No estuvo en el campo y el Real Madrid lo notó. Y tanto que lo notó. Sergio Ramos es mucho más que un jugador de fútbol. Incluso, es mucho más que un capitán. Es el alma del equipo. El corazón que hace latir al colectivo. Con él en el centro de la defensa todo es más sencillo, pero ante el Shakhtar un golpe en la rodilla le llevó a la grada, donde también tiró de galones para tratar de ayudar a su equipo en todo lo que pudo.
Durante la primera parte pasó de la tranquilidad a la incredulidad. Cómo un equipo como el ucraniano podía esta vapuleando de esa manera al 13 veces campeón de Europa. En silencio abandonó su sitio en la grada en cuanto el árbitro pitó y, posiblemente, se dirigió al vestuario, donde trató de levanta la moral de una tropa hundida. Después volvió a su asiento y comenzó su partido.
El jugador número 12
De pie vivió los segundos 45 minutos, donde no dejó de animar ni un momento a sus compañeros. En un estadio Alfredo di Stéfano sin público, se acuchaba perfectamente los silbidos tan característicos que hace cuando está jugando para organizar a sus compañeros. También sus gritos. “¡Búscalo, Vini!”, ¡vamos, vamos!, ¡sin falta, Lucky!, se desgañitaba Ramos. Celebró sin grandes aspavientos los dos primeros goles, consciente de que no era suficiente y se apoyó en la televisión del palco para verlos repetidos.
En los minutos finales se fue resignando, como el resto del equipo. Tuvo tiempo de explicar al banquillo que no había mano dentro del área de los ucranianos ante de ver como el VAR anulaba el empate. Más dramático no pudo ser el final. El batacazo del Real Madrid es incuestionable, aunque nadie puede negar que en este equipo a la deriva su capitán nunca se va a rendir.
