Placer y deber son dos términos que históricamente han estado siempre opuestos, mucho más cuando se trata de familias reales. Hablar de sentimientos era algo que no se contemplaba, ya que el servicio a la Coronay el sentido del deber estaban muy por encima de cualquier atisbo de sentimentalismo. A ningún monarca podía pasársele por la cabeza contraer matrimonio basándose en lo que le dictara el corazón, sino que la razón y el bien del país estaban siempre por encima de los deseos del Rey, fueran estos del tipo que fueran.
Si ya de por sí resultaba complejo intentar hablar de un sentimiento tan puro como el amor entre un hombre y una mujer y apelar a él para conseguir una alianza matrimonial entre casas reales, mucho más difícil resultaba para aquellos que sentían diferente al resto, alejado a lo que los cánones establecían como ‘normal’. Pese a que en la Antigua Grecia el verdadero amor era aquel que se daba entre hombres -y no con mujeres- , a medida que avanzó la Historia, las relaciones entre personas del mismo sexo han sido ferozmente criticadas e incluso utilizadas como acusación cuando se ha querido ‘eliminar’ a determinadas personas. Todo ello ha llevado a que numerosas personas hayan vivido su sexualidad en secreto. Las familias reales no son una excepción y no solo de cara a sus propios miembros sino también de puertas para afuera.
Durante varios siglos, las diferentes monarquías se han esforzado por ocultar la condición sexual de algunos de sus miembros y aunque nunca se ha hecho pública, los rumores han perseguido de manera constante a algunos de ellos. No ha sido hasta hace apenas unos años cuando un primo de la reina Isabel declaró su homosexualidad sin tapujos. A los 53 años, Lord Ivar Mountbatten, abrió la veda al confesar al tabloide Daily Mail su salida del armario. Todo un hito para los Windsor, la monarquía de las monarquías.
Si la confesión del primo de Isabel II fue de por sí toda una revolución hace ya dos años, más lo ha sido la noticia de su boda, la primera boda gay de un royal. Es cierto que el lord no es miembro directo de la realeza, pero no por ello deja de ser un primo de la reina más reina del mundo. Se desconoce si Isabel II asistirá al enlace, pero el precedente ya ha quedado establecido.
Sin embargo, aunque Mountbatten ha abierto la veda, fue Jorge de Kent, tío de la reina Isabel, el primer gay ‘semioficial’ de la Casa Windsor. El hermano de Jorge VI nunca salió del armario y de facto estaba casado con Marina de Grecia. Sin embargo, durante más de dos décadas mantuvo una ‘especial amistad’ con el actor Nöel Coward. La Casa Real nunca permitió que este amorío viera la luz, sobre todo porque el entonces rey, Jorge V, no tenía muy buena consideración de los homosexuales. De hecho, el monarca solía decir que «los hombres así se suicidan», algo que naturalmente no hizo el duque de Kent. A cambio, murió en un trágico accidente de aviación.
Escondidos, o quizás no tanto
La mayoría de las Familias Reales cuentan con casos de gays y lesbianas, algunos de ellos vivieron su sexualidad de una manera relativamente abierta para las convenciones sociales de la época, mientras que muchos de ellos sufrieron una gran presión y no pudieron mostrarse tal como eran. Sin duda, los casos más llamativos se encuentran en Gran Bretaña.
Ana de Gran Bretaña (1655-1714) por ejemplo fue conocida por su bisexualidad y por mantener un affaire con la esposa del duque de Marlborough, del que toda la Corte era consciente. Guillermo, tercer hijo de ‘El Conquistador’, despertó los rumores al no casarse y frecuentar la compañía de jóvenes a quienes al parecer exigía grandes habilidades y destrezas en la cama. Uno de los casos más llamativos es el de Ricardo Corazón de León, de quien se dice que a pesar de no ser gay, complació al rey Felipe de Francia en todo lo que este quiso -incluso en cuestiones de cama-, para asegurarse una alianza con él. Todo sea por la diplomacia.
La muerte de su esposa Mary hizo que los rumores sobre los gustos sexuales de Guillermo III de Inglaterra se convirtieran casi en una cuestión de Estado. De hecho, la calle se llenó de panfletos y sátiras que cuestionaban su legitimidad porque el monarca tenía más ‘amigos’ que amigas.
No era un rey propiamente dicho pero su cercanía al trono era más que evidente. El duque de Orleans, hermano de Luis XIV, Rey Sol, nunca ocultó sus gustos sexuales. Fue un auténtico adelantado a su época e incluso disfrutaba vistiéndose con ropa de mujer. Felipe tuvo dos esposas y varios amantes masculinos, el más popular el Chevalier de Lorena. En Francia nunca se intentó enmascarar su extravagante comportamiento, al fin y al cabo, era hermano del Rey, no iba a heredar la Corona y divertía con su manera de actuar.
