Del ¡Que se besen! al ¡Chorizo!: el vía crucis que ha llevado a Urdangarin de la ovación al insulto
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Veintiún años separan vítores de insultos, “¡Que se besen!” de “¡Chorizo!” y aplausos de peinetas. El 4 de octubre de 1997 los barceloneses ovacionaban a dos recién casados que, con su enlace, estaban escribiendo la historia de nuestro país. La hija del Rey Juan Carlos, doña Cristina de Borbón y Grecia, contraía matrimonio con el jugador de balonmano Iñaki Urdangarin Liebaert, del que se había enamorado localmente apenas un año antes, durante los Juegos Olímpicos de Atlanta. Un noviazgo de película, aunque frenético, y posteriormente una boda de postín conquistaron a los españoles que no dudaron en convertir a Cristina en su royal favorita, por delante de su hermana Elena, casada con un aristócrata que gozaba de una cuestionada popularidad entre los españoles, y del Príncipe de Asturias, por entonces sin aspirante a princesa de nuevo porque su historia de amor con Gigi Howard había fracasado y la modelo Eva Sannum aún no había entrado en escena.
Un cielo completamente despejado, un sol de justicia y unas calles engalanadas para la ocasión animaron a los barceloneses a salir a las calles para aplaudir a los novios. Acostumbrado, por su profesión, a recibir aplausos, Iñaki nunca había visto nada igual. Miles de personas abarrotaban la entrada a la catedral barcelonesa y también las calles colindantes. Nadie quería perder la oportunidad de recibir un saludo de aquellos royals de anuncio: los dos rubios, los dos altos, los dos jóvenes.
Nada hacía presagiar por entonces – y tampoco en los años inmediatamente posteriores en los que Urdangarin se ganó el apelativo de ‘yerno favorito- que aquella ovación nupcial daría paso a los insultos más denigrantes. Aquella Barcelona que en 1997 gritaba “¡Que se besen!” y “¡España!, ¡España!, ¡España!”, 15 años después se confinaba en los lugares que la pareja solía visitar, como el club de tenis de Pedralbes, para reprocharles a los cuatro vientos su comportamiento poco ejemplar y lo peor de todo es que esa misma Barcelona también la había tomado con sus cuatro hijos. El Liceo Francés no escapó de aquel hostigamiento contra la familia Urdangarin. La situación se volvió insostenible y entonces llegó el exilio suizo.
Ginebra les dio tranquilidad gracias a su férrea defensa de la privacidad, pero en los momentos de soledad resultaba imposible no escuchar los ecos de aquellos aplausos de veinte años atrás. Los insultos ya eran la nueva tónica general cada vez que viajaban a España y este miércoles, día en que Urdangarin debía recoger en la Audiencia de Palma la orden de ingreso en prisión, no ha sido distinto. “¡Fill de p***!”, “¡Chorizo!”y ¡Los Borbones a prisión”, han sido solo algunos de los apelativos. La cara de Iñaki era un poema. Tan distinta a la del día de su boda…