Bellingham es un cañón
Un doblete del inglés, incluido un golazo desde 25 metros, da tres puntos al Real Madrid en un Clásico en el que el Barcelona fue superior y Xavi Hernández retrató en la pizarra a Ancelotti
Jude Bellingham no tiene precio. El mejor futbolista de la Liga y uno de los tres mejores del mundo remontó el solito el Clásico y regaló tres puntos valiosísimos para el Real Madrid. Mereció ganar el Barcelona, o al menos no perder, pero los postes se aliaron con Ancelotti para maquillar el repaso táctico que le pegó en la pizarra, una vez más, Xavi Hernández. Gundogan adelantó a los azulgranas y lució Fermín. Rüdiger sostuvo al Madrid en los peores momentos y Camavinga le cambió la cara al equipo en la segunda parte. Pero jugar con Bellingham es jugar con doce. Porque es un cañón, un auténtico Rolling Stone.
Ancelotti no sorprendió a nadie. El italiano, previsible como el final de Titanic, cumplió los pronósticos y alineó un once del Real Madrid sin Camavinga y con el imprevisible Mendy de lateral izquierdo. No faltaba Kroos para acompañar a Tchouaméni, ni Bellingham para arrancar como espíritu libre desde el costado izquierdo como Valverde desde el derecho. Arriba los dos brasileños, Vinicius y Rodrygo, buscaban lucir en el escaparate del Clásico, que no lo hay ni más grande ni más ruidoso.
Inventó Xavi. Nadie dudaba que iba a colocar a Araujo como lateral con la misión única de secar a Vinicius, pero sorprendió con la presencia de Fermín y las suplencias de Lamine Yamal y Lewandowski. Gavi, Gundogan, Cancelo y Fermín integraban un centro del campo poblado para escoltar a Joao Félix y Ferran Torres, los dos delanteros que presentaba el Barcelona para el Clásico.
Xavi provocó a Vinicius durante el Clásico con una ‘palmadita’ en la cara https://t.co/qdsfmMoSmb
— okdiario.com (@okdiario) October 28, 2023
En plena hora de la siesta y con el sol deslumbrando en el cielo de Montjuic arrancó el Clásico. Salió dispuesto a apretar arriba el Real Madrid aunque el Barcelona quería ser egoísta con la pelota y no cedérsela a nadie. Gundogan y Gavi se manejaban por el centro mientras que los blancos trataban de encontrar a Bellingham entre líneas.
El Madrid se dispara en el pie
Pero como tantas veces el equipo de Ancelotti decidió pegarse un tiro en el pie a las primeras de cambio. Fue en una jugada trenzada entre Gundogan y Ferran. La primera cantada fue de Tchouaméni, que lejos de despejar, dio una asistencia a la incorporación del turco desde segunda línea. Nadie le siguió y se plantó solito en el área. Allí se cruzó Alaba, pero su despeje blandito fue a los pies del propio Gundogan que batió a placer a Kepa.
El circo defensivo de Ancelotti, un entrenador que camino de sus 65 años no va a ser ya un estratega, le había costado caro a un Real Madrid que arrancaba el Clásico por detrás como tantos partidos de esta temporada. Se enfadaba Carletto por la actitud contemplativa y reincidente de su equipo.
El Barcelona lo tenía todo para sentenciar al Real Madrid por la vía rápida. No lo hizo en el 16 porque el poste se interpuso entre el tiro de Fermín y el gol tras una pérdida de balón de Kroos que se durmió ante la presión de Gavi. Respiraba Ancelotti, sabedor un Clásico es como una primera cita: cada detallito cuenta.
Reaccionó su equipo con una pizca de Kroos y otra de Vinicius. Al menos vimos que el área de Ter Stegen también era verde. Pero el Barcelona estaba cómodo con la pelota y se remangaba sin ella como si fueran discípulos de Bordalás. El Real Madrid era una cosa inoperante, insulsa y disfuncional como las ministras de Podemos. Ancelotti rumiaba su enfado en el descanso pero le resultaba ilegible el jeroglífico de Xavi.
