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AMARGO ANIVERSARIO

La alargada sombra de Felipe de Edimburgo: la reina Isabel, soledad e incógnitas en su día más negro

  • Andrea Mori
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El pasado 9 de abril se conocía una de las noticias más tristes en la escena royal mundial. El duque de Edimburgo, marido de la Reina Isabel, fallecía apenas unos días después de recibir el alta hospitalaria tras varias semanas ingresado. No se ofrecían datos demasiado concretos sobre los motivos por los cuales el Príncipe había regresado a casa, pero algunas fuentes apuntaron entonces que su vuelta tenía mucho que ver con un deseo de estar cerca de los suyos en el momento final.

El príncipe Carlos tras el féretro de su padre. / Gtres

Después de rumores y continuas especulaciones en torno al estado de salud del marido de la Reina, que llevaba varios años ya alejado de los compromisos oficiales y disfrutando de una vida tranquila, en torno al mediodía del 9 de abril, fuentes oficiales confirmaban la noticia en un comunicado: “Es con gran pesar que Su Majestad la Reina anuncia la muerte de su amado marido, su Alteza Real el príncipe Felipe, duque de Edimburgo. Su Alteza Real murió pacíficamente esta mañana en el castillo de Windsor. Se harán nuevos anuncios a su debido momento”, revelaba el texto.

La Reina Isabel y el duque de Edimburgo / Gtres

A sus noventa y nueve años, no era ningún secreto que el tiempo del duque de Edimburgo estaba a punto de llegar a su fin, pero nadie esperaba que falleciera apenas unos meses antes de cumplir los cien años. Una cifra por la cual se esperaba realizar importantes festejos, aunque el deseo del marido de la Reina era estar tranquilo, sin grandes fastos. De hecho, precisamente las complicadas circunstancias que rodearon a su muerte, con la pandemia todavía haciendo estragos, impidieron un funeral a gran escala, pero sí según sus planes: en la Capilla de San Jorge y con un destacable despliegue militar. Una despedida en la que se pudo ver la imagen más desoladora de la Reina. Vestida de negro, con mascarilla y cabizbaja, sentada sola en uno de los bancos de la capilla, que tantas veces compartió con su adorado Philip.

La Reina Isabel en el funeral de su marido. / Gtres

Un año después, por fin se ha podido organizar una celebración a la altura. El pasado 29 de marzo, la Abadía de Westminster concentró a personalidades destacadas de todos los ámbitos en un servicio religioso de Acción de Gracias en recuerdo al Príncipe. Una cita a la que asistieron representantes de diferentes casas reales como España, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Luxemburgo o Suecia y que supuso la reaparición de la Reina Isabel en público tras sus reciente problemas de movilidad. Una jornada en la que, por deseo expreso de la monarca, el príncipe Andrés fue el encargado de acompañarla.

La Reina Isabel en el homenaje al duque de Edimburgo. / Gtres

A pesar de que la imagen del duque de York atraviesa horas bajas, el Príncipe ha cerrado sus cuentas pendientes con la Justicia -sin que quede clara su culpabilidad o su inocencia- y, ante esto y la voluntad de la soberana, no había impedimentos para que la acompañara. Al fin y al cabo, no dejaba de ser un acto familiar ‘oficial’, y además, él era, junto con el duque de Kent, el único miembro de la familia real sin pareja en el acto, que pudiera servirle de apoyo.

Pese a que la monarca mantuvo la entereza en todo momento, no logró evitar que algunas lágrimas se derramasen en recuerdo de su esposo, que la ha acompañado a lo largo de su reinado y antes de esto.

La costosa factura de la soledad

Reina desde el año 1952 a consecuencia del prematuro fallecimiento de su padre, Isabel II es muy consciente del peso de la Corona y de sus obligaciones y responsabilidades con los británicos. Es por esto por lo que solo estuvo de luto el tiempo estrictamente establecido y retomó su agenda de manera casi inmediata. Sin embargo, no ha sido fácil para ella. Se llegó a pensar que la Reina seguiría los pasos de su marido y al cumplir los noventa y cinco -el pasado año-, daría un paso atrás, pero es algo que no entra en su cabeza.

Ha reducido sus compromisos oficiales, pero sigue estando pendiente de lo que ocurre día tras día y lo hará así hasta su último aliento. No obstante, ni ella ni nadie sobre la Tierra es de piedra y la falta de su marido -aunque en el pasado hubiera momentos en el que estaban distanciados-, ha repercutido en ella. Los pequeños problemas de salud, las dificultades para moverse o incluso el coronavirus han hecho que su estado se cuestione y que incluso haya tenido que bajar el ritmo y descansar. Ella misma aseguraba en una audiencia que apenas podía moverse, pero descartaba completamente la idea de que se la pueda ver en una silla de ruedas, por el recuerdo de su hermana, la princesa Margarita, poco antes de morir.

Instalada de manera definitiva en el Castillo de Windsor, en los últimos tiempos se está valorando que los duques de Cambridge se muden a la zona para estar más cerca de ella. La Reina no volverá a Buckingham salvo que se trata de un compromiso ineludible, y ha hecho del castillo su fortaleza, en el sentido más amplio del término.

La Reina Isabel recibe una rosa en recuerdo de su marido. / Gtres

La sonrisa que muestra en cada uno de sus actos es una sonrisa que le sale del corazón, pero en la que se puede percibir un halo de tristeza, derivado de las grandes pérdidas de los últimos tiempos y de los inevitables cambios a los que se ha tenido que enfrentar. Sin embargo y, aunque está acompañada, el vacío en su corazón es algo a lo que se enfrenta a diario. Un sentimiento de soledad contra el que no se puede luchar.

Un horizonte de incógnitas

A pesar de que en apenas unos meses se celebra oficialmente el Jubileo de Platino de Su Majestad, ella es la primera que se preocupa por el futuro. Setenta años en el trono supone tanto tiempo que su huella será absolutamente imborrable y aunque se ha ganado el cariño del pueblo, la realidad es que el futuro puede complicarse.

Harry y Meghan en su último acto oficial en ‘La Firma’. / Gtres

Aunque el príncipe Carlos goza de bastante popularidad y su esposa Camilla Parker Bowles tiene de sobra la aprobación de la Reina Isabel -no olvidemos que le ha otorgado la Orden de la Jarretera y además ha pedido que reciba el título de reina consorte-, la realidad es que es la Reina la que mantiene la imagen de la Corona y le da estabilidad y permanencia. Los escándalos del príncipe Andrés, las polémicas del propio Carlos en el pasado con la sombra de Diana de Gales siempre presente o la ‘huida’ de los duques de Sussex son algunos de los grandes problemas que atormentan a la monarca y que, a día de hoy, la mayoría tiene difícil solución. Por eso ahora, un año después de la muerte de Felipe de Edimburgo -que era toda una autoridad a nivel familiar-, Isabel II vive sus horas más bajas. Con una celebración por delante que hubiera querido compartir con ‘su roca’ y muchas dudas sobre el futuro de la institución cuando ella no esté.

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