El significado de que alguien revise todo el rato su teléfono, según la psicología

Psicología

El significado de que alguien revise todo el rato su teléfono, según la psicología

La modernidad se ha convertido en una era hiperconectada donde el teléfono móvil es ya para muchos una extensión de nuestro cuerpo. Desde que nos levantamos, lo utilizamos para las actividades cotidianas como el trabajo o el estudio, las aplicaciones y redes sociales. A su vez, está a nuestro alcance en casa, el transporte público o mientras compartimos una salida con amigos o nuestra pareja. Es importante para la salud conocer qué significa revisar todo el rato el teléfono. En este sentido, para muchas personas esta conducta podría parecer inofensiva o simplemente ser una consecuencia del progreso tecnológico. Sin embargo, despierta señales de alerta en el campo de la psicología y la neurociencia.

En base a ello muchos especialistas e instituciones académicas, si revisar el móvil se convierte en un acto repetitivo e incontrolable, estamos hablando de un fenómeno con nombre propio: adicción al teléfono, o nomofobia. Revisar el móvil de manera constante va mucho más allá de una simple costumbre moderna. Según la Clínica López Ibor, si alguien deja de disfrutar de otras actividades, desatiende sus responsabilidades o relaciones personales por no poder separarse de su teléfono, podría estar ante un caso de adicción. «Esta conducta compulsiva responde a una necesidad de gratificación inmediata, de evasión o de evitar el temido aburrimiento», comentan los expertos. A su vez, destacan que quienes lo experimentan no solo revisan su teléfono sin motivo aparente, sino que también sienten ansiedad si no lo tienen cerca o si pasan varios minutos sin mirarlo. Además, advierten que no se trata de demonizar la tecnología, sino de usar el móvil con consciencia.

¿Qué impulsa a revisar el teléfono todo el rato?

El Doctor Maxi Heitmayer, psicólogo social de la Escuela de Economía y Ciencia Política (LSE) de Londres, estudia este comportamiento con detalle y afirma que las personas tienden a consultar su teléfono especialmente en momentos sueltos o sin algo realmente que hacer entre tareas.

«Cuando terminamos una actividad y vamos a comenzar otra, el teléfono actúa como un “puente” para llenar ese breve vacío. También lo usamos más frecuentemente durante trabajos más complicados o situaciones estresantes, como una forma inconsciente de “alivio” mental», explica el profesional.

Por lo tanto, considera que este patrón revela que el móvil no solo nos sirve como herramienta, sino como vía de escape emocional. Nos proporciona una pausa, aunque sea mínima, en momentos en los que queremos evitar la presión, la ansiedad o incluso el aburrimiento. Es como una desconexión de algo que supone una carga. Así, y según  Heitmayer, el problema surge cuando estas pequeñas pausas se vuelven repetitivas, automáticas y difíciles de controlar.

¿Cómo afecta a nuestras relaciones personales mirar todo el rato el teléfono?

Las consecuencias de esta conducta no se limitan al plano individual. La socióloga Sherry Turkle de la Universidad de California ha demostrado que el uso constante del teléfono deteriora la calidad de nuestras interacciones sociales.

Según la profesional, algunos de los efectos más preocupantes es que se generen conversaciones superficiales, la pérdida de empatía y la falta de conexión emocional. Además, menciona que incluso tener el móvil sobre la mesa durante una comida reduce la intimidad del diálogo.

«No es necesario estar mirándolo; su sola presencia nos recuerda que hay algo más que podría requerir nuestra atención. Esto genera una fragmentación de la concentración y hace que las relaciones se vuelvan más frágiles y menos profundas», afirma.

Una falsa promesa de control

Los teléfonos prometen que nunca estaremos solos, que siempre habrá algo que hacer, que podemos evitar cualquier momento incómodo con solo un toque. Pero esa falsa sensación de control es, en realidad, una forma de distracción constante.  Y a la larga, nada bueno para nuestra mente.

La socióloga Turkle advierte que hemos perdido la capacidad de aburrirnos, y con ello, de dejar que nuestra mente descanse y procese la vida. «El aburrimiento no es un fallo, sino una función necesaria del cerebro para reorganizar ideas, conectar recuerdos y fomentar la creatividad», explica. Sin embargo, al impedirle ese espacio, el teléfono es  un estado de hiperactividad mental que nos puede agotar emocionalmente.

El móvil: evasión frente a la soledad y gratificación instantánea

Las causas que se esconden detrás de la adicción al móvil son diversas y complejas. Por un lado, está la necesidad de conectividad constante, que se manifiesta en la urgencia por responder mensajes, revisar redes sociales o consultar noticias.

Los especialistas de la Clínica Lópe Ibor aseguran que cada “me gusta”, cada comentario o cada mensaje genera una pequeña dosis de dopamina, el neurotransmisor del placer. Esto refuerza el comportamiento y lo vuelve más adictivo con el tiempo.

También indican que el móvil actúa como refugio emocional porque permite escapar de situaciones incómodas o del simple silencio. En lugar de enfrentar el aburrimiento, la soledad o la incertidumbre, buscamos estímulos inmediatos que nos distraigan. «El patrón de evasión puede convertirse en hábito y, en muchos casos, el móvil suple carencias afectivas o sociales, lo que agrava la dependencia», aseguran.

El FOMO: miedo a quedar fuera de todo

Otro concepto clave en este fenómeno es el FOMO, es decir, el miedo a perderse algo importante. Esta sensación empuja a las personas a revisar el teléfono constantemente por temor a no estar al tanto de las últimas novedades, eventos o conversaciones.

Esta ansiedad por la hiper actualización afecta especialmente a los jóvenes, pero también se extiende a adultos que basan su identidad en la conexión permanente. A pesar de haber estado años sin un móvil e incluso sin Internet.

En este sentido, la ironía es que, en ese intento por estar siempre presentes en lo digital, descuidamos nuestra presencia en el mundo real de encuentros y conversaciones con familiares y amigos.

En general, la solución no está en eliminar las redes ni en responder todo de inmediato, sino en fomentar una convivencia más empática entre tecnología y emociones. Comprender por qué actuamos así es el primer paso para generar relaciones más sanas en la era digital. La clave está en adaptar la tecnología a las propias necesidades.

 

 

 

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