Zidane no pierde finales. No lo ha hecho desde 2016, cuando un 4 de enero fue presentado como nuevo entrenador del Real Madrid. Desde ese día ha dirigido a los blancos en nueve finales -tres de Champions, dos de Supercopa de España, dos de Supercopa de Europa y dos de Mundial de Clubes- y todas ellas acabaron con los blancos celebrando y Zizou sonriendo. Lo que tendrá que jugar ante Borussia Mönchengladbach es lo más parecido a una final, aunque a la conclusión del partido nadie vaya a levantar un título. Eso sí, lo que los madridistas se juegan es mucho más que eso, ya que una buena suma de dinero, el futuro deportivo y el honor están en disputa ante un conjunto alemán que no quiere dejar pasar la oportunidad de estar en octavos.
Cuando el partido comience el Real Madrid será tercero en el grupo y las cuentas son claras. Si ganan están en octavos de final y, posiblemente, como primeros. Si empatan lo estarán siempre que el Shakhtar Donetsk no gane al Inter de Milán en Italia, mientras que si caen derrotados dirán adiós a su participación en la máxima competición de clubes. La nada o el marrón de la Europa League será su siguiente parada. Por ello, Zidane, su cuerpo técnico y los jugadores afrontan este partido como una auténtica final donde el único objetivo es sumar los tres puntos. Nadie por Valdebebas se plantea otra cosa, Zizou tampoco.
Zidane es un especialista en salir a flote cuando todo parece perdido. En los momentos importantes suele dar con la tecla para salirse con la suya. Unos le llaman flor, otros un don innato que siempre le ha acompañado desde que es entrenador, pero la realidad es que cuando no hay otra opción que no sea ganar lo suele conseguir. Esta temporada, por ejemplo, ya lo hizo en el Camp Nou venciendo al Barcelona tras una semana trágica donde perdió en el estadio Alfredo di Stéfano ante Cádiz en Liga y frente al Shakhtar Donetsk en Champions. Con todo en contra llegaron a la casa del eterno rival y Zizou junto a sus jugadores resurgieron para lograr una victoria que devolvió la calma durante unas semanas en la casa blanca. Eso sí, no fueron muchas.
La temporada pasada vivió una situación similar en octubre. Tras caer en Mallorca en un partido de Liga los blancos viajaron a Turquía para medirse en Champions al Galatasaray con el francés cuestionado y la sombra de Mourinho como posible sustituto muy presente. El equipo ganó y comenzó una recuperación que acabó con la conquista de la Liga, la del coronavirus.
Su competición
Zidane no quiere quedar marcado como el único entrenador hasta la fecha que no ha sido capaz de superar la fase de grupos de la Champions League con el Real Madrid. El rey de Europa no conoce lo que es caer en la liguilla y la realidad es que nunca ha estado tan cerca de este abismo como en esta ocasión, pero el francés tiene el as debajo de la manga de que esta es su competición. Posiblemente no es la que más feliz le hace, ya que siempre que ha podido ha manifestado su amor por la Liga, pero sí la que ha agigantado su leyenda como técnico.
Todo empezó en 2016 cuando cogió el banquillo del Real Madrid. En aquella ocasión se midió a la Roma en octavos de final. Victoria clara en la ida y triunfo sin problemas en la vuelta. En cuartos llegó su primer gran susto ante el Wolfsburgo, ya que perdieron 2-0 en Alemania, aunque en la vuelta tres goles de Cristiano dieron la vuelta a la eliminatoria. En semifinales un solitario gol de Bale en 180 minutos fue suficiente para apear al Manchester City y plantarse en Milán, donde los penaltis dieron la Undécima a los blancos y la primera a Zidane cuando sólo sumaba unos meses como entrenador del primer equipo.
Al año siguiente su idilio con la máxima competición de clubes continuó. La fase de grupos la superaron como segundo tras el Borussia Dortmund. En octavos, los blancos pasaron por encima del Nápoles, en cuartos superaron al Bayern en una eliminatoria vibrante y en semifinales al Atlético de Madrid. Así se plantaron en Cardiff, donde una de las mejores segundas partes de la historia del club fue suficiente para doblegar a la Juventus y levantar la Duodécima.
Y al año siguiente el amor con la Orejona continuó. Otra vez accedieron a octavos como segundos por detrás del Tottenham. En octavos todos le daban por muerto ante el PSG, pero el Madrid sacó su gen para ganar en la capital de España y en París. En cuartos, con sobresaltos en la vuelta, eliminaron a la Juventus, mientras que en semifinales la víctima fue el Bayern. Otra vez en la final, en esta ocasión en Kiev, y otra vez la misma escena. El rival, el Liverpool, triste, el Real Madrid con el título y Zidane sabiendo que ya era leyenda.
Su único pero en esta competición llegó el año pasado, cuando no fueron capaces de pasar de octavos de final ante el Manchester City. No obstante, tres victorias de cuatro intentos son suficientes para asegurar que esta es la competición de Zidane y, lo más importante, quiere que siga siendo así.