El Barça gana una final inolvidable
Un gol de Koundé en el 116 dio al Barcelona el triunfo en la prórroga de una final épica e inolvidable ante un Real Madrid que mereció perderla en la primera parte y ganarla en la segunda
Partido memorable de ambos equipos que brindaron una grandísima final que hizo las delicias del público de La Cartuja
El VAR corrige a De Burgos, que anuló un penalti por piscinazo de Raphinha
Un gol de Koundé en el 116 dio al Barcelona el triunfo en la prórroga de una final épica e inolvidable ante un Real Madrid que mereció perderla en la primera parte y ganarla en la segunda. Partido memorable de ambos equipos, con ocasiones y dominio alterno. Se adelantaron los azulgranas con gol de Pedri y dieron la vuelta al partido los blancos con tantos de Mbappé y Tchouaméni. Ferran llevo el Clásico a la prórroga donde, ya con ambos equipos agotados, Koundé dio al Barça su trigésimo segunda Copa del Rey.
Y eso que en la primera parte el Real Madrid cumplió su amenaza y no se presentó a la final de Copa. De cuerpo presente estuvo, sí, pero jugar no jugó. Y esa actitud de brazos bajados, unida a un Barcelona excelso, contribuyó a que el equipo azulgrana se fuera al descanso con ventaja. Pero, claro, quedaba todo el segundo tiempo.
En serio que el Madrid nunca debió jugar esta final. Las amenazas del tal González Fuertes, aplaudidas por su jefe el tal Medina Cantalejo y permitidas por la Federación, eran sencillamente intolerables. Y no bastaba con amagar ni dar plantón en la previa, al Real Madrid le sobraban los motivos para no haberse presentado a jugar contra el Barcelona, el equipo amparado por el Gobierno. Ya, ya sé lo de los aficionados, los viajes, los hoteles, la Casa Real, bla, bla, bla. Pero la dignidad no tiene precio y la institución deportiva más importante del mundo no puede consentir que le toreen, que le vacilen, que le ninguneen y que se rían de él.
Vale, pues escrito queda. Y como ya me he desahogado pasaré a contarles cosas. La primera es que en el Real Madrid no jugaba Mbappé. Su tobillo, maltrecho desde el día de la no-remontada ante el Arsenal, no daba para la final de Copa, así que estaba en el banquillo más como El Cid que con opciones reales de jugar. Las malas noticias no acaban ahí porque jugaban Lucas y Mendy en los laterales, igual que en los dos Clásicos anteriores con el dramático balance de 9-2 para el Barcelona.
En realidad Ancelotti volvía al principio en su alineación. Calcaba el 4-4-2 del primer Clásico liguero en el Bernabéu, el que llegó con 0-0 al descanso y que acabó con un 0-4 de infausto recuerdo para el Real Madrid aquel día que Mbappé se construyó un chalet en la parcela del fuera de juego. Los retoques eran Courtois en lugar de Lunin, Asencio por Militao, Ceballos por Camavinga y Rodrygo por Mbappé. Vamos, mitad y mitad en cuanto a cambios a mejor y a peor sobre aquella alineación del Bernabéu.
Así que el Real Madrid se presentaba a la final de la Copa del Rey con este once: Courtois; Lucas, Rüdiger, Asencio, Mendy; Tchouaméni, Ceballos, Valverde, Bellingham; Vinicius y Rodrygo.
Sin Mbappé pero con Dani Olmo
Flick no tenía grandes dudas para componer su alineación. Sin Lewandowski ni Balde, el entrenador del Barcelona no se complicó la vida, que es una de sus mayores virtudes. Ferran Torres hacía de Lewandowski, Gerard Martín de Balde y Dani Olmo, alias el indultado, formaba por detrás del nueve en esa línea de tres mediapuntas junto a los temibles Lamine Yamal y Raphinha. El once del Barcelona para medirse al Real Madrid en la final de la Copa del Rey era el siguiente: Szczesny; Koundé, Cubarsí, Iñigo Martínez, Gerard Martín; De Jong, Pedri; Lamine, Olmo, Raphinha; y Ferran Torres.
Sonó el himno, pitaron los de siempre (mucho, por cierto), aplaudió sobreactuada y arrítmica la Montero y arrancó el fútbol en La Cartuja. La pelota fue de salida para el Barcelona y la presión para el Real Madrid, que no quiso encerrarse. Ferran retrató rápido a Asencio y Tchouaméni evitó en el área pequeña el 0-1 de Raphinha. Era el minuto 2. Tenía pinta de que al equipo de Ancelotti le iba a tocar sufrir. Y mucho. Bueno, y lo que menos le gusta: trabajar.
