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Aunque la IA nos ayuda en determinadas cosas de nuestro día a día, no debe nunca sustituir el diagnóstico de un médico. Con el fin de no comer tanta sal a diario, un hombre de 60 años consultó a ChatGTP sobre qué podría hacer para sustituirla y le recomendó bromuro de sodio. Algo que hizo que el hombre tuviera consecuencias graves en su salud. Tal elemento ya no se usa en la cocina porque puede ser muy perjudicial. A raíz de ello desarrolló una enfermedad del siglo XIX, bromismo. Para entender tal afección hay que destacar que, durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando la medicina aún estaba en un proceso de transformación entre la práctica empírica y el inicio de la investigación científica moderna, surgió un término que causó gran inquietud en médicos y pacientes: el bromismo.
Esta enfermedad, hoy prácticamente desconocida, estaba relacionada con la intoxicación por bromuros, compuestos químicos que se usaban como sedantes, hipnóticos y antiepilépticos. En aquel tiempo, el bromuro de potasio se prescribía con gran frecuencia, pues se creía que calmaba los nervios, favorecía el sueño y ayudaba a controlar los ataques epilépticos. Pero no es algo que deba tomarse en la actualidad. Pues su uso indiscriminado y prolongado provocó una serie de síntomas físicos y psicológicos que dieron lugar a este curioso diagnóstico. El bromismo se convirtió en un problema de salud pública en muchos países europeos y americanos, ya que los bromuros se administraban de manera habitual sin un conocimiento profundo de sus efectos secundarios. Los pacientes que sufrían esta intoxicación presentaban afecciones clínicas complejas: alteraciones en la piel, problemas neurológicos, depresión, somnolencia y, en los casos más graves, confusión mental o delirios. La enfermedad reflejaba no sólo la fragilidad de la medicina de la época, sino también los riesgos de emplear sustancias químicas sin una regulación estricta. Y al hombre que consultó a ChatGTP le pasó lo mismo y desarrolló esta enfermedad.
La enfermedad del siglo XIX que acaba de surgir
A medida que avanzaron las investigaciones y se descubrieron los efectos nocivos de estos compuestos, el bromismo fue desapareciendo, hasta quedar relegado a la historia de la medicina como ejemplo de los peligros del uso excesivo de fármacos sin supervisión adecuada. Y es que, durante el siglo XIX, el desarrollo de la química y la farmacología abrió la puerta a nuevas sustancias que prometían revolucionar la práctica médica. El bromuro de potasio, introducido en 1857, fue uno de los fármacos más utilizados para tratar la epilepsia y los trastornos nerviosos.
En una época en la que el conocimiento sobre neurotransmisores o mecanismos de acción farmacológica era todavía limitado, su efecto sedante resultaba atractivo y llevó a que médicos de toda Europa lo recetaran de forma masiva.
No obstante, pronto se observaron efectos secundarios preocupantes. Los pacientes mostraban problemas de concentración, dificultad para coordinar movimientos, cambios en la piel como erupciones o acné severo, además de alteraciones emocionales. Lo que al principio se interpretaba como una consecuencia de la enfermedad original empezó a identificarse como un síndrome propio: el bromismo.
Según el National Institutes of Health (NIH), la intoxicación por bromuros se convirtió en una de las causas más frecuentes de cuadros neurológicos y psiquiátricos iatrogénicos en el siglo XIX.
Síntomas y manifestaciones de la enfermedad del siglo XIX
El bromismo se caracterizaba por un conjunto de síntomas que podían variar en intensidad. Desde el punto de vista físico, los afectados desarrollaban problemas dermatológicos, con erupciones cutáneas persistentes que daban un aspecto enfermizo. También aparecían temblores, fatiga, pérdida de peso y alteraciones digestivas. Sin embargo, los síntomas más llamativos eran de tipo neurológico y psicológico.
Las personas intoxicadas podían presentar depresión profunda, apatía, somnolencia excesiva y, en algunos casos, estados de confusión o alucinaciones. También se describieron episodios de paranoia y dificultad para mantener la memoria reciente.
Estos signos, registrados en manuales médicos de la época, hicieron que se considerara al bromismo no solo como un problema fisiológico, sino como una enfermedad que afectaba de manera integral a la mente y al cuerpo.
La enfermedad y la transición hacia nuevos tratamientos
El auge del bromismo coincidió con un momento crucial en la historia de la medicina, en el que se empezaba a exigir mayor rigor en los tratamientos. La intoxicación por bromuros puso en evidencia la necesidad de regular las prescripciones y de estudiar a fondo los efectos secundarios de los medicamentos.
Con la llegada de los barbitúricos a finales del siglo XIX y, más tarde, de las benzodiacepinas en el siglo XX, los bromuros fueron cayendo en desuso.
Los médicos reconocieron que, aunque los bromuros podían ser eficaces en algunos casos, su toxicidad era demasiado elevada para mantenerlos como opción terapéutica. De hecho, en 1975 la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) clasificó los bromuros como sustancias de riesgo alto, lo que llevó a que quedaran prácticamente excluidos de la práctica clínica moderna.
Lecciones del bromismo para la medicina actual
Aunque hoy el bromismo es una enfermedad casi olvidada, su historia ofrece una enseñanza importante sobre el control y regulación de los fármacos. Muestra cómo la confianza excesiva en una sustancia puede derivar en una epidemia de efectos adversos cuando no se cuenta con estudios clínicos rigurosos.
Actualmente, el bromismo se considera más un tema de interés histórico que una preocupación real de la práctica médica. Sin embargo, el concepto sigue presente en manuales de toxicología, ya que los bromuros aún pueden encontrarse en algunos productos industriales o en ciertos fármacos de uso muy restringido.
La lección de fondo es clara: cada medicamento debe ser evaluado no solo por sus beneficios inmediatos, sino también por sus consecuencias a largo plazo. Y para el hombre de 60 años que consultó este tema a una máquina mucho más, puesto que no le realizó un diagnóstico adecuado.
Sea en temas nutricionales u otros relacionados con la salud, no podemos consultar a la IA como si fuera una salvación. Debemos ir al especialista para comentar posibles síntomas y que nos dé un diagnóstico y tratamiento adecuado. Pues hay cosas que las máquinas no pueden ni deben resolver.