El rey Juan Carlos, un año retirado de la vida pública
Se cumple un año de una de las fechas más simbólicas de la vida del rey Juan Carlos, en la que anunció su retirada pública
No es una fecha para celebrar. Se cumple un año del anuncio de la retirada de la vida pública del rey Juan Carlos. Parecía lógico, cinco años después de su abdicación en favor de su hijo Felipe y esa frágil salud de hierro, y dar así paso a la siguiente generación, pero detrás de ese anuncio repentino, que se hizo efectivo 6 días después, el 2 de junio del pasado año, había una última razón de peso que ponía en peligro la estabilidad e imagen de la Corona. Dos meses antes, don Felipe recibía una carta acreditada en la que le comunicaban que figuraba como segundo beneficiario de una fundación en la que su padre habría ocultado presuntamente, mediante una sociedad offshore, 100 millones de dólares en Suiza. ¡Qué vergüenza! Nunca pensé que don Juan Carlos terminaría así.
Vergüenza por él y por haberle creído tantos años. Recuerdo aquella primera vez que lo vi. Cubría una información para el diario ABC, en mi primer año como becaria. Cuando acabó el acto y terminamos de tomar las fotografías, el rey Juan Carlos se me acercó y me dijo: “Tú eres nueva, ¿no?”. Imaginen. Si ya estaba nerviosa al ser mi primera cobertura con el Rey, cuando se acercó a mí, se me aceleraron los pulsos que no les cuento. Contesté que era mi primer verano trabajando. Su sonrisa, estrechón de mano y casi pellizco en la mejilla, con 20 años, me cautivaron para siempre. En las distancias cortas, el Rey siempre ganaba. Crecer en una Monarquía parlamentaria, en una España democrática y juancarlista, me hicieron fan. Siempre creí en él, en su impagable papel durante la transición de la dictadura a la democracia, en aquella noche del 23-F en la que plantó cara a los golpistas (aunque luego he sabido y leído informaciones que no estaban ni se esperaban); en su buen hacer en las relaciones internacionales y su mediación para conseguir mucho y bueno para España. Para siempre, hasta que un día te cuentan un detallito; luego, año tras año, más: que si comisiona, que si un euro por barril de petróleo, que si está haciendo una fortuna, que si Urdangarin y Cristina bajo su manto, que la pasta que se ha llevado por conseguir el contrato del Ave Medina-La Meca en Arabia Saudí.
Recuerdo perfectamente el día que me dijeron que “se había montado una buena choza para sus cosas. Está muy cerca de la Zarzuela, aquí mismo. La que ha liado. Seguridad, escoltas; a veces, cortan la carretera”. No dudé ni un segundo de que aquello era cierto por quién me lo contaba. Fue en la primavera del año 2010, en la finca El Pendolero, a las afueras de Madrid. Me confirmaba aquello que llevaba meses oyendo: el Rey hacía su vida separado de la reina Sofía y le daba igual. En mayo de esa misma primavera operaron a don Juan Carlos de un nódulo en el pulmón, en el hospital Clínico de Barcelona. Doña Sofía, en su sitio, pero muy lejos ya de S.M, fue a visitarlo. En ese matrimonio eran ya mucho más que tres. Entonces ya era una vergüenza, pero nos faltaban aún algunos datos y era impensable poder contarlo, impensable hablar mal de Rey, incluso aunque fueran informaciones contrastadas. No se publicaba nada en su contra. Ese pacto tácito que toda la prensa española respetamos durante todo su reinado y que se rompió a la vez que su cadera en Botsuana (África), dos años después, en abril de 2012. Ahí se abrió la veda. Imposible pararlo.
El caso Noós fue el prólogo perfecto a la verdadera historia de lo que ocurría en la Zarzuela. La Familia Real se desmoronaba: un hogar destruido, años de infidelidades, la infanta Cristina y su marido implicados en uno de los casos de corrupción política más escandalosos, Letizia en la discordia; y lo que era aún peor, España en medio de una gravísima crisis económica, cajas de ahorros quebrando, desempleo disparado, desahucios, un año del 15M… Desastre total y el Rey de todos los españoles, quien aseguró que el paro le quitaba el sueño, de safari, a la caza de elefantes, invitado por el multimillonario sirio, Mohamned Eyad Kayali, el hombre de confianza del príncipe Salman de Arabia Saudí en España. Contrato del Ave, Kayali, Arabia Saudí: el escándalo no podía ser mayor. Nada más pisar suelo español, don Juan Carlos, a quirófano. El monarca no tuvo más remedio que pedir perdón al recibir el alta. Lo habían pillado: “Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”: Once palabras. El principio del fin. Dos años más tarde, abdicaba en favor de su hijo Felipe.
Pero sí ha vuelto a ocurrir y lo han vuelto a pillar. Cuando vivíamos con angustia los primeros días del estado de alarma, decretado el pasado 14 de marzo, y la pandemia golpeaba a España con crueldad causando miles de muertes a diario, Casa Real emitía un comunicado sin precedentes. El rey Felipe se desvinculaba de su padre, renunciaba a su herencia y le retiraba su asignación anual. Respondía así a las informaciones del diario El País y del británico The Telegraph que le situaban como beneficiario de dos fundaciones: Zagatka, fundada por su pariente Álvaro de Orleans, y Lucum, investigada por la fiscalía suiza en relación con un posible cobro de 100 millones de comisión por el contrato y adjudicación del Ave Meca-Medina a un consorcio de empresas españolas, por parte de don Juan Carlos. Implicaba incluso a la princesa Leonor. Don Felipe dijo cruz y raya y hasta aquí. Sus historias de faldas se minimizaban, entiendo, ante supuestas comisiones millonarias, tratos de favor utilizando su cargo y cuentas en Suiza. No quería saber nada. Quiero pensar que lo hubiera hecho igual de no haberlo publicado los dos medios mencionados. En la Zarzuela lo supieron en marzo del pasado año.
Hace tan solo unos días, Arturo Fasana, supuesto gestor de ese rey que admiraba, declaró ante el fiscal ginebrino Bertossa haber ingresado en una cuenta en Suiza 1,7 millones de dólares recibidos del sultán de Bahrein, a nombre de don Juan Carlos. Sí, el rey que admiraba anunciaba el 27 de mayo pasado que se retiraba de la vida pública. Era lo mínimo que podía hacer. Hace un año lo sabían todo. Aniversario de la vergüenza, pero aún no lo sabíamos.