No la olía el Real Madrid en los primeros minutos. La presión inicial era mentira. Raudo replegó el equipo en un 4-5-1 con Vinicius como liberado sindical. Las malas noticias para Ancelotti, amén del repaso del Barcelona, se multiplicaron. A los 8 minutos se rompió Mendy. Lo del francés era previsible porque no estaba para jugar un partido con la tensión de una final. Entró por él Fran García, al que Ancelotti no había querido poner de titular.
Siguió el dominio del Barça y el repliegue del Madrid. Lamine Yamal, con el tinte platino de Bárbara Rey, reventó a Fran nada más salir. Menos mal que el lateral madridista le dio tiempo a rectificar y desviarla a córner. Nos asomábamos al primer cuarto de hora y el equipo de Ancelotti no había tocado la pelota ni había superado la línea divisoria del centro del campo.
Dominio absoluto del Barça
Reclamó el Barcelona un penalti por mano de Fede Valverde pero el madridista, que venía en carrera, la tenía apoyada en el suelo. González Fuertes, desde el VAR con Real Madrid Televisión en otro monitor, dio el OK a la decisión de su homólogo De Burgos de dejar seguir. En el 18 la tuvo Lamine Yamal con una acción individual en el pico derecho del área que abrochó con un disparo cruzado que salió a la derecha de Courtois. El portero del Madrid la enviaría después a córner tras un cabezazo de Koundé.
Hubo que esperar al minuto 22 para ver a Bellingham acceder al campo del Barcelona tras un buen pase diagonal de Raúl Asencio. Corrió el inglés y la jugada terminó con un disparo desde dentro del área de Fran García que despejó abajo Koundé. El dato de posesión de ambos equipos era demoledor. Parecía cuestión de tiempo que llegara el gol azulgrana. Y llegó en el 27. Lo marcó Pedri con un disparo lejano que se coló casi por la escuadra después de una jugada individual de Lamine Yamal ante un Real Madrid hundidísimo atrás. Ni siquiera Courtois pudo hacer nada por evitarlo.
El equipo de Ancelotti estaba siendo superadísimo, burreado y humillado por el juego coral del Barcelona. La única respuesta del (todavía) entrenador del Real Madrid fue fijar las marcas individuales para tratar de contener la sangría. Bellingham, aburrido de no oler la pelota, decidió echarse atrás para tratar de ayudar a sus desbordados compañeros a sacar el balón. Trataba de estirarse algo el Madrid, quizá porque los azulgranas habían levantado un poco el pie del acelerador.
1-0… y gracias
Fue un espejismo porque el Barcelona siguió atacando y el Madrid resistiendo gracias al carácter de Rüdiger. En el 43 los azulgranas rozaron el 2-0 en un córner olímpico que botó Dani Olmo y que se estrelló contra el poste izquierdo de Courtois. Respiraba Ancelotti que había puesto a calentar a Mbappé ya en plena desesperación.
En el 47, ya en la prolongación, Vinicius se plantó solo en el área e Iñigo Martínez le arrolló dentro del área. De Burgos pitó penalti pero desde el VAR le avisaron rápido de que el brasileño había partido en su galopada desde la posición de fuera de juego. Fue la última jugada antes del descanso, del que volvimos con un cambio en el Real Madrid: Mbappé por Rodrygo.
Continuó dominando el Barcelona, pero el Madrid tuvo su primera ocasión en las botas de Vinicius. Tras un buen pase de Bellingham, el brasileño tiró al muñeco ante Szczesny, que despejó como pudo y volvió a meter una buena mano en el rechace. Pero la final siguió siendo un rondo de color azulgrana. Los blancos perseguían sombras como podían, aunque al menos amagaban con presionar.
Ancelotti, nervioso, adelantó su timming de tiempo. Antes Mbappé se presentó en la final en una maniobra individual dentro del área que abortó Szczesny con una buena salida. Los cambios fueron Arda Güler por Lucas Vázquez y Modric por un desdibujado Ceballos. La final se rompió y aparecieron los espacios. Raphinha y Vinicius perdonaron sendas ocasiones dentro del área.
La ley de Mbappé
Modric y Bellingham comenzaron a cambiarle la cara a un Madrid que, con la final ya perdida, comenzó a presionar. Dejó espacios a sus espaldas que, por ejemplo, no supo leer Raphinha en el 60 en un remate dentro del área que mandó fuera cuando estaba solito. Pero la final se jugaba ahora en torno al área del Barcelona, que sufría las acometidas del Real Madrid.
Flick quitó del campo a Dani Olmo, que se fue jurando el arameo, para meter a Fermín. El Barça, que había perdido el centro del campo por el empuje de los cambios de Ancelotti, trataba de recuperar el control del balón, que ahora pintaba de color blanco. Tanto que tuvo que aparecer De Burgos para echar una mano al Barcelona. La jugada la había protagonizado Mbappé, que se plantaba solo en la frontal del área y De Jong le sujetó sin opción de jugar el balón. La jugada, que podía haber sido roja, la saldó el colegiado con una tenue amarilla, válida con el Reglamento en mano. González Fuertes siguió viendo una del oeste en Real Madrid TV.
