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Solemos tocarnos la cara cuando piensas y como un gesto inconsciente. Sin embargo, detrás de esta conducta cotidiana, numerosos especialistas e instituciones advierten que se esconde una compleja red de procesos psicológicos y neurológicos que revelan cómo funciona nuestra mente. Según datos de Science Direct, el contacto espontáneo con la cara (CEC) es una conducta universal que se repite hasta 800 veces al día en personas de todas las edades y sexos. Este comportamiento está relacionado con la atención, la memoria de trabajo y la regulación emocional. «Cuando pensamos, nos concentramos o nos sentimos incómodos, el cerebro busca formas sutiles de aliviar la tensión interna, y una de las más eficaces es a través del tacto propio, especialmente en el rostro», mencionan.
En este sentido, el Centro Médico UT Southwestern explica que el impulso de tocarnos la cara comienza desde el desarrollo fetal. «Ya en el útero, los bebés se acarician o rozan su propio rostro, lo que sugiere un instinto primario vinculado al desarrollo saludable del sistema nervioso», comentan los expertos. Luego, este gesto se consolida como un hábito inconsciente que cumple varias funciones: aliviar picazón o incomodidad, comunicar emociones y regular el estrés. «Cuando una persona se lleva la mano a la barbilla, se toca los labios o se frota la mejilla mientras piensa, está activando zonas altamente inervadas del rostro, ricas en terminaciones nerviosas, que transmiten señales calmantes al cerebro», afirman. A su vez, sostienen que este mecanismo actúa como una especie de “auto consuelo táctil” que ayuda a enfocar la mente y reducir la carga cognitiva durante el pensamiento intenso.
Si te tocas la cara cuando piensas, tienes esa personalidad
El rostro humano es una de las zonas más sensibles del cuerpo. El especialista en comportamiento Joe Navarro, explica en Psychology Today que nos tocamos la cara por eficiencia neurofisiológica: los nervios faciales son los más cercanos al cerebro, lo que permite una respuesta calmante casi instantánea.
«Estimular áreas como los labios, las mejillas o la frente genera una señal directa a través del nervio trigémino y el nervio facial, activando una sensación de alivio y relajación», menciona Navarro. Por lo tanto, indica que gestos tan simples como apoyar la mano en el mentón o acariciar la nariz pueden ayudar a restablecer el equilibrio emocional en momentos de tensión o concentración profunda.
A su vez, desde el Instituto de Fisioterapia y Medicina Deportiva ACE indican que la frecuencia en que nos toquemos la cara aumenta con el estrés. Cuanto mayor es la carga cognitiva, es decir, la cantidad de información que la mente está procesando, más probable es que aparezcan estos movimientos automáticos.
«Hombres y mujeres tienden a hacerlo de maneras distintas: ellos suelen tocarse la cara, el cuello o los brazos, mientras que ellas recurren más a los gestos con el cabello o las joyas. En ambos casos, el objetivo es el mismo: reducir la tensión interna y restaurar el control emocional», sostienen los profesionales.
¿Cuál es el vínculo entre el rostro, la mente y la identidad?
Más allá del aspecto fisiológico, el acto de tocarse el rostro también refleja una dimensión psicológica más profunda. Según Science Direct, ello contribuye al desarrollo y mantenimiento del sentido del yo y del cuerpo. Es decir, son una forma de reforzar nuestra percepción corporal y nuestra presencia en el entorno.
«Cada contacto con el propio rostro ayuda al cerebro a actualizar la “imagen interna” que tenemos de nosotros mismos, algo que se considera esencial para el equilibrio psicológico», afirman los expertos.
Según miembros de la Universidad Evidentia, el rostro juega un papel crucial en la forma en que nos relacionamos con los demás. «Las expresiones faciales y los gestos asociados a ellas, incluido el tocarse la cara, son reguladores fundamentales de la comunicación interpersonal», aseguran.
Además, explican que, en contextos como negociaciones, entrevistas o conversaciones significativas, los movimientos faciales pueden transmitir rasgos percibidos de confianza, competencia o nerviosismo.
«Por eso, quienes tienden a tocarse la cara cuando piensan pueden ser vistos como personas reflexivas, sensibles o incluso inseguras, dependiendo del contexto y la intensidad del gesto», mencionan autoridades de la Universidad Evidentia.
Tocarse la cara ayuda a concentrarse
No todos los gestos de contacto facial se producen por nerviosismo. Algunos están directamente relacionados con la concentración y el pensamiento analítico. Cuando una persona se toca la barbilla o se pasa los dedos por la sien, su cuerpo puede estar acompañando el proceso mental de tomar decisiones.
Según los expertos del Centro Médico UT Southwestern, esto ocurre porque el contacto activa áreas del cerebro relacionadas con la atención y la integración sensorial. De hecho, en momentos de sobrecarga mental, tocarse el rostro ayuda a “descargar” parte del esfuerzo cognitivo, mejorando la claridad mental.
Asimismo, indican que esto puede servir como señal no verbal de introspección. «Una persona que se cubre la boca mientras reflexiona podría estar intentando mantener la concentración o evitar expresar algo impulsivamente», afirman.
Por lo tanto, estos pequeños gestos que parecen imperceptibles, forman parte del lenguaje corporal con el que la mente se autorregula y se protege frente al exceso de estímulos externos.
