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Ha pasado casi un año desde que tuvo lugar la muerte de la Reina Isabel, y sin embargo, no dejan de salir a la luz algunas de las manías más extrañas de la que fuera monarca británica. A lo largo de sus 96 años de vida, la madre del actual rey del Reino Unido pudo presumir de coronarse como una de las soberanas más longevas de la historia del mundo, dedicando su rutina habitual al funcionamiento de la Corona mientras seguía rigurosamente algunas costumbres que trascendieron después.
La toma de té, las uñas en color nude, el chocolate en cuaresma o los guantes han sido algunos de los indispensables vitales para Isabel II a los que se suma un nuevo detalle que revelaba el propio príncipe Enrique en su autobiografía, En la sombra, un libro en el que habla largo y tendido sobre algunos de los momentos más importantes de su vida desde su infancia hasta su posterior abandono de La Firma para comenzar una vida junto a Meghan Markle y sus hijos en común ajena a los quehaceres monárquicos.
Al comienzo de esta obra, el hijo pequeño de Diana de Gales hace referencia a los últimos días de vida de la que fuera esposa de Carlos III, admitiendo no haber llegado a saber cuál fue el enclave escogido por ella para disfrutar de unas vacaciones con el que consideraban su «amigo», Dodi Al Fayed. Entre tanto, el duque de Sussex se encontraba en Balmoral disfrutando de la temporada estival con su hermano y el resto de miembros de la Familia Real entre los que estaba su abuela, la Reina Isabel. Un momento que el propio protagonista del libro recuerda con cierto cariño, asegurando que la esposa del príncipe Felipe «se ponía de mal humor si no respiraba por lo menos una hora de aire fresco al día», razón por la que disfrutaba al máximo del cielo abierto y del paisaje natural que le ofrecía Escocia.
De esta manera, el marido de la ex actriz revelaba lo que hasta ahora había sido un secreto en toda regla para los seguidores de Isabel II. Y es que, pese a estar envuelta en toda la pompa que rodea a la realeza, la Reina era una gran admiradora de las cosas tan sencillas como el aire fresco, haciendo de estas un modo de vida indispensable cada vez que viajaba hasta Balmoral, su castillo favorito. Tanto es así, que fue precisamente allí donde la que fuera monarca pasó sus últimos minutos de vida mientras todos sus seres queridos se desplazaban para darle el último adiós antes de dar comienzo a uno de los funerales de Estado más sonados de todos los tiempos, el cual fue televisado en canales de todos los rincones del planeta y logró conmocionar a miles y miles de personas que consideraban a la soberana todo un icono de la actualidad.