Cultura

Roca Rey se lleva un forzoso y largo mano a mano con Ponce en San Sebastián

El diestro peruano Andrés Roca Rey, que cortó tres orejas y salió a hombros de la plaza, se impuso en el mano a mano que, durante casi tres horas, mantuvo hoy en San Sebastián con el veterano Enrique Ponce, y que vino forzado por la caída de cartel de Cayetano unas horas antes del paseíllo.

Y fue precisamente el lote que estaba destinado al torero ausente, que presentó parte médico una vez celebrado el sorteo de la corrida, el que propició los momentos más brillantes y destacados de la corrida, pues, jugados en cuarto y quinto lugares, ambos toros embistieron con bravura y nobleza a los engaños de los «duelistas».

El cuarto, precisamente el de más armónicas y finas hechuras del encierro de Victoriano del Río, mostró esa buena condición ya desde su salida al ruedo, acudiendo pronto y al galope, con una entrega absoluta.

Tras cuidarlo en los primeros tercios, Roca Rey le abrió la faena de muleta con un pase cambiado por la espalda con las dos rodillas en tierra, levantando gritos de angustia que prologaron una fuerte ovación una vez que el peruano remató la soberbia serie de derechazos que, sin levantarse de la arena, le cuajó a tan gran animal sin solución de continuidad.

El resto del trasteo ya tuvo menos nivel emocional, con ligazón, disposición y variedad por parte del torero, pero siempre la evidente calidad del toro destacaba por encima de unos muletazos a los que faltó mayor calidad y hondura para apurar la clase de un toro que puso tanto como el torero para el corte de esas dos orejas.

Otro apéndice le había cortado Roca antes al segundo de la tarde, un cinqueño con hechuras y comportamiento de toro viejo y al que él se empeñó en llevar la contraria queriéndole torear en los medios, justo donde más protestaba un animal que se lo ponía mucho más fácil hacia la querencia de tablas, donde, finalmente, el peruano remató con más holgura su azaroso trasteo.

La tarde, y el cara a cara, parecían írsele de vacío a Enrique Ponce al morir el tercero, un torancón al que no pudo ponerle más que voluntad pues el animal no hizo más que moverse desordenadamente y doliéndose al esfuerzo que le planteaba la muleta del valenciano, aunque ya antes había rematado con un feo bajonazo su desigual muleteo al manejable primero.

Pero fue ese quinto destinado en principio para Cayetano el que permitió que Ponce lograra lo que llevaba buscando no sin cierta ansiedad toda la tarde, esa oreja que no dejara en blanco su «marcador» en el mano a mano con el torero de moda.

Fue este otro toro grandón y de exagerada hondura, solo que también noble y apacible en su comportamiento para obedecer cada cite y cada trazo de los muchos pases que le pegó el veterano espada en una faena variada y vistosa, de mejor envoltorio en las formas que rotundidad en el fondo. Y premiada con esa solitaria oreja, a pesar de que tampoco la remató bien con los aceros.

Ya cuando el festejo rondaba las tres horas de duración, Roca Rey se fue a hombros de la plaza, aplaudido por el rey emérito Juan Carlos, pero sin poder redondear con un sexto toro que, rajado y huido a chiqueros, se negó a sumarse a la fiesta.