Casa Real

LA AMANTE SECRETA DEL REY

Un cheque en blanco para no fotografiar a Marta Gayá

El nombre de Marta Gayá ya no era un secreto, sí su rostro. A principio de los noventa, la relación sentimental entre la guapa mallorquina y el Rey Juan Carlos era ya conocida por algunos amigos, gente de Mallorca y varios periodistas que cubrían cada verano las vacaciones de la Familia Real en Palma. Pero no existían fotografías y el valor que una imagen otorga a una historia inédita es esencial; es la historia en sí misma que, como el aura, se tiene o no se tiene. De Gayá, no había fotos y sin ellas, Marta, la mujer que había enamorado al Rey, no existía.

Marta Gayá / Look

La pareja sólo se reunía con los íntimos de verdad y siempre tomaban medidas para evitar ser vistos en público, uno al lado del otro. Entre los amigos plata de ley de don Juan Carlos, se encuentra el empresario madrileño Miguel Arias, quien goza de su confianza plena. De la misma quinta que el monarca, Arias, dueño del restaurante Aspen en La Moraleja y del conocido Flannigan en Puerto Portals, Palma de Mallorca, decidió casarse ya cumplidos los 50.

Algunos de los periodistas que seguían el difícil rastro de Marta Gayá supieron que su nombre aparecía en la lista de invitados al enlace. El lugar elegido para la ceremonia religiosa fue el Monasterio Santa María de El Paular, así que pusieron rumbo a Rascafría, municipio situado en el valle de Lozoya, a una hora de Madrid, en la sierra de Guadarrama. Al llegar a las inmediaciones del hotel ubicado junto al templo, los reporteros respiraron tranquilos. Allí había boda y estaba a punto de celebrarse.

Cotejaban sus notas, preparaban sus equipos y controlaban las inmediaciones del hermoso paraje cuando alguien se les acercó para indicarles que le siguieran. El novio quería hablar con ellos.

Ya en el interior del hotel, en un salón contiguo a una suite, Miguel Arias se estaba vistiendo e interrumpió su acicalamiento para recibirlos. Fue amable pero directo: “He tardado muchos años en casarme y no me vais a fastidiar la boda por nada del mundo. Por favor, iros, que va a venir el Jefe del Estado”, me detallan que dijo, en un tono autoritario y de ruego, a la vez. A continuación, sin perderlos de vista en ningún momento, sacó un talonario y se lo ofreció a los atónitos fotógrafos. “Poned la cifra que queráis”, concluyó con la esperanza de acabar con la incómoda situación, minutos antes de su boda. Los compañeros no daban crédito. ¡Un cheque en blanco! Tenían claro su objetivo antes de salir de Madrid: conseguir las primeras fotografías de Marta Gayá. Ahora, el reto había cambiado y se había vuelto mucho más interesante. El Rey también estaba invitado y faltaba poco para que llegara. Demasiada adrenalina profesional. Seguros de lo que hacían, no sin cierto temor a represalias, se la jugaron y rechazaron el trato, cogieron sus cámaras y buscaron posiciones. La luz era buena y solo era cuestión de esperar un poco más.

Portada de la revista Época

Ya en el interior del templo, ante el retablo mayor de la iglesia, de planta y exterior isabelinos y no muy grande, todos esperaban al monarca: los novios e invitados, Marta Gayá, incluida. Fue en el instante en que llegó don Juan Carlos cuando dos miembros de seguridad les impidieron tomar fotografías: “Al Jefe, no”. Fue imposible. Sospechaban que la pareja no saldría junta regalándoles la instantánea. Sería un escándalo con los fotógrafos allí. Pero esperaron hasta el final y cuando la ceremonia terminó vieron como la deseada y buscada dama se ponía a tiro de cámara, del brazo, no del Rey, pero sí de alguien que velaba por él: el Jefe de Seguridad de la Casa, el general Manuel Barrós. Volvieron a escuchar: «No. Al Jefe, no». Pero ya habían sido demasiado condescendientes, sin mencionar el momento cheque en blanco. A la semana siguiente, la revista ‘Tribuna’, que dirigía el desparecido periodista Julián Lago, publicaba las primeras imágenes de Marta Gayá. Existía. Había historia y ahora podemos contarla.

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