Araujo se merendaba a Vinicius con una superioridad sonrojante. El Barcelona manejaba el Clásico a su antojo ante un Real Madrid desordenado, perdido y desbordado. Igual que el futuro seleccionador de Brasil, que no se enteraba de la misa la media en el banquillo. Disfrutaba Joao Félix, socio de la pelota sin nadie que le estorbara, y sufría Bellingham, que no la había olido en la primera media hora.
Un Madrid zombi
El Clásico era una tortura para el Real Madrid y una gozada para el Barcelona. La imagen del equipo de Ancelotti era paupérrima y sólo el orgullo de Rüdiger y Carvajal sostenía a los blancos en un naufragio que volvía a dejar muy señalado a su técnico y a varios de sus futbolistas en la primera mitad. Lo mejor para los blancos, el 1-0 que era el mal menor.
Tras el descanso espabiló el Real Madrid y reculó el Barcelona. El escenario del Clásico cambiaba en los minutos iniciales de la reanudación. Pero apenas tardó cinco minutos el Barça en reaccionar a lomos del imponente Araujo. Kepa sacó una mano imposible a un disparo a bocajarro al uruguayo después del segundo palo azulgrana tras un cabezazo de Iñigo Martínez.
Esa fue la buena noticia para el Real Madrid, quizá la mejor vino después: la enésima lesión de Mendy que provocaba la entrada de Camavinga como lateral izquierdo de guardia. Unos minutos tardó Cancelo en hacerle un nudo al francés con una maniobra individual que resolvió con un punterazo algo. El portugués es un jugadorazo enorme víctima de su volcánico carácter, pero cuando está en modo Doctor Jekyll es estupendo.
Gavi se había merendado a Bellingham como quien se come un bocadillo de Nocilla. En el 60 metió Xavi a Lewandowski por Ferran Torres, que se había vaciado en el Clásico. Respondió Ancelotti con sendos cambios: Modric por Kroos y Joselu por Rodrygo. El Real Madrid lo intentaba con más interés que acierto. Tchouaméni disparó desde lejos en el 67 y Ter Stegen voló para sacar su manopla izquierda.
Bellingham lanza un misil
Fue un aviso de que el Real Madrid se asomaba, aunque fuera desde lejos, a la meta del Barcelona. Pero entonces apareció, quién sino, Jude Bellingham, para sacarse un latigazo imposible, un misil tierra-aire, un cohete que se alojó con violencia casi por la escuadra de Ter Stegen. Un golazo imponente de un jugador imponente que igualaba un Clásico y tapaba las vergüenzas del equipo (y del planteamiento) de Ancelotti.
El Barcelona acusó el sopapo y el Real Madrid se echó al monte. Ancelotti recuperaba chicles y sonrisa. Una falta en el 75, mal ejecutada por los blancos, volvía a sembrar el pánico en Montjuic. Xavi metió a Raphinha y Lamine Yamal para agitar el Clásico, que se había roto víctima del desorden que provoca el cansancio.
Los cambios de Xavi mejoraron a un Barça que apeló al orgullo para volver a meter al Real Madrid cerca de Kepa. Pero el Real Madrid no había dicho la última palabra en el Clásico y aún quedaban diez minutos incluido el alargue. Lo intentó hasta el final el equipo de Ancelotti, fiel a su propia leyenda, y allí encontró el premio a su insistencia. No hará falta que les cuente quién estaba por allí para hacer el segundo. Efectivamente, Jude Bellingham.
El inglés apareció de la nada para aprovechar en boca de gol un centro de Carvajal punteado por Modric. Bellingham embocó en el área y dio sobre la bocina el triunfo al Real Madrid en un Clásico que, aunque no se lo crean, había merecido ganar el Barcelona. Pero los Clásicos no se merecen, se ganan. Y este lo ganó el Madrid, sobre todo, porque tiene en sus filas a un auténtico cañón que se llama Jude Bellingham.