el momento en el que su tío, el rey Eduardo VIII abdicó la Corona por enamorarse de la norteamericana Wallis Simpson, el duque de Edimburgo también lo hizo, y por motivos similares.
Isabel II nunca pensó cuando en su más tierna infancia que acabaría siendo reina, pero en cuanto su padre ascendió al trono se hizo aún más patente su sentido del deber y su compromiso con la Corona. Una actitud que ha hecho que se mantenga activa hasta en los días en los que su marido ha estado en una situación delicada, sin renunciar a cumplir con sus obligaciones. Para ella, la Corona y el deber están por encima de todo.
A lo largo de sus años como consorte, Felipe de Edimburgo ha tenido que hacer muchas renuncias. Sin embargo, habría sido Isabel II la que habría tenido que cambiar de vida si la Corona no le hubiera pesado sobre los hombros. Al igual que muchas otras royals, la hoy monarca se habría convertido en princesa de Grecia y Dinamarca en el momento de su enlace con Felipe, hijo de Alicia de Battenberg y Andrés de Grecia. Y hubiera sido, princesa Isabel de Grecia y Dinamarca porque ella ya era princesa por derecho propio, por ser nieta del rey Jorge V. Un título que habrían heredado todos sus hijos, desde Carlos a Andrés.
Sin embargo, el duque de Edimburgo tuvo que hacer numerosas renuncias en el momento en el que se casó con la entonces princesa Isabel. Renuncias entre las cuales se encontraba dejar de lado sus títulos daneses y griegos, convertirse al anglicanismo y adoptar la traducción inglesa del apellido de su madre, Mountbatten, en lugar del germano Schelswig-Holstein Sonderburg-Glucksburg. Con motivo de esta serie de renuncias, el rey Jorge VI creó por tercera vez el título de duque de Edimburgo y se lo otorgó a su yerno en noviembre de 1947, junto a los de conde de Merioneth, barón de Greenwich y caballero de la Jarretera.
Aunque se ha hablado mucho de las quejas por parte del Príncipe por no ser considerado rey consorte, lo cierto es que de manera similar a lo que ocurre en Dinamarca -y que fue una de las grandes peleas del príncipe Henrik-, Felipe de Edimburgo nunca podría haber sido rey. Esto se debe a la tradición y normas que rigen la Corona y que mantienen que solo los descendientes directos de la familia real británica pueden ser reyes. En el caso de Felipe, no cabe duda de que es hijo de una de las bisnietas de la reina Victoria, pero en el momento en el que Isabel II se convirtió en soberana, su marido ya había renunciado a sus títulos y se determinó que fuera príncipe consorte por las leyes y tradiciones británicas, basadas en el patriarcado: los reyes siempre reinan, mientras que la reina puede ser un título simbólico.
En 1957, varios años después de su enlace, la Reina nombró oficialmente a su marido como príncipe, tal como se confirmó en un comunicado: «la Reina ha declarado a través de Cartas Patentes bajo el Gran Sello del Reino con fecha 22 de febrero de 1957, que se conceda a Su Alteza Real el duque de Edimburgo, KG, KT, GBE, el estilo y la dignidad titular de un Príncipe del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. La Reina se ha complacido en declarar su voluntad y placer de que Su Alteza Real el Duque de Edimburgo sea conocido en adelante como Su Alteza Real el Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo», declaraba el texto.
El Príncipe además ocupaba un remoto puesto 670 en la línea sucesoria al trono británico, por detrás de los herederos de Lord Mountbatten, de la misma manera que en su momento era heredero al trono danés y al griego, derechos a los que renunció. Por un lado, en 1953, la Ley de Sucesión eliminó los derechos de sucesión de su rama de la familia en Dinamarca, lo que hizo posible que una mujer heredara el trono. Esa ley también eliminó los derechos de sucesión de los miembros menores de la Casa de Glücksburg, lo que incluía al príncipe Felipe y a todos sus descendientes. Muchos sacrificios para estar siempre un paso por detrás de la monarca, pero ocupar el primer lugar dentro de su corazón.