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CASA REAL DE MARRUECOS

Moulay Hassan, al pie del cañón mientras Mohamed VI se da el lujo de Abu Dabi

Moulay Hassan asumió con entusiasmo la representación de Marruecos en la Copa Africana de Naciones

Su padre, el rey Mohamed VI, permaneció ausente en Abu Dabi, incluso durante el 50º aniversario de la Marcha Verde

La situación revela un contraste marcado entre la entrega del heredero y la desconexión del monarca

  • Lito Reyes
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Mientras Marruecos celebraba la inauguración de la 35ª edición de la Copa Africana de Naciones, el joven príncipe Moulay Hassan se convirtió en el rostro visible del país, absorbiendo sobre sí toda la atención y responsabilidad que normalmente recaería sobre el monarca. A sus 22 años, el heredero no solo presidió la ceremonia inaugural en el Estadio Príncipe Moulay Abdellah, sino que se entregó al público con una energía que desbordaba cada gesto: saludando a los aficionados desde el césped, posando con las selecciones de Marruecos y Comoras, y realizando el saque de honor bajo una lluvia implacable. Cada paso suyo era un recordatorio de que, aunque aún no ostentaba el trono, estaba construyendo con determinación su imagen de futuro rey comprometido y cercano al pueblo.

El contraste con su padre, Mohamed VI, era evidente. Mientras el joven príncipe se sumergía en la intensidad de la ceremonia, el rey se encontraba en Abu Dabi, disfrutando de unas vacaciones prolongadas tras el espaldarazo de la ONU a su plan para el Sáhara. Una ausencia que no era nueva, pero que este año adquiría un significado especial: el monarca ni siquiera pronunció su habitual discurso con motivo del 50º aniversario de la Marcha Verde, fecha histórica para Marruecos y para la legitimidad de su reinado. En lugar de enfrentar a su pueblo en un momento simbólicamente crucial, Mohamed VI decidió refugiarse en la opulencia de un retiro en Emiratos Árabes Unidos, dejando a su heredero lidiar con la representación de Marruecos ante el mundo.

Moulay Hassan en un evento deportivo. (Foto: Gtres)

La obsesión de Moulay Hassan con cada detalle de la ceremonia, desde la revisión de la Guardia Real hasta los saludos a autoridades deportivas internacionales, parecía responder no solo al protocolo, sino a un imperativo personal: demostrar que estaba preparado para asumir responsabilidades donde su padre parecía ausente por elección. Mientras el rey se daba el lujo de prolongar su descanso durante meses, el príncipe no escatimaba esfuerzos, empapándose bajo la lluvia, interactuando con jugadores y autoridades y mostrando un entusiasmo que contrastaba con la distancia voluntaria de Mohamed VI.

El escenario futbolístico no era menor: Marruecos venció 2-0 a Comoras, y Moulay Hassan celebró cada gol, cada parada del arquero Yassine Bounou y cada acrobacia de Ayoub El Kaabi con aplausos y entusiasmo genuino. Sin embargo, más allá del espectáculo deportivo, la atención del príncipe adquiría un tono político: su presencia constante y su dedicación en el palco y en el campo eran un silencioso reproche hacia un rey que, tras consolidar un éxito diplomático histórico con el respaldo de la ONU al plan para el Sáhara, optaba por ausentarse del país y sumergirse en el lujo de Abu Dabi.

El rey Mohamed VI en un acto oficial. (Foto: Gtres)

Esta dualidad reflejaba una imagen preocupante: un país cuya figura central se retira a resorts y palacetes en el extranjero mientras su heredero asume la responsabilidad de representar al Estado, atender a la prensa internacional y conectar con el pueblo. La opulencia del rey, que incluye prolongadas estancias en Emiratos Árabes Unidos, Francia o Gabón, chocaba con las demandas de una población joven y crítica, que busca liderazgo y cercanía en tiempos de desafíos sociales y políticos.

Así, mientras Mohamed VI descansaba a miles de kilómetros, Moulay Hassan absorbía sobre sí la mirada de todo Marruecos y de África, mostrando disciplina, carisma y pasión. Cada saludo, cada gesto, cada interacción con jugadores y autoridades era un silencioso recordatorio de la ausencia paterna. El príncipe se convertía, sin pedirlo, en el rostro visible de la monarquía, mientras el rey se permitía el lujo de desaparecer en vacaciones. En esa brecha entre opulencia y dedicación, entre abandono voluntario y compromiso visible, se delineaba un futuro inquietante: el heredero obligado a madurar rápido, y un monarca que prioriza el descanso personal sobre la presencia simbólica en los momentos históricos del país.

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