El sobrenombre que Rocío Jurado odiaba y que todo el mundo usa
Ha salido a la luz que "apodo" no le gustaba a la artista
Ha sido su hija, Rocío Carrasco quien lo ha contado en una entrevista
El 1 de junio de 2006 murió de cáncer de páncreas a los 62 años de edad Rocío Jurado. Desde entonces han sido varios los homenajes que se han celebrado en su honor. Y no solo eso, sino que gracias a su hija, Rocío Carrasco se han podido conocer más detalles familiares sobre cómo era la intérprete en su día a día.
Sin ir más lejos, la madre de Rocío Flores ha concedido una reciente entrevista en la que ha revelado qué sobrenombre con el que se le sigue llamando a la cantante no le gustaba a la artista.
Al hablar de sus progenitores, Rocío Carraco asegura que ambos le inculcaron valores como la lealtad, la gratitud y la sinceridad. «Desde pequeña me repetían: ‘No se miente, no se miente, no se miente’. Y eran muy humildes. De hecho, lo de La más grande a mi madre la mataba», ha indicado.
«No podía con ese título, no lo soportaba, y le costó un disgusto con la casa de discos. Cuando empezaba a despuntar y la gente flipaba con ella y todo eran halagos y ponerla por las nubes, mi abuela le decía: ‘Rocío, hija, no te lo creas, que las madres siguen pariendo fenómenos al mundo todos los días’. De hecho, mi madre no consentía que se criticase a las demás cantantes en su presencia. Incluso se mandó construir un cartelito de madera que colocó en el camerino, y en el que ponía: ‘Prohibido hablar mal de otras compañeras’», ha añadido Rocío en conversación con El Mundo.
Un recuerdo especial
Por otro lado, Rocío Carrasco también ha recordado uno de los recuerdos más especiales que tiene de su madre. «Cuando podía escaparse tres o cuatro días de la gira, venía a Chipiona. Y me decía: ‘Gorda, ve al puesto de Belén y cómprame una bolsa de pipas de cinco duros’. Y allí nos sentábamos las dos, en unos sofás blancos que había en el porche, a comer del paquete de 25 pesetas. Eso es lo que más feliz la hacía del mundo», ha revelado con nostalgia.
Sobre sus veranos en Chipiona, Rocío ha asegurado que «era la niña más feliz del universo». «Mi madre estaba de gira y yo pasaba julio y agosto con mis primas. Una de ellas, Ani, tenía un obrador inmenso en su casa, en la plaza de abastos de Chipiona, y lo que más me gustaba era pasar los días enteros despachando pasteles allí metida. Yo siempre he sido muy chucha, muy golosa, e iba metiendo la mano en todos los cacharros llenos de chocolate, en unas marmitas gigantes como las de Astérix y Obélix, y por cada dulce que vendía me comía dos», ha indicado.
Además, también ha contado que recuerda con mucho cariño los baños que se daba con su padre en la playa de las Tres Piedras cuando todavía era un lugar salvaje y no había nadie.