Contenido
- 0.1 Qué significa que una persona siempre se quite los zapatos antes de entrar en casa, según la psicología
- 0.2 La reflexión de la psicóloga Pilar Cebrián sobre los amigos de la infancia: «No son amistades sanas»
- 0.3 Hay una frase de 2 palabras que puede calmar la rabieta de tu hijo en 30 segundos, aunque nadie en España la usa
- 1 Los rasgos de los crecieron en los 60 y los 70
Crecieron en un mundo que cambiaba a gran velocidad, pero que al mismo tiempo conservaba estructuras sólidas. Si creciste en los 60 y los 70, perteneces, en su mayoría, a los últimos Baby Boomers y a la conocida como Generación X, como podemos ver en un artículo publicado por About PR Studio. Su infancia y juventud estuvieron marcadas por transformaciones sociales profundas, como la transición democrática, el desarrollo del estado del bienestar y la expansión de la educación.
Esta combinación de estabilidad familiar y cambio colectivo forjó una manera muy particular de ver la vida, el trabajo y las relaciones personales. Los que crecieron en los 60 y los 70 son personas que aprendieron a vivir sin la inmediatez digital, construyendo relaciones cara a cara y desarrollando una gran capacidad de adaptación cuando la tecnología llegó para quedarse. Pasaron de escribir cartas a utilizar el correo electrónico, de los teléfonos fijos a los móviles inteligentes. Todo ello moldeó perfiles caracterizados por la resiliencia, el sentido de la responsabilidad y una visión realista de los retos cotidianos. Según estudios sobre generaciones elaborados por la UNESCO, esta cohorte destaca por su ética del esfuerzo y por una fuerte conciencia social derivada de haber crecido en contextos de cambio político y económico.
Los rasgos de los crecieron en los 60 y los 70
Uno de los rasgos más claros de quienes nacieron en esta época es la influencia directa de los contextos históricos en su personalidad. Vivieron el final de dictaduras, la consolidación de derechos civiles y la modernización de la sociedad española.
Esto les otorgó una especial sensibilidad hacia los valores democráticos, el respeto a las normas y la importancia del diálogo. La experiencia de haber visto de cerca los límites de la libertad llevó a valorar profundamente la estabilidad institucional y la convivencia social.
Además, fueron testigos de crisis económicas importantes, como las de los años 60 y 90, lo que fortaleció su mentalidad práctica. Aprendieron pronto que el bienestar no era un regalo, sino el resultado de la constancia. Esta generación desarrolló así un fuerte sentido de la planificación, el ahorro y la previsión a largo plazo.
Informes del Colegio Oficial de Psicología de Madrid subrayan que estas cohortes muestran una alta capacidad para gestionar la incertidumbre y una visión prudente de la toma de decisiones.
Valores laborales construidos desde la experiencia
En el ámbito profesional, las personas nacidas en los 60 y los 70, que realmente abarca un gran flujo de la población actual, suelen mostrar una notable lealtad hacia las organizaciones. Para ellos, el trabajo no es solo una fuente de ingresos, sino también un espacio de identidad y pertenencia.
Se formaron en entornos donde el esfuerzo sostenido era premiado y donde la promoción interna se concebía como un objetivo realista. Esto dio lugar a perfiles responsables, comprometidos y con una alta tolerancia a la frustración. Realizaban más horas que los que están acostumbrados los más jóvenes actualmente y aunque la jornada acababa, no estaba bien visto irse el primero.
Otra fortaleza clave es su capacidad de liderazgo sereno. A diferencia de generaciones más jóvenes, que han crecido en entornos más cambiantes, quienes nacieron en los 60 y los 70 tienden a tomar decisiones de manera reflexiva. Analizan riesgos, consultan a su entorno y priorizan la estabilidad del equipo.
Estudios publicados por la IAE Business School sobre dinámicas intergeneracionales en el trabajo señalan que este grupo aporta equilibrio emocional y experiencia estratégica a las organizaciones.
La socialización de esta generación se construyó en espacios físicos: patios de colegio, calles, plazas y reuniones familiares frecuentes. Esto favoreció el desarrollo de habilidades comunicativas directas, capacidad de escucha y una mayor tolerancia a la frustración en las relaciones interpersonales. Saben gestionar conflictos sin recurrir de inmediato a la mediación tecnológica y están acostumbrados a construir vínculos duraderos.
En el plano emocional, suelen mostrar una gran fortaleza interna. No porque no sientan miedo o inseguridad, sino porque aprendieron a convivir con ellos. La cultura de la época no fomentaba la expresión abierta de las emociones, lo que desarrolló una mayor capacidad de autocontrol y de contención en situaciones de estrés.
En pocas ocasiones se hablaba de salud mental, y si alguien tenía un problema, se tapaba, se escondía y no se transmitía directamente. Pocas personas iban al psicólogo, y si se necesita, era algo escondido.
Mentes despiertas: los que nacieron en los 60 y los 70
Sin tecnología apenas, ni redes sociales y mucho menos móviles, sus relaciones personales eran más auténticas. Jugar en la calle era una costumbre, de la misma forma que idear juegos a través de la imaginación. Se escribía a mano y más, se leían libros y , según diversos expertos en educación y psicología, las mentes estaban más despiertas y ahora hay un déficit de atención de niños y jóvenes a causa del uso constante de las redes sociales.
Más pacientes y menos aceleradas
Aunque viven al día, ese toman la vida de manera más paciente. Además, muchos crecieron en ambientes polarizados y participaron en movimientos o cambios históricos.
El legado que aportan a las nuevas generaciones
Hoy, quienes nacieron en los años 60 y 70 ocupan un papel clave como puente entre mundos. Comprenden el valor de la tradición, pero también han aprendido a integrarse en la modernidad digital. Esta doble mirada les permite enseñar a los más jóvenes la importancia de la paciencia, la perseverancia y la responsabilidad, sin quedar al margen de los avances tecnológicos.
Su mayor fortaleza es, precisamente, esa mezcla de realismo y esperanza. Vivieron épocas de grandes dificultades, pero también de grandes logros colectivos. Por eso, aportan un mensaje importante y de enseñanza para las generaciones que vinieron después: el progreso no es instantáneo, se construye con esfuerzo, compromiso y comunidad.
Su experiencia vital se ha convertido en un pilar fundamental para entender la evolución de la sociedad contemporánea y para acompañar a las nuevas generaciones en un mundo cada vez más complejo. Vivieron muchos cambios de golpe y se adaptaron a todos ellos con más o menos medida. Ahora es un gran flujo de la población que tiene hijos pequeños, jóvenes, adultos y hasta son abuelos.








