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Cada llega el invierno, son muchas las personas que suelen notar como sus articulaciones no responde. Puede que sientan las rodillas más delicadas e incluso que tengan dolores, que las manos están más torpes o la espalda necesita unos minutos extra para arrancar. No es que les pase nada raro, no se han s lesionado y, aun así, algo duele más de lo habitual. Para muchas personas, ese empeoramiento coincide siempre con la bajada de temperaturas. ¿Pero por qué tus articulaciones sufren más en invierno?.
Durante años se ha dicho que es cosa del frío, como si fuera una explicación suficiente. Pero la realidad es bastante más compleja. El invierno cambia la forma en la que se comporta el cuerpo, modifica rutinas, altera el movimiento diario y afecta incluso a cómo reaccionan músculos y tejidos internos. Las articulaciones, que ya de por sí son sensibles, acaban pagando esa combinación. Un estudio publicado en Annals of Medicine reveló que las personas con afecciones como la osteoartritis suelen experimentar más dolor en invierno, ya que el frío intensifica sus molestias, lo que subraya la importancia de cuidar nuestras articulaciones. Pero lo curioso es que no sólo lo notan quienes tienen artritis u otras enfermedades diagnosticadas. Personas sanas, activas y sin antecedentes también hablan de rigidez, dolor sordo o sensación de envejecimiento articular en los meses fríos. Y no es una exageración.
Por qué tus articulaciones sufren más en invierno (y no es sólo el frío)
Cuando la temperatura baja, el organismo intenta protegerse. Una de las primeras respuestas es reducir el flujo sanguíneo hacia las extremidades para conservar el calor en los órganos vitales. Eso tiene consecuencias. Menos riego significa músculos más tensos y articulaciones menos “engrasadas”.
Además, el líquido que actúa como lubricante natural de las articulaciones se vuelve más denso en invierno. No desaparece, pero pierde parte de su eficacia. El resultado es fácil de identificar: movimientos más lentos, sensación de pesadez y molestias que antes no estaban ahí.
A todo esto se suma un factor del que se habla poco fuera del ámbito médico: los cambios en la presión atmosférica. Hay personas especialmente sensibles a esas variaciones y lo notan en forma de dolor articular, incluso antes de que cambie el tiempo. No es sugestión. Es algo que se repite en consulta una y otra vez.
Menos movimiento, más problemas
El invierno también cambia cómo nos movemos. Anochece antes, apetece menos salir, se camina menos y se pasa más tiempo sentado. Sin darnos cuenta, reducimos la actividad física diaria. Y las articulaciones no están diseñadas para la inactividad.
Cuando los músculos se debilitan, dejan de proteger bien a las articulaciones. El cartílago sufre más y la rigidez aumenta. Es un círculo bastante común: duele, te mueves menos; te mueves menos, duele más. Con el paso de las semanas, esa dinámica puede acelerar el desgaste articular.
Por eso muchas personas sienten que han envejecido de golpe durante el invierno, aunque en realidad lo que ocurre es una suma de pequeños factores que se van acumulando.
Quiénes lo notan con más intensidad
Las personas mayores suelen ser las más afectadas, porque el desgaste previo se hace más evidente. También quienes conviven con enfermedades como diabetes, problemas de tiroides o patologías autoinmunes, donde la inflamación ya está presente de base.
Los deportistas tampoco se libran. Entrenar con frío sin un buen calentamiento aumenta el riesgo de sobrecargas y lesiones. Músculos rígidos y articulaciones frías no responden igual, y cualquier descuido se paga caro.
Qué puedes hacer para que el invierno no pase factura a tus articulaciones
No se trata de cambiar tu vida, sino de ajustar algunos hábitos.
- Moverse, aunque no apetezca, marca la diferencia. No hace falta salir a correr con frío. Caminar en casa, estirar, hacer ejercicios suaves o mantener rutinas de bajo impacto ayuda mucho más de lo que parece.
- El calor también es un gran aliado. Duchas calientes, compresas térmicas o simplemente abrigar bien las zonas sensibles reducen la rigidez y mejoran la circulación. Muchas personas notan alivio solo con eso.
- La alimentación cuenta. El invierno invita a comidas más pesadas, pero conviene no descuidar nutrientes que ayudan a las articulaciones, como los ácidos grasos saludables o la vitamina D, que suele bajar en los meses con menos sol. Y sí, beber agua sigue siendo importante aunque no tengamos sed.
- También conviene vigilar la postura. Pasar horas encorvado en el sofá o trabajando mal sentado acaba sobrecargando rodillas, espalda y cuello. Son detalles pequeños, pero sostenidos en el tiempo, marcan la diferencia.
Escuchar al cuerpo es clave
El dolor articular en invierno no siempre es una señal de alarma con respecto a las articulaciones, pero tampoco conviene ignorarlo. Si aparece hinchazón, rigidez persistente o molestias que no desaparecen, parar, descansar y aplicar calor puede evitar problemas mayores.
El frío no se puede evitar, pero sí cómo reaccionamos ante él. Entender por qué las articulaciones sufren más en invierno permite cuidarlas mejor y evitar que esos meses se conviertan en una temporada de dolor constante.
