La magia es infinita, juegan y hacen jugar, Kroos y Modric, el vacío cuando no estén resulta fácil de adivinar una vez que Luka abandonó la cancha. Los blancos dejaron de mandar, de jugar al ritmo y en la distancia que les convenía, simplemente porque Kroos se quedó sin socio y el Madrid sin el cuarto centrocampista que le generaba la superioridad numérica en la medular. Cada baile será el penúltimo, ellos decidirán su adiós.
El teutón dominando la mitad izquierda, el croata haciendo lo propio con la otra mitad ejerciendo de vértices de un cuadrado que completaba Tchouaméni haciendo pareja con Kroos y Benzema haciéndole el dos contra uno a Busquets junto con Modric. Uno a cada lado, a cinco metros del blaugrana, para generar la primera superioridad. Tras la
puesta en escena, el juego de la silla.
Si Modric cambia de lado, Karim se aleja y separa los centrales para generar aún más espacio para los que juegan solos. Modric al vértice de Benzema, Valverde al de Modric y Carvajal al frente para quedarse en esa distancia media donde el lateral y el extremo dudan de quien debe defenderle para un resultante de dos entretenidos con un futbolista que sólo será punto de fuga y no de resistencia. Hay más. Los movimientos no se quedan ahí.
Benzema y el efecto mariposa. El francés se mueve por todo el frente del ataque, nunca está donde esperan que esté y siempre acaba llegando en el momento justo al punto de encuentro que pide la jugada. Se aleja de Valverde, le deja carril, se acerca a Vinicius para el uno-dos, y siempre está en la paralela o la diagonal de Kroos y Modric. Al Madrid le faltó balón, sólo un poco más, además de ganar hubiese conseguido hundir la flota.