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crítica

Renacer escénico de la caja de música en el ‘Turandot’ de Puccini

Hacía diez años que no se representaba Turandot en la Temporada de Ópera del Teatro Principal

Este regreso llegaba con buenas noticias, al incluir íntegramente el final escrito por Franco Alfano

Alessandra Premoli ha extendido el homenaje a Puccini a la caja china de música que le inspiró

Para empezar a hablar de Turandot, sea cual fuere la versión, es preciso tener presente el sobrecogedor romanticismo que acompaña al relato, tan fielmente reflejado en la majestuosidad de su música. Es lo que ha llevado a considerar esta ópera el exponente último del romanticismo italiano con la aportación de orquestación fuerte y constante, en su máxima expresión. Lo que convierte a Turandot en último eslabón de la tradición italiana del bel canto. Además, el hecho de ser una ópera póstuma le procura ese halo de solemnidad y misterio indefinibles. Porque es el adiós de Puccini.

En la Temporada de Ópera del Teatro Principal de Palma hacía diez años que no se representaba Turandot y este regreso nos llegaba con buenas noticias, al incluir íntegramente el final escrito por Franco Alfano, que no suele ser lo habitual. Muchas representaciones, a día de hoy, siguen yendo al silencio orquestal como la que estrenó Toscanini en 1926, para subrayar el final de la partitura compuesta por Puccini antes de morir.  

En Palma lo que se ha visto es una producción propia del Teatro Principal, sólo que confiada, en lo musical y escénico, a italianos. En este sentido ha resultado muy innovador el trabajo de la directora de escena, Alessandra Premoli, aunque está por ver todavía su valor trascendente. Teníamos una partitura trasladada a escena con excelente solvencia por Giuseppe Finzi y queda por saber lo acertado del trabajo de Premoli auxiliada por el trabajo de la escenógrafa Nathalie Deana. Hoy por hoy dos jóvenes valores.

Viene a cuento esta consideración porque la fuerte personalidad de Premoli está presente en todo momento de la representación. Es necesario acudir a sus reflexiones para saber dos cosas. La primera que ha primado recordar el centenario de la muerte de Puccini (noviembre de 1924) y la segunda que el homenaje se extiende a la caja china de música que le inspiró, desaparecida durante más de medio siglo y que ella se empeñó en rescatar. Lo consiguió.

En sus notas en el programa de mano Alessandra Premoli nos dice que esta puesta en escena «quiere ser un homenaje a la propia ópera Turandot, a su condición de símbolo de la edad de oro de la ópera». Sabíamos que tenía lo suficientemente claro descartar hacer una versión más, así que se centró en el hallazgo de dónde había estado las últimas décadas la caja de música y a partir de ahí dibujar los desarrollos en escena.

Ella lo explicaba así: «Todos los personajes del cuento nacen de la caja musical que escuchó Puccini, son engranajes perfectos, pero también son esclavos de ello, obligados a repetir mecánicamente y fríamente las órdenes de muerte de la princesa Turandot. Liù, Calaf y Timur son los únicos capaces de expresarse libremente como símbolos que son de las fragilidades y pasiones humanas». Un dato más: fue idea suya incluir al final de la partitura de Puccini «un homenaje visual a las últimas palabras y notas escritas de puño y letra del propio Puccini».

Así pues, teníamos en el foso a la orquesta, controlada con maestría por la batuta de Giuseppe Finzi, que debutaba en la Temporada, y sobre las tablas una propuesta muy arriesgada, ideada por Premoli, que también debutaba.

El tiempo dirá lo que tenga que decir, aunque entiendo un acierto que esos movimientos mecánicos se los confiase Premoli al coreógrafo menorquín Joan Taltavull. En cualquier caso, el relato es completamente respetuoso y verdaderamente original, por lo vistoso de la puesta en escena. El coro que encarna al pueblo chino está sencillamente sublime (bien por Bonnín) y no menos acertados los movimientos autómatas de Turandot, encarnada por la soprano inglesa Catherine Foster. Por cierto, aunque su real intervención en escena se retrasa hasta el segundo acto su condición de soprano wagneriana aporta un condimento muy sobresaliente a sus intervenciones.

No me detendré en los ministros Ping, Pang, Pong por el hecho de ser de la casa, aunque lo hagan bien, puesto que hablamos de personajes cómicos de utilidad disolvente como contrapunto en un drama de estas dimensiones. 

La sorpresa nos la dio la soprano mallorquina Marta Bauzà, en el papel de Liù, primero con el aria Signore ascolta muy bien recibida por el público y después reivindicándose de nuevo en el aria Tanto amore segreto. Pero el momento culminante se reservaba para el aria de tenor Nessun Dorma, que cubrió de aplausos, merecidamente, la intervención de Alejandro Roy.

A pesar del carácter eminentemente secundario -aunque estéticamente muy presente- del depuesto Rey de Persia, Timur, encarnado por el barítono de Corea del Sur Byung Gil Kim, lo cierto es que su fuerza dramática era una clave más del relato.

En definitiva, el tiempo dirá si lo vivido en el Teatro Principal de Palma va a trascender fronteras. Me consta que días después, el gerente del Principal, Miquel Martorell, se llevó el dossier de Turandot al pleno de la asociación europea Ópera XXI. El tiempo dirá.

Podemos estar bien orgullosos de esta producción, que además tiene como elemento diferencial ser antes un homenaje a Puccini que una versión más.