Paloma Cuevas, harta de que el divorcio no se firme
Han pasado más de cuatro meses de una de las noticias más sorprendentes del verano: el divorcio de Paloma Cuevas y Enrique Ponce. Si bien todo el mundo da por hecho que no volverán a estar juntos, amorosamente hablando, todavía tienen un trámite muy importante en la lista de 'pendientes'.
En las últimas semanas las cosas no van bien para uno de los matrimonios protagonistas de este verano que acabamos de dejar atrás. Al menos, para una de las partes. Separados desde hace más de cuatro meses, Enrique Ponce y Paloma Cuevas tienen pendiente la firma del divorcio que acordaron tras la decisión del torero de marcharse de casa. La separación legal podría estar ya en marcha, pero no es así. El divorcio va a llegar más tarde de lo previsto. Primero tienen que firmar ambos el convenio regulador que ya han acordado; luego lo ratificaran en un juzgado. Solo falta la firma de él. Paloma está “un poco harta”, me aseguran. Quiere el divorcio ya, quedarse tranquila y cerrar capítulo.
Enamorado de otra mujer, el torero ponía punto final a la convivencia de más de 24 años con la guapa cordobesa, con la que se casó en octubre de 1996, y se marchaba con la joven Ana Soria, de quien confesó estar muy enamorado. La pandemia los sorprendió en plena crisis en La Cetrina, la finca familiar que el matrimonio posee en la localidad jienense de Navas de San Juan. Fueron días muy complicados, obligados a aparentar normalidad a los ojos de su familia. En casa vivían una realidad ficticia. Grandes y pequeños – los padres de Paloma pasaron el confinamiento junto a ellos- no sabían nada. La familia se rompía o, al menos, iba a cambiar y mucho.
Enrique se marchó en cuanto finalizó el estado de alarma y se volvieron a permitir los viajes entre comunidades, suspendidos por la crisis sanitaria hasta junio. Cogió la puerta, un coche y puso rumbo a Almería. Allí le esperaba Ana, la joven de la que se había enamorado perdidamente hacía ya más de un año y con la que mantenía un romance que solo algunos íntimos conocían. Salía de su casa para vivir en otra y con otra mujer. En ese momento la separación fue de hecho; la del lecho, entiendo, fue anterior. Solo quedaba la de derecho y se pusieron de acuerdo sin demasiados inconvenientes. La historia de amor estaba muerta, la convivencia ya era imposible y llegó el momento de afrontar la situación.
Paloma Cuevas y Enrique Ponce en una imagen de archivo / Gtres
Cuando Paloma Cuevas supo que existía esa otra mujer que no era ella, tras el mazazo, habló con su marido. Me aseguran que él lo negó al principio. Prefiero no hacer comentarios sobre la originalidad de esa respuesta. Supongo que Ponce estaría confuso, tal vez superado, pero evidentemente son cosas que pasan y la realidad se impuso. Tras ese «no» inicial que me dicen que contestó, llegó el sí. Ya no había marcha atrás. La pandemia complicó las cosas, los ánimos. Enterados ya los padres de Paloma y la familia al completo, sin excluir a la de Ana Soria quienes han recibido a Ponce con los brazos abiertos, llegaba el momento de ponerle nombre a la situación: divorcio. El matrimonio llegó a un acuerdo sin demasiadas diferencias. Él planteó la separación y divorcio. Lógico. Ningún problema. También propuso la posterior nulidad eclesiástica, pero ahí sí pincho el diestro. No hubo más intentos. La nulidad nunca fue una opción para su todavía mujer.
Cuando terminó el estado de alarma, Ponce se refugió con Ana Soria / redes sociales
Hace más de dos semanas escribía en estas mismas páginas que el divorcio Enrique y Paloma estaba estancado. Según la información que manejaba entonces, el de Chiva, pese haber viajado a Madrid, para visitar lógicamente la casa familiar y, para sorpresa de muchos, acudir a felicitar personalmente a su todavía mujer por su cumpleaños, no había reservado ninguna hora para firmar el convenio regulador que, según me aseguraban entonces, ya estaba acordado.
Este lunes confirmo que todo sigue igual, algo peor para Paloma, porque, según me describen, está harta. «Solo queda la firma de él», me asegura una voz al otro lado del teléfono. «Ella lo tiene listo, negro sobre blanco; y no es que ahora le esté poniendo algún tipo de traba, no. No se ha movido de lo que acordaron. Solo queda su firma». Comparten abogado y el convenio está consensuado. El domicilio conyugal es para Paloma, quien se queda con la custodia legal de las hijas de ambos, con la patria potestad compartida. Habrá pensión y una nueva casa en La Finca, una lujosa urbanización a las afueras de Madrid, a la que se mudarán en cuanto acaben las obras. El patrimonio común se liquidará posteriormente. Lo primero es ordenar el nuevo régimen familiar y firmar el divorcio legal.
«Paloma ya se lo ha dicho y no puede hacer más. Además, lo pidió él. ¿A qué está esperando?», cuestiona mi interlocutor que sabe cómo se siente Cuevas. Quizá esté ocupado viajando de una plaza a otra en esta temporada taurina, herida de muerte por la pandemia y que en breve acaba, sugiero. Pero Ponce sigue disfrutando de Almería con su nuevo amor. No torea desde el pasado 16 de septiembre cuando lidió dos astados de Juan Pedro Domecq, en Granada. El próximo 17 de octubre es su última corrida. Será en Jaén. Su agenda, entonces, libre para firmar el divorcio. Parece que será el último aviso, como en los toros.