EXCLUSIVA | Sarkozy, a tortas por Madrid
La noche del miércoles estaba todo listo para el único concierto de Carla Bruni en Madrid. Los alrededores del Teatro Nuevo Apolo empezaban a acumular a los seguidores más impacientes de la italofrancesa, que aterrizaba en la ciudad apenas unas horas antes del concierto. La artista llegó al lugar con la antelación propia de los cantantes, a fin de realizar la prueba de sonido pertinente y dar su visto bueno a los preparativos.
Media hora antes del arranque del show fue su marido, el expresidente francés Nicolás Sarkozy, quien entraba al Nuevo Apolo por la puerta de atrás. Visiblemente molesto y con la cara desencajada, el político propinó un tortazo a la cámara del único reportero gráfico que había en ese momento.
Sarkozy no se lo pensó. Se bajó de su vehículo, conducido por el personal de seguridad que le acompaña, y lanzo su brazo contra el objetivo del reportero, cuya única misión era dar cobertura gráfica al único concierto que va a ofrecer Bruni en la capital. Tal es la importancia del acontecimiento, que ni su propio marido había querido perdérselo. De ahí que la sorpresa por su actitud agresiva y grosera fuera mayúscula. Una foto en la calle, a las puertas del show de Bruni, no resulta incómoda a priori, ni mucho menos fuera de lugar. Propinado el golpe, Sarkozy se dispuso a entrar en el patio de butacas.
Al mismo tiempo y por la puerta principal, rostros tan conocidos como Pedro Almodóvar, Paco Clavel, Beatriz de Orleans o el matrimonio Aznar Botella, iban entrando a la sala donde Bruni deleitó al público madrileño con un repertorio de lo más variado.
En la que fue su primera vez sobre las tablas de Madrid, Bruni versionó canciones de grupos como AC/DC, Depeche Mode, ABBA o The Clash, conquistando con su voz y sencillez al fiel público que la esperaba.
La noche fue bien para la artista, que poco después de terminar el show abandonaba el teatro por la puerta principal y agarrada del brazo de su marido que, esta vez sí, sonreía y posaba para los numerosos medios que había apostados esperando a la pareja. Sin rastro del mal humor del que hacía gala en su llegada, todo fueron gestos amables por parte del político francés.