Andalucía Inusual aparición de un lago

Las intensas lluvias en Andalucía reviven un lago desaparecido hace más de 3.000 años

Unas imágenes de un helicóptero de la DGT y la observación de un periodista sacan a la luz un lago "dormido" durante siglos

Andalucia lago
Imágenes de la acumulación de agua captadas por un helicóptero de la DGT (Foto: DGT)
Antonio Quilis
  • Antonio Quilis
  • Periodista especializado en información medioambiental desde hace más de 20 años y ahora responsable de OKGREEN en OKDIARIO. Antiguo director de El Mundo Ecológico y colaborador en temas de medioambiente, ecología y sostenibilidad en Cadena Ser.

Un vídeo realizado desde una cámara del helicóptero de la DGT ha desvelado la reaparición de un lago que ha estado ausente desde hace más de 3.000 años en el paisaje de Andalucía.

Ha sido el buen ojo que ha tenido el periodista y escritor Gonzalo Núñez al visionar el vídeo del helicóptero sobrevolando la AP-4 donde se mostraba un paisaje totalmente inundado con parte de las vías sumergidas bajo las aguas.

Núñez ha puesto en las redes sociales, concretamente en su cuenta de X, la imagen captada ayer por la aeronave llamando la atención de un hecho insólito que hace más de 3.000 años era lo normal.

Región navegable

En su publicación, Núñez escribe: «Esta imagen de la AP-4 entre Sevilla y Cádiz cortada por las lluvias nos recuerda que hace milenios todo esto fue el Lacus Ligustinus, un gran lago entre estas dos provincias. En tiempos de Estrabón aún se formaban esteros, siendo la región navegable en todos los sentidos».

Captado por la DGT

Sin embargo, los autores de las imágenes, los operadores de la DGT y la cuenta de la red social tan sólo se ocupa de los estragos que la última borrasca Laurence ha ocasionado en el tráfico, como es lógico, ajenos a este llamativo acontecimiento: «Imagen de la AP-4, cortada en ambos sentidos desde la tarde de ayer entre los km 13 y 78, entre Dos Hermanas (Sevilla) y Jerez Norte (Cádiz), debido al desbordamiento de un arroyo que desemboca en el Guadalquivir. Desde ayer se está desviando el tráfico por la N-4», refleja asépticamente la publicación.

3.000 años después

Este aporte de agua ha revivido el Lacus Ligustinus, aunque los investigadores prefieren referirse a él en la actualidad como Golfo Tartésico, una gran bahía marina situada en el antiguo estuario del río Guadalquivir, conocido en la época del Bronce Final como río Tartessos, los griegos además lo llamaron Baetis, nombre que también se usó en época romana, aunque para los visigodos este río fue conocido como Betis.

Y es que hace más de 3.000 años el mar se adentraba en esta zona, de ahí la denominación de golfo, inundando un gran territorio de 50 kilómetros de ancho y 60 desde la costa hasta el interior.

Esta enorme extensión de terreno, que hoy pertenece a las provincias de Huelva y Sevilla, hacía que el río Guadalquivir desembocara más al norte en el litoral de este golfo, a unos 100 kilómetros hacia el interior, considerando la línea actual de costa.

El río Guadalquivir a su paso por Coria del Río. (Foto: EP)

Sevilla bajo el mar

En esa época Sevilla no existía, su territorio estaba bajo el mar, y el lago entraba hasta el actual municipio de Brenes. De este modo, el golfo Tartésico fue una gran bahía marina situada en el antiguo estuario del río Guadalquivir, y se conoce de su existencia por los mapas y crónicas de la época.

Así era el lago Ligustinus o golfo Tartésico, un conocimiento que nos llega en la actualidad gracias al poema Ora Maritima de Rufo Festo Avieno, un poeta latino del siglo IV d. C., que escribe siguiendo documentos referidos al siglo VI a. C. La existencia de este gran lago salado, que ocupaba la actual Marisma del Guadalquivir, fue una realidad prácticamente hasta el s. I d. C.

Tormentas y un tsunami

Pero, ¿qué pasó para que este territorio se transformara, haciendo desaparecer el lago? Durante los siete siglos de presencia romana en la península ibérica,  el estuario evolucionó, creando también el incomparable espacio natural de Doñana.

Así llegó la transformación «desde un lago costero, el llamado Lacus Ligustinus, bien comunicado con el mar a través de dos desembocaduras fluviales que rodeaban la flecha de La Algaida, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), a una marisma de marea muy sedimentada y con una única desembocadura, ya que La Algaida se uniría a tierra firme mediante un tómbolo – barra arenosa que une dos islas, o una isla con tierra firme– a partir del siglo I de nuestra era», según una investigación del Departamento de Geodinámica y Paleontología de la Universidad de Huelva.

Según la investigación, recogida por el portal La Túnica de Deso, en el transcurso de esta evolución, fuertes tormentas y un tsunami en el siglo II-II de nuestra era sacudieron el perfil costero, dando lugar a llamativas morfologías erosivas y lechos sedimentarios.

Marismas de Doñana
Las marismas de Doñana en la actualidad, donde antiguamente existía el lago.

Sedimentos del Guadalquivir

«Geológicamente, este gran episodio catastrófico tuvo consecuencias importantes para las formaciones costeras, dando lugar a un escape erosivo muy importante en la flecha litoral de Doñana y abanicos de derrame asociados»,  afirma el profesor del trabajo de investigación  Antonio Rodríguez Ramírez.

El arrastre y sedimentos del río, este lago se fue colmatando y fueron apareciendo islas y nuevos terrenos donde se construiría la Spal o Ispal tartésica en el siglo VIII a.C., latinizada después Hispalis por los romanos, ya en tierra firme en una pequeña península de las terrazas fluviales al pie de los Alcores, y muy cerca del mar en Caura.

Con el paso de los siglos se cerró el resto del golfo al erigirse una barrera litoral de arena, que dieron lugar a las marismas del Guadalquivir, que terminaron por separar Sevilla del mar.

Ahora, con las lluvias que Laurence ha dejado y, gracias a un helicóptero de la DGT y a un observador periodista, el mar de los tartesos nos da una lección de historia y de geomorfología que ilustra cómo ha cambiado esta zona del sur de España a lo largo de los siglos.