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ANÁLISIS

Pedro Sánchez y su discurso de cartón piedra, visión experta: el arte de fingir sin convencer

Pedro Sánchez ofreció un discurso calculado que sonó artificial y distante

El presidente mostró una actitud dominante y evitó abordar de frente los escándalos de corrupción

Su intento de parecer cercano resultó forzado y restó credibilidad a su mensaje

  • Marta Menéndez
  • Televisión, moda y corazón. Periodista de vocación y comunicadora de formación, me he movido entre estudios de radio, redacciones digitales y bastidores de redes sociales. He narrado la actualidad en la 'Cadena SER', seguido la pista a las nuevas tendencias en 'El Independiente' y escrito sobre lifestyle y empresas en la 'Revista Capital'. En 'Diez Minutos', combiné redacción y estrategia digital como Community Manager. Ahora escribo en LOOK, donde cubro actualidad televisiva, moda, celebrities y realeza.
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La reciente comparecencia de Pedro Sánchez, convocada tras el estallido del caso que implica al que fuera número tres del PSOE, Santos Cerdán, ha terminado dejando más dudas que certezas. Lo que debía ser un acto de transparencia y liderazgo ante una crisis de corrupción en el seno del partido, se transformó en un ejercicio de sobreactuación comunicativa. Expertos en imagen política coinciden: el presidente cayó en lo que se ha bautizado como «efecto Pantocrátor», una fórmula de dominio comunicativo que resulta artificiosa y acaba volviéndose en contra.

Detrás del discurso de Sánchez, cuya puesta en escena fue tan medida como rígida, subyacen siete grandes errores de estrategia política y comunicativa que, según analistas, pueden comprometer seriamente su credibilidad y su conexión emocional con la ciudadanía. La comparecencia, más que un ejercicio de rendición de cuentas, fue interpretada como un intento de reafirmación de poder a través de una narrativa sobreactuada y ensayada al detalle, con la que el presidente buscó proyectar fortaleza, victimismo y control absoluto del relato. Sin embargo, el resultado ha sido el contrario: desconfianza, escepticismo y un creciente desgaste político. Una de las voces más críticas ha sido la de la experta en imagen política y doctora en Comunicación Imelda Rodríguez, quien ha analizado en profundidad esta intervención.

Pedro Sánchez en un acto oficial. (Foto: Gtres)

Imelda Rodríguez, autora del libro Imagen Política. Modelo y método, considera que Pedro Sánchez centró su intervención en presentarse como el único capaz de frenar el avance de la derecha, pintando un panorama apocalíptico ante una posible alternancia en el poder. Este enfoque, basado en un papel casi mesiánico de «salvador» del país, relegó a un segundo plano la gravedad de los hechos que motivaron la comparecencia: una investigación judicial que afecta directamente al corazón de su partido. En lugar de una autocrítica institucional, el tono predominante fue el de una épica personal.

Aunque el caso Koldo y las sospechas en torno a Santos Cerdán acaparaban la atención pública, Sánchez evitó abordar directamente el núcleo del problema. Aseguró que el PSOE es «un partido limpio» y calificó este incidente como «el único caso conocido», pero pasó por alto otros episodios recientes que afectan, de manera directa o indirecta, a su entorno político. Y de ahí que medios especializados hayan denunciado que su discurso estuvo plagado de «medias verdades» y que omitió de forma intencionada detalles relevantes, incluidas las investigaciones que incluso involucran a familiares cercanos.

Por su parte, el lenguaje corporal de Pedro Sánchez durante su última comparecencia evidenció una puesta en escena excesivamente ensayada. Cada gesto, cada pausa y cada movimiento parecían calculados al milímetro para proyectar una imagen de control y serenidad. Sin embargo, esta rigidez en su comunicación no verbal terminó transmitiendo justamente lo contrario: una sensación de artificialidad y distancia emocional. En este sentido, Rodríguez señala que la contención emocional, especialmente en la expresión facial y el control de los labios, sugería un esfuerzo por ocultar emociones genuinas, lo que generó una desconexión entre el presidente y la gravedad de la crisis que pretendía abordar. En lugar de empatía, «la audiencia percibió una frialdad que minó la credibilidad del mensaje».

Y hay más. Uno de los momentos que más repercusión tuvo fue el gesto aparentemente inocente de mirar el reloj justo al terminar su intervención, acompañado de la frase: «son las cinco y todavía no he comido». Este comentario, que podría haber pasado desapercibido en otro contexto, fue rápidamente interpretado como una muestra de desapego y desconexión emocional ante una situación de máxima tensión política e institucional. En plena crisis y con la presión mediática y social en su punto álgido, este lapsus fue percibido como un signo de insensibilidad, provocando críticas inmediatas y viralizándose en redes sociales como símbolo de una actitud fría e incluso despectiva frente a los problemas que enfrenta su gobierno.

Pedro Sánchez en un acto oficial. (Foto: Gtres)

En cuanto a su apariencia, Sánchez repitió una fórmula visual que ya había suscitado polémica en su primera comparecencia relacionada con el caso de corrupción. El presidente optó por un traje sobredimensionado, que lejos de transmitir comodidad o autoridad, dio la impresión de una vestimenta improvisada o desajustada. A esto se sumó un maquillaje que buscaba acentuar el cansancio y la preocupación, empleando técnicas como el contouring para marcar las sombras del rostro y afinar sus facciones. No obstante, más que despertar empatía, esta puesta en escena generó sospechas sobre la autenticidad de su estado emocional. La sensación general fue la de un montaje pensado para escenificar un sufrimiento contenido, que terminó por restar naturalidad y, por ende, confianza en el relato ofrecido.

Durante la rueda de prensa, la actitud del presidente fue firme hasta el punto de resultar dominante. Sánchez limitó el número de preguntas, evitó abordar cuestiones incómodas y cerró el turno de manera abrupta sin espacio para una interacción fluida con la prensa. Esta estrategia, lejos de proyectar transparencia o apertura, reforzó la impresión de un liderazgo obsesionado con controlar la narrativa y minimizar el impacto negativo del escándalo. Analistas en comunicación coinciden en que esta postura restrictiva y autoritaria puede resultar contraproducente, pues alimenta la percepción de falta de disposición para rendir cuentas y gestionar la crisis con honestidad.

Finalmente, el discurso de Sánchez estuvo plagado de apelaciones constantes a la «voluntad del pueblo» y a su papel como el «mal menor» que garantiza la estabilidad del país. Sin embargo, esta supuesta cercanía con la ciudadanía careció de autenticidad y datos concretos que la respaldaran. En palabras de la experta en comunicación política Imelda Rodríguez, no fue realmente la voz del pueblo la que se expresó, sino la propia voz de Sánchez amplificada y revestida de un falso aura de representatividad popular. Este artificio comunicativo terminó generando más distancia que empatía, ya que la sobreactuación y las exageraciones alejaron al presidente de una conexión genuina con la sociedad que, en momentos de crisis, es fundamental para mantener la confianza.

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