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La polémica de ‘Barbie Gaza’: ¿Activismo humanitario o búsqueda de fama?

Ana Alcalde, alias 'Barbie Gaza', se ha convertido en la figura más visible y polémica de la Flotilla Global Sumud

Su regreso a España estuvo marcado por su rápida presencia en medios, generando críticas por buscar notoriedad más que compromiso

Influencer y activista pronopalestina, ha transformado su participación en la flotilla en una plataforma de autopromoción

  • Marta Menéndez
  • Televisión, moda y corazón. Periodista de vocación y comunicadora de formación, me he movido entre estudios de radio, redacciones digitales y bastidores de redes sociales. He narrado la actualidad en la 'Cadena SER', seguido la pista a las nuevas tendencias en 'El Independiente' y escrito sobre lifestyle y empresas en la 'Revista Capital'. En 'Diez Minutos', combiné redacción y estrategia digital como Community Manager. Ahora escribo en LOOK, donde cubro actualidad televisiva, moda, celebrities y realeza.
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De activista comprometida a fenómeno mediático. Así podría resumirse la trayectoria de Ana Alcalde, conocida en redes como Hanan tras su conversión al Islam, y rebautizada por la opinión pública como Barbie Gaza. Esta trabajadora social granadina de 47 años, madre de seis hijos y esposa del policía ceutí Amin Abdelkader, se ha convertido en uno de los rostros más visibles y controvertidos de la reciente Flotilla Global Sumud, la expedición de 497 activistas que zarpó hacia Gaza con el objetivo de romper el bloqueo israelí.

Alcalde, que antes de embarcarse en el barco Adán ya acumulaba miles de seguidores en TikTok e Instagram, se definía como una influencer dedicada a causas sociales y educativas, especialmente la palestina. Pero su salto al escenario mediático tras el episodio de la flotilla ha dejado en el aire una pregunta incómoda: ¿dónde termina el activismo y dónde empieza la autopromoción? Desde el barco, Barbie Gaza retransmitió cada paso de la travesía, presentándose como la voz directa de la causa. Hablaba de resistencia, solidaridad y justicia, pero también de sí misma: de cómo su vida había cambiado, de la persecución digital que decía sufrir y de cómo, pese a todo, seguiría «poniendo su cuerpo» por Palestina. Su tono, su dominio de cámara y su manejo emocional del discurso la convirtieron rápidamente en un rostro reconocible. Un fenómeno con narrativa propia.

A su regreso a España, la imagen fue elocuente: Ana no tardó en aparecer en los platós de televisión. Nada más aterrizar, se la vio preguntando a su marido qué entrevistas estaban ya cerradas, qué programas la esperaban. En cuestión de horas, había pasado del barco a las tertulias, de los vídeos en cubierta a los focos del prime time. «Denunciamos torturas VIP», dijo en una de sus primeras intervenciones, en referencia a su detención en Israel, una frase que no pasó desapercibida por su mezcla de dramatismo y contradicción.

Su discurso mezcla la denuncia humanitaria con un evidente cálculo de visibilidad. Cada aparición multiplica sus seguidores y cada testimonio, entre lágrimas o indignación, circula masivamente en redes. Su relato se construye entre la épica personal y la victimización mediática, un equilibrio que muchos ven más cercano a la estrategia de influencia que a la militancia tradicional. Nadie duda de que Ana Alcalde crea en la causa palestina -ella misma ha reconocido que «lleva Palestina en el corazón desde siempre»-, pero tampoco parece casual el modo en que ha capitalizado su paso por la flotilla. Mientras otros miembros del grupo guardan silencio o rehúyen entrevistas, ella multiplica apariciones, debates y declaraciones, acompañada de su marido y bajo el foco constante de sus cámaras.

La activista, que en su día dejó su trabajo para dedicarse al activismo, vive ahora de los ingresos familiares y del alquiler de una villa. Pero su verdadero patrimonio parece residir en su creciente relevancia digital. Sus perfiles suman cientos de miles de seguidores y su figura se ha convertido en un imán de atención, tanto de simpatizantes como de detractores. En sus intervenciones, Barbie Gaza se presenta como una heroína moderna: madre, musulmana, víctima del sistema y altavoz de los oprimidos. Una figura diseñada para conectar emocionalmente con un público joven y digital, para quien la autenticidad y la exposición pública son sinónimos de compromiso. Sin embargo, la línea entre la causa y la autopromoción se desdibuja cada vez más.

La historia de Ana Alcalde refleja un fenómeno de nuestro tiempo: el del activismo convertido en espectáculo. Una militancia que, al tiempo que denuncia injusticias reales, se alimenta del like, del directo y del algoritmo. Y es que, en plena era de las redes sociales, incluso las causas más nobles pueden transformarse en un escenario donde la visibilidad vale tanto como la convicción.

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