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El panorama cinematográfico internacional está de luto. Ha sido hace escasos minutos cuando se ha dado a conocer el triste fallecimiento de Olivia Newton-John a los 73 años, dejando a sus seres queridos, y especialmente a su esposo, John Easterling, sumidos en la más absoluta tristeza. De hecho, ha sido él quien ha hecho saber al mundo la noticia a golpe de un comunicado de lo más devastador.
“Olivia Newton-John falleció pacíficamente en su rancho en el sur de California esta mañana, rodeada de familiares y amigos. Les pedimos a todos que respeten la privacidad de la familia durante este momento tan difícil”. Unas palabras con las que el ahora viudo de la actriz y cantante australiana dejaba entrever lo difícil que ha sido esta pérdida. Pero el texto no quedaba ahí, y los más allegados a la artista también han querido ensalzar la labor de la protagonista de Grease en vida, calificándola como “un símbolo de triunfos y esperanza durante más de 30 años compartiendo su viaje con el cáncer de mama. Su inspiración curativa y su experiencia pionera con la medicina vegetal continúan con el Fondo de la Fundación Olivia Newton-John, dedicado a la investigación de la medicina vegetal y el cáncer. En lugar de flores, la familia pide que se hagan donaciones en su memoria”, apuntaban, haciendo especial hincapié en la importancia de los estudios para hacer frente a una de las enfermedades más letales en todos los rincones del planeta: el cáncer.
Esta inesperada noticia para todos los fans de Olivia ha tenido lugar tan solo tres años después de que su ídolo fuera diagnosticada de nuevo de cáncer de mama. Concretamente, Newton-John se encontraba en la etapa cuatro de la enfermedad con metástasis, lo que apuntaba a que estaba atravesando una situación crítica en lo que a su salud se refiere pese a haber vencido ya a esta misma afección en 1992. De hecho, hace casi una década, la actriz protagonizaba en pleno directo televisivo un testimonio para 60 minutes muy poco alentador sobre sí misma: “Para mí, psicológicamente, es mejor no tener ni idea de lo que me espera o cuánto vivió la última persona que tuvo lo que yo tengo”, señalaba, aclarando así que prefería vivir su día a día siendo ajena a lo duro que podría llegar a ser el cáncer que no era tratado a tiempo. Aún así, ni esa poca esperanza consiguió empañar los arduos intentos de la australiana a la hora de recaudar fondos para la investigación de esta enfermedad. Un testigo que ahora han cogido sus familiares de la manera más amarga y dolorosa.
Como no podía ser de otra manera, en los momentos más difíciles de su enfermedad, y por ende de su vida, Olivia ha contado con el apoyo de su marido, el gurú de la salud John Easterling. Ambos se conocieron quince años antes de darse el “sí, quiero”, aunque no fue hasta 2008 cuando decidieron pasar por el altar para sellar, por partida doble, un romance que parece no tener fecha de caducidad.