El día que cambió el destino de Diana de Gales
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La rutina de Diana de Gales experimentó muchos cambios a lo largo de su vida. Cambios que, sin duda, ayudaron a forjar su peculiar carácter. Si hay dos días especialmente significativos, esos son, el día de su boda con Carlos de Inglaterra y el día de su divorcio.
Si bien los entonces Príncipes de Gales decidieron separarse en 1992, fue cuatro años más tarde cuando llegaron a un acuerdo definitivo de divorcio. Fue el 15 de julio de 1996, una fecha que marcaría la vida de la «Princesa del pueblo».
Un caluroso lunes en la City londinense que supondría el inicio de una nueva vida para Diana. Una nueva vida que, paradojas del destino, se terminaría en un túnel de París apenas un año después.
Y es que el 15 de julio de 1996, por fin se hacía público el acuerdo de divorcio entre los Príncipes de Gales. Diana y Carlos sentaban un desagradable precedente en la Historia de la Monarquía Británica en lo que respecta a herederos directos a la Corona y el disgusto de la Reina por el perjuicio que conllevaba para el país era difícil de disimular.
Para Diana empezaba una nueva vida después de 11 años de matrimonio y cuatro separada de su marido. Una nueva etapa en la que creía que podría recuperar la sonrisa y la felicidad. Nada más lejos de la realidad.
Aquel acuerdo de divorcio supuso el principio del fin para ambas partes. Más de seis meses después de que Carlos interpusiera la demanda, Diana por fin hacía caso a su solicitud. Ella no pedía mucho, solo mantener su título, su residencia y participar en las decisiones que tuvieran que ver con sus hijos. Sin embargo, no tenía en cuenta un pequeño detalle: Los hijos de reyes son patrimonio de la Corona y es desde ahí desde donde han de tomarse todas las decisiones importantes referentes a ellos.
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Desde Casa Real prefirieron no pronunciarse en lo que respecta a las solicitudes de la Princesa, pero el acuerdo no tardó mucho en llegar. La Reina se desvinculó de manera tajante de todo lo que tenía que ver con el asunto y fue Carlos quien se encargó de afrontar los gastos y consecuencias. Unas consecuencias que finalmente fueron más allá de los temas económicos, ya que la muerte de Diana un año después le puso en el punto de mira al favorecer su reencuentro con Camilla, su amor de juventud.
Aunque a Diana se le permitió seguir utilizando el título de Princesa de Gales, se le retiró el tratamiento de Alteza Real, ya que al divorciarse ya no pertenecía a la realeza. Esto afectó mucho a la Princesa, pues su rango estaba por debajo del de sus propios hijos, a quienes por protocolo debía saludar con una reverencia. Pese a que fue apartada de todas las actividades oficiales, su figura fue fundamental para promover causas benéficas. Por su popularidad y carisma se le permitió seguir siendo considerada princesa, ya que ayudaba mucho a fomentar determinadas iniciativas.
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El príncipe Guillermo, compungido por la nueva situación de su madre, que ahora volvía a ser parte de la nobleza, le prometió que cuando él accediese al trono le restauraría todos los honores, incluido el tratamiento de Alteza Real.
Pese a la complicada situación personal y las críticas recibidas por su polémica entrevista en televisión, para Diana el divorcio fue una auténtica liberación. Es cierto que el acoso de la prensa fue una constante, pero intentó volcar todos sus esfuerzos en el cuidado de sus hijos y en sus actividades oficiales. Con lo que nunca contó es que apenas un año después de recuperar su libertad, perdería la vida en las calles de París. ¿Casualidad o ataque? Todavía hoy la polémica está servida.