¡Pillados!

Pablo Iglesias e Irene Montero, el beso prohibido

Pablo Iglesias e Irene Montero, historia de un amor fraguado en la admiración

Íñigo Errejón, el otro ‘rompecorazones’ de Podemos

Irene Montero y Pablo Iglesias ?>
Pablo Iglesias e Irene Montero en una imagen del pasado verano (Gtres)

Hace un año que Pablo Iglesias e Irene Montero esconden esta imagen. La imagen que confirma que son pareja, que se quieren, que están viviendo el momento más dulce que jamás soñaron. Que lo suyo funciona de puertas para fuera, pero también, de puertas adentro. El secretario general de Podemos y la nueva portavoz de la formación morada en el Congreso han evitado por todos los medios dar muestras de su amor más allá de los cordiales saludos entre políticos de la misma formación. Y aunque su noviazgo es un hecho de sobra conocido, ahora lo es también demostrado. Iglesias y Montero no han podido reprimir por más tiempo su felicidad ni sus verdaderos sentimientos y han dado rienda suelta a su amor en forma de beso furtivo que muestra LOOK en exclusiva. Son la pareja del momento. Ellos lo saben y lo celebran.

Pablo Iglesias e Irene Montero en una imagen del pasado verano (Gtres)

Pablo e Irene, el líder de Podemos y su jefa de gabinete, vivieron el pasado sábado una jornada que difícilmente olvidarán. Rondaban las tres de la tarde cuando daban por finalizada una mañana histórica en el Círculo de Bellas Artes. A las diez, había dado comienzo la celebración del primer Consejo Ciudadano que fue votado por 150.000 personas una semana antes. En dicho Consejo, se nombraba a Irene Montero nueva portavoz de Podemos en el Congreso, en sustitución de Iñigo Errejón tras un proceso “de mutuo acuerdo”, según palabras del portavoz saliente. Irene pasaba a convertirse así en la mujer política más joven que ocupa en estos momentos un sillón de portavoz parlamentaria. La psicóloga madrileña, que el día 13 cumplió 29 años, veía así coronado un ascenso imparable bajo el ala de su admirado líder y también novio.

Íñigo Errejón, Pablo Iglesias e Irene Montero en una imagen de archivo (Gtres)

Ante las cámaras de la prensa acreditada al acto, la pareja había mostrado satisfacción y euforia contenida. Nada que ver con la que mostraron minutos después, cuando cambiaron el escenario oficial del Círculo de Bellas Artes por el castizo bar “Los Pinchitos” de la calle Los Madrazo, a escasos 300 metros. Una distancia que todos recorrieron andando y charlando sobre lo vivido en esa mañana tan importante para la formación. Una vez en el bar, las conversaciones exaltadas se sucedieron entre unos y otros. Fernando, uno de los camareros del local, les atendió con la normalidad con la que lo hace siempre. “Suelen venir por aquí, estamos cerca del Congreso. Ya los conozco”, confirma con naturalidad. “Tomaron refrescos y cervezas, y algunas cosas de picar, lo típico aquí”. “Estaba Errejón también, pero separado, en otro grupo”. Sin embargo, un testigo de la reunión improvisada asegura que nunca vio a Errejón formar parte de las rondas y la celebración.

En la reunión no hubo fondo común a la hora de pagar. Cada cual pagaba aquello que pedía

“Irene y Pablo hablaban con todo el mundo. Pablo habla sin parar y se veía muy buen rollo entre todos”, confirma el cliente. “Irene se apartó para hablar en una esquina de la barra con otra compañera y, cuando esta se retiró, se acercó Pablo e intercambiaron unas confidencias a solas”, añade el testigo. Fue ese el momento en el que la pareja ya no pudo contener por más tiempo su exultante felicidad y se dio el anhelado beso, olvidándose por un instante de la discreción que han intentado mantener todos estos meses. Eso sí, en seguida el político se adueñó del hombre, que se giró rápidamente para alejarse de su pareja y volver a retomar la reunión de compañeros de partido. Reunión en la que no hubo fondo común a la hora de pagar la cuenta sino que cada cual pagaba aquello que pedía. “Yo ví a Irene pagar ocho cañas y dos tostas que pidió ella misma”, nos cuenta el testigo. Un detalle que los responsables del establecimiento evitan desgrosar por deferencia hacia sus clientes.

Pasaban las seis de la tarde cuando Pablo Iglesias e Irene Montero se despedían de sus colegas de partido para marcharse juntos a casa, el lugar en el que no tienen que robarse los besos ni decirse los te quiero sin hablar.

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