Contenido
- 0.1 El motivo por el que los adolescentes siempre quieren estar en su habitación, según la psicología
- 0.2 Qué significa que algunas personas rechacen los abrazos, la explicación de los psicólogos
- 0.3 Ni los ojos ni la boca: esta parte del cuerpo revela más sobre tus emociones que ninguna otra
- 1 Escuchar para responder, no para entender y discutir
Según la psicóloga y experta en comunicación Brené Brown, cuyo análisis sobre vulnerabilidad y diálogo auténtico ha sido respaldado por instituciones como la Universidad de Houston, gran parte de los conflictos se estancan no por diferencias irreconciliables, sino por mecanismos defensivos que bloquean la escucha activa. El video viral de la terapeuta española Cristina Gutiérrez Lestón refuerza esta idea: en lugar de abordar discutir con curiosidad, asumimos posturas rígidas, personalizamos las críticas o caemos en la trampa de ganar en lugar de comprender. Peor aún: investigaciones de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle revelan que el 60% de los empleados en entornos laborales tensionados evitan confrontaciones por miedo a no controlar emociones, lo que perpetúa problemas no resueltos.
El primer error —y quizá el más grave— es confundir discutir con pelear. Mientras una pelea busca imponer una visión, una discusión saludable debería construir significado compartido. Sin embargo, como señala la Asociación Americana de Psicología (APA), factores como el sesgo de confirmación o la reactancia psicológica (rechazar automáticamente ideas que desafían las nuestras) nos llevan a desviarnos del objetivo inicial. Cristina Gutiérrez lo ejemplifica con un hábito cotidiano: en lugar de preguntar «¿por qué piensas así?», interrumpimos para rebatir con «pero yo…». Este patrón, sumado a la falta de autorregulación emocional —como explica el Informe sobre Habilidades Sociales de la UNESCO (2022)—, profundiza polarizaciones incluso en temas triviales. Un estudio de la Universidad de Harvard (2023) añade que el 78% de las discusiones en redes sociales se vuelven tóxicas porque los participantes ni siquiera leen los argumentos del otro antes de responder.
Escuchar para responder, no para entender y discutir
La experta en comunicación Deborah Tannen (citada en estudios de la Universidad de Georgetown) lo denomina ‘diálogo agonístico’: un intercambio donde priman la competencia y el monólogo disfrazado de conversación. En discusiones así, los participantes no procesan lo que el otro dice, sino que esperan su turno para hablar.
Fuentes como el Manual de Comunicación No Violenta del PNUD recomiendan técnicas como la paráfrasis («¿Entiendo que te sientes…?») para validar emociones antes de exponer argumentos. Un ejercicio útil, según la Clínica Mayo, es practicar la regla del 3: repetir internamente tres ideas clave que dice la otra persona antes de preparar nuestra respuesta.
Descartar el impacto de lo no verbal al discutir
El 93% del mensaje en conflictos se transmite por tono de voz, expresiones faciales o postura. Ignorar esto —por ejemplo, hablar con los brazos cruzados o mirar el celular— envía señales de desinterés que sabotearán incluso los argumentos más sólidos. La psicóloga Amy Cuddy, en su investigación para la Universidad de Princeton, demostró que adoptar una postura abierta (manos visibles, hombros relajados) aumenta la receptividad del interlocutor en un 40%.
Asumir que la empatía es rendición
La APA destaca que, en culturas latinas y mediterráneas, donde la discusión suele ser más apasionada, se estigmatiza erróneamente la empatía como debilidad. Sin embargo, datos de la UNESCO muestran que equipos laborales con entrenamiento en inteligencia emocional resuelven conflictos un 40% más rápido.
Un caso real: la empresa Zappos implementó talleres de escucha radical, donde los empleados deben repetir el argumento del otro antes de dar su opinión. El resultado fue una reducción del 30% en malentendidos internos, según un informe de Forbes (2023).
No definir un propósito claro
¿Discutir busca resolver, ventilar o consensuar? Sin esta brújula —recomienda el Instituto Europeo de Psicología Positiva—, es fácil caer en círculos viciosos. Ejemplo: en parejas, el 70% de las discusiones recurrentes giran alrededor de problemas no nombrados (como distribución de tareas) bajo la fachada de otros temas. La terapeuta Esther Perel sugiere empezar con frases como «¿Qué necesitamos lograr hoy con esta conversación?» para alinear expectativas.
Ignorar el poder del silencio
Terapeutas insisten en que las pausas intencionales reducen la escalada emocional. Silencios bien usados dan espacio para reflexión y rebajan la hostilidad. En Japón, la técnica Hanseri (reflexión silenciosa antes de responder) es clave en negociaciones empresariales, según la Universidad de Tokio.
No cerrar acuerdos mínimos
Frases como «no es para tanto» invalidan sentimientos y agravan conflictos. En cambio, reconocer emociones («Veo que esto te frustra») genera seguridad psicológica.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) enfatiza que, incluso si no hay consenso total, se debe pactar un siguiente paso concreto (ej.: «Quedamos en investigar ambos lados del tema y hablar mañana»).
¿Cómo discutir mejor?
Cambiar estos patrones exige práctica, pero herramientas como las de la Comunicación No Violenta (CNV) —avaladas por la ONU— proponen pasos concretos: observar sin juzgar, identificar necesidades propias y ajenas, y hacer peticiones (no exigencias).
Como resume Gutiérrez: «Una discusión no es un combate de boxeo; es un baile donde a veces toca seguir el ritmo del otro». Para empezar, prueba hoy mismo la técnica del 30-70: hablar solo el 30% y escuchar el 70% restante.