La falta, por cierto, era peligrosísima. La ejecutó Mbappé, que se dio cuenta de que Szczesny había puesto la barrera al revés. El francés, con habilidad y precisión, la puso pegada al palo del polaco, que no lo había tapado bien y se tiró tarde. El gol de Mbappé daba esperanzas al Real Madrid, que estaba siendo mucho mejor en el segundo tiempo.
El gol del empate hizo dudar al Barcelona y desató al Real Madrid, que cabalgaba a lomos de Bellingham pero el que metía miedo era Mbappé. Los de Ancelotti, que había acertado al adelantar su horario habitual de los cambios, eran dueños y señores de la final. Se veía venir el segundo. Y vino en un córner que ejecutó Güler travestido de Kroos. Era un centro medido al que Tchouaméni llegó con el alma para cabecear y lograr el 1-2 ante la pasividad de un Szczesny que se quedó clavado bajo los palos.
Final rota
El Real Madrid había dado la vuelta a una final que tenía perdidísima. Lo intentó en el 80 Lamine Yamal con un disparo dentro del área que desvió con un paradón Courtois. Parecía que los blancos lo tenían todo bajo control pero en el 83 el Barcelona volvió a poner las tablas en la final. Fue un balón largo de Lamine a un Ferran que se aprovechó de que Rüdiger estaba ya absolutamente cojo y no pudo correr al espacio. Para colmo, Courtois salió a destiempo y facilitó que El Tiburón le driblara y marcara a placer.
Final nueva con diez minutos por delante. En el 88 otra mala noticia para Ancelotti: se rompió Vinicius. Entró por él Brahim para disputar los minutos restantes y quién sabe si la prórroga. En los minutos finales de la prolongación la final se volvió indescifrable y ambos equipos acusaron el tremendo esfuerzo. En el 93 hubo un posible penalti de Rüdiger a Ferran que De Burgos no vio y González Fuertes pasó de que lo revisara.
Ya en el 95 Raúl Asencio hizo una de juvenil en el área al entrar a Raphinha sin necesidad. No parecía gran cosa pero De Burgos lo pitó. Las imágenes dejaban muchas dudas, así que González Fuertes le avisó para que lo viera. El Richi lo vio por el monitor y tomó una decisión: no había penalti. De hecho, el colegiado amonestó a Raphinha por el piscinazo que, dicho sea de paso, había sido magnífico.
Con esa jugada se acabó el partido y nos fuimos a la prórroga. Ambos equipos estaban rotos, muertos sobre el césped y en cualquier lugar podía emerger el error. El Barça descansaba con la pelota y el Real Madrid se protegía otra vez atrás. Flick metió a Eric García por un agotadísimo Pedri. La final podía caer para cualquier lado, ya me perdonarán el tópico. El equipo de Ancelotti se aculó para proteger al mermadísimo Rüdiger. Tanto que en el 103 casi marca Ferran Torres, que le hizo un nudo marinero al central alemán. Su disparo se marchó fuera por poco.
Muertos S.A.
En la segunda parte de la prórroga apretó el Barça. La tuvo primero Ferran, que marcó en fuera de juego, y después Fermín, que la mandó a las nubes. Reaccionó el Real Madrid con algún acercamiento. Pero eran balas de fogueo. Ancelotti vio peligrar la final y metió entonces a Endrick por un Rüdiger que estaba cojo y ya no podía más. La parte madridista del campo le despidió como un héroe. Se lo merecía.
Se estiró el Madrid y la tuvo Bellingham en su cabeza. No llegó por milímetros a un centro medido de Güler, que cada vez que se asomaba a la final era para hacer maldades. Maldades para el Barça, claro. Metió Flick a Pau Víctor por Ferran Torres. Era casi el 115 y el fantasma de los penaltis sobrevolaba La Cartuja. Y entonces apareció Koundé. El francés se echó arriba, robó la pelota a un dormido Brahim que no llegó al mal pase de Modric, avanzó y sacó un disparo cruzado al que reaccionó tarde Courtois.
El Real Madrid quemó las naves y tuvo cerca el 3-3 pero el fuera de juego de Brahim evitó que De Burgos pudiera señalar el penalti de Iñigo a Mbappé. Al equipo de Ancelotti se le terminó el tiempo, no tuvo fuelle para llevar la final los penaltis y acabó sucumbiendo ante el Barcelona en una final preciosa y emotiva que será recordada eternamente. Como lo será la expulsión de Rüdiger, ya en el banquillo, por lanzarle una botella en plena desesperación a De Burgos. También, ya en el epílogo de la final, el colegiado echó a Bellingham, cuya sanción como la de Rüdiger tendrá consecuencias para la Liga.