El Real Madrid de Zidane es un equipo lleno de altos y bajos, que vive instalado en una montaña rusa permanente de la que no es capaz de salir. Este equipo blanco igual es capaz de lo mejor como de lo peor y así es muy complicado mantener una estabilidad que le permite vivir el día a día sin complicaciones.
Este Real Madrid de entreguerras, así se puede definir a los equipos blancos que compiten con más honor que fútbol entre una etapa gloriosa y otra, tiene unas subidas y bajadas que provocan una inestabilidad nada recomendable para el seno del club. Igual pierden dejando una imagen muy preocupante ante el Cádiz y frente al Shakhtar Donetsk en el estadio Alfredo di Stéfano, que tres días después viajan a Barcelona, se plantan en el Camp Nou y se llevan el Clásico por 1-3. Igual ha pasado recientemente cuando ganaron ante el Inter de Milán una final por estar en octavos de final de la Champions, para llegar después a Mestalla, medirse a un Valencia desmantelado y perder 4-1. Cierto es que todo lo que pudo salir mal salió, pero esto no debería ocultar la vulnerabilidad de un equipo que al mínimo contratiempo tiene una falta de reacción más que preocupante.
El Real Madrid está viviendo un arranque de temporada complejo por este motivo. Estas idas y venidas que no le dejan crecer. Aunque en Liga no está lejos de la cabeza y en Champions salvó una bola de partido ante el Inter, las sensaciones no son buenas. Hay muchos jugadores que no recuperan el nivel mostrado en el pasado, otros, como Varane, firman partidos para olvidar y los jóvenes tienen más malas tardes que grandes momentos. Todo esto sumado a las decisiones de Zidane, que en muchas ocasiones dejan en fuera de juego al club y a sus propios jugadores.
Los blancos tienen ahora una semana para resetearse y encarar con las ideas más claras el futuro. Un futuro lleno de partidos complicados donde tendrán que dar su mejor versión y, donde sobre todo, deberán demostrar la madurez y fortaleza mental perdida en los últimos tiempos.