Españoles en el armario
No han sido muchos los casos de homosexuales en la Corte española pero es imposible no recordar al marido de Isabel II. La madre de Alfonso XII era famosa por su carácter ‘apasionado’, de hecho, hay quienes aseguran que era casi una ninfómana. Sin embargo, motivos no le faltaban. La Reina fue obligada a contraer matrimonio con su primo hermano Francisco de Asís, de quien se decía que era homosexual. Isabel II tuvo que sacrificar su felicidad por los intereses del Estado y las calles de Madrid se llenaron de chistes y coplas sobre los gustos sexuales del consorte.
El de Francisco de Asís es quizás el caso más flagrante, pero no el único. Luis Fernando de Orleans, hijo de la infanta Eulalia, es otro de los grandes protagonistas de la crónica LGTB en nuestro país. El Infante, a quien Alfonso XIII le quitó el tratamiento por su conducta poco apropiada, estuvo implicado en numerosos escándalos en París, donde disfrutaba de una vida de libertinaje y excesos. De hecho, se llegó a hacer llamar el ‘príncipe de los maricas’ y ayudó a muchos gays a librarse de la presión nazi.
La nieta de Felipe V, Isabel de Borbón y Parma, es una de las pocas mujeres que a pesar de los tabúes, no tuvo miedo en dejar constancia de su amor por otra mujer. La joven se enamoró perdidamente de su cuñada, la hermana de su marido, José II y con ella intercambió una serie de misivas en las que se dedicaban palabras cargadas de sentimiento y pasión. A diferencia de la mayoría de mujeres su época, Isabel además escribió una colección de ensayos en el se adelantó a muchas ideas del todavía no nacido movimiento feminista.
El caso Tudor
Aunque Enrique VIII parece encarnar el prototipo de monarca viril por excelencia – se casó seis veces- lo cierto es que el Tudor más famoso de la Historia de Inglaterra también tiene un apartado vinculado con el colectivo LGTB. El Rey no era gay, pero su apetito sexual resultaba tan insaciable -según los cronistas- que tuvo alguna aventura con hombres. Sin embargo, hay quien asegura que esto es totalmente falso y que el Rey era homófobo, prueba de ello es que en la Ley de Buggery Act de 1533 condena el sexo homosexual como un acto criminal.
Si Enrique VIII era un conquistador, su hija, Isabel I fue todo lo contrario, pero por eso precisamente pesaron sobre ella los rumores de lesbianismo. La ‘reina virgen’ podría no apreciar la compañía masculina y preferir la de las mujeres, algo que al igual que otras tantas sospechas, nunca pudo confirmarse.
Reinas lesbianas
Aunque en la mayoría de las monarquías los hombres han ocupado el poder de manera casi unilateral, hay importantes casos en Europa de mujeres que se han rebelado de una forma u otra contra los convencionalismos. Algunas como Carolina de Inglaterra fueron acusadas injustamente como pretexto para conseguir un divorcio. Fue su marido, quien sentía un profundo desprecio por ella, quien urdió una conspiración en su contra para lograr separarse.
Cristina de Suecia se rebeló contra los convencionalismos y consiguió permanecer en el trono más de 20 años. Aunque nunca declaró su homosexualidad, sus notas personales hacen pensar en ello y no dejó que el Consejo del Reino le obligase a casarse para garantizar la continuidad de la dinastía.
Un final infeliz
En su castillo de Neueschwenstein se inspiró Disney, pero la historia de Luis II de Baviera no es tan feliz como los cuentos de la mítica compañía. El príncipe alemán disfrutó de una infancia y una adolescencia relativamente tranquilas, pero parece que nadie puede escapar de la genética y mucho menos de un amor prohibido. A Luis le pasó factura el gen de la locura que ya habían padecido varios de sus familiares, pero en su caso fue a peor. El joven príncipe se enamoró perdidamente del compositor alemán Wagner tras ver una de sus óperas.
A pesar de la diferencia de edad entre ambos -Luis tenía 19 y Wagner 51-, no cesó en su empeño y consiguió que el genio se trasladara a Múnich, donde costeó todos sus caprichos. Con lo que no contaba Luis era con que Wagner se traería a su director de orquesta y a la mujer de este, con quien además mantenía una relación en secreto. La conservadora sociedad de la época no soportó la poca moralidad del Príncipe, que descuidó a su pueblo por el amor del músico. Finalmente, el Parlamento bávaro destituyó a Luis II por loco. Fue ingresado en un castillo, a modo de manicomio, con máxima vigilancia, de dónde no regresaría jamás. Nunca se supo si murió por accidente o si se suicidó aunque lo cierto es apareció ahogado en un lago cercano al castillo.