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"Estuve veinte días sin ducharme": Yolanda Ramos da voz al lado más duro y silencioso de la depresión

Un testimonio personal, sin filtros, sobre lo que significa vivir con depresión

Tenemos la perspectiva clínica de un psicólogo sanitario que explica el valor terapéutico de este relato

La actriz Yolanda Ramos en un evento en Vitoria. (Foto: Gtres)
La actriz Yolanda Ramos en un evento en Vitoria. (Foto: Gtres)
  • Rosa Torres
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«He estado muy malita». Así arranca Yolanda Ramos, su testimonio en el pódcast La Pija y la Quinqui, con una mezcla de humor seco y dolor genuino. La frase podría parecer una broma si no viniera seguida de una de las confesiones más descarnadas que ha hecho una figura pública sobre salud mental en los últimos tiempos: «Era muy divertido porque me podía pasar 20 días sin ducharme». Aunque la actriz y humorista catalana lo cuente con ironía —casi como si no quisiera que duela tanto—, lo que dice no tiene nada de gracioso. En realidad, pone palabras a una experiencia profundamente común y al mismo tiempo silenciada: la incapacidad de afrontar las tareas más básicas cuando la depresión toma el control.

«Cuando alguien está deprimido, es muy normal. El primer síntoma es que la ducha se vuelve hostil. Es esa sensación de no tener ganas de nada… pero, sobre todo, la ducha es terrible», explica con total claridad. Y lo dice sin dramatismos, con esa capacidad tan suya de convertir lo inconfesable en algo compartible, humano, cercano. En su relato, Ramos también cuenta cómo atravesó ese período crítico, refugiándose, literalmente, en los suyos: «Me iba turnando entre casa de mi hermana y la de Mario [Matute, su expareja y padre de su hija]. Porque te tienen que cuidar, porque si no…».

Una frase que revela tanto la crudeza del momento como la importancia de contar con una red de apoyo. En su caso, no únicamente enfrentaba un cuadro depresivo, sino también el duelo por la pérdida de su madre y la ruptura de una relación de 14 años. Todo en el mismo año. A lo largo de la entrevista, la actriz reflexiona en voz alta sobre lo que significa intentar salir de ese lugar: “Un día, otro día, otro día… Da igual, un moño y ya. Hasta que un día estás un poquito mejor y piensas: ‘¿Y si tocamos agua?’» Una frase sencilla, casi tierna, pero profundamente simbólica: el agua como metáfora de volver a sentir, de reconectar, de dejar que la vida vuelva a tocarte, aunque sea con cautela. «Me gusta hablar de salud mental porque es tan fuerte», dice. Y lo hace desde la vivencia directa, desde un lugar donde el dolor ha dejado huella, pero también conciencia.

Cómo el testimonio de Yolanda Ramos contribuye a la psicoeducación, según un psicólogo

Luis Guillén Plaza, psicólogo general sanitario del centro PsicoPartner, aclara por qué lo que relata Yolanda Ramos no es ni exagerado ni excepcional. «Cuando una persona está deprimida, las primeras funciones que se deterioran son las actividades de la vida diaria (AVDs): ducharse, comer, vestirse, dormir… El abandono del autocuidado no es pereza ni descuido: es un síntoma directo del trastorno». La pérdida de energía, la apatía, la falta de motivación o el aislamiento se entrelazan hasta convertir tareas cotidianas en hazañas imposibles.

«El resultado es un círculo vicioso: cuanto menos se cuida la persona, peor se siente. Y cuanto peor se siente, menos fuerza tiene para cuidarse», añade Guillén. Así, el deterioro físico y emocional se retroalimentan, atrapando a quien lo sufre en una dinámica de desamparo y culpa que muchas veces pasa desapercibida para su entorno.

La actriz Yolanda Ramos en el photocall de la premiere de la película Rainbow en Madrid. (Gtres)

La actriz Yolanda Ramos en el photocall de la premiere de la película Rainbow en Madrid. (Gtres)

Por eso, testimonios como el de Yolanda Ramos son tan importantes. «Pueden ayudar a romper el estigma, a normalizar el sufrimiento psicológico y, sobre todo, a que otras personas se reconozcan en lo que escuchan. Ver que alguien conocido dice ‘yo también’ es un permiso para hablar, para pedir ayuda», subraya el especialista. Añade que estas declaraciones tienen un enorme poder psicoeducativo, normalizando algo que muchas personas viven en silencio y con culpa. «Si alguien a quien admiran o respetan sufre esto, el mensaje que llega es: ‘esto se le puede pasar a cualquiera y no es motivo de vergüenza’».

No obstante, Guillén advierte: «No todo vale. Cuando estos testimonios se cuentan con superficialidad o sin base clínica, pueden trivializar el sufrimiento o generar un efecto llamada. Pero cuando se comparten con honestidad, rigor y contexto, como en este caso, el efecto es el contrario: ayudan, alivian, incluso salvan».

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