Contenido
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- 1 Los errores que debes evitar hacer cuando practicas yoga
Cuando se trata de hacer yoga, seguro que habrás notado que hay días en los que te deja como nuevo: respiras mejor, notas el cuerpo más ligero y parece que todo encaja. Pero también te habrás dado cuenta de que existen esos días en los que haces exactamente la misma rutina, pero nada fluye. Puede que sientas que las piernas te pesan, la mente va a su aire y sales de la esterilla con la sensación de no haber conectado del todo. Le pasa a cualquiera, incluso a quienes llevan años practicando, si bien existen algunos errores dentro del yoga, que todos cometemos pero que se pueden evitar.
A veces pensamos que el problema es la falta de forma o que deberíamos hacer sesiones más largas, pero muchas veces la clave está en detalles que se nos escapan. Pequeños hábitos que repetimos casi sin pensar , como por ejemplo entrar fríos en una postura, aguantar la respiración, forzar un poco más de la cuenta, y que terminan afectando al resultado final. El yoga es suave, sí, pero también muy sensible a cómo lo ejecutamos y por ello debemos evitar a toda costa errores como los que ahora te enumeramos.
Los errores que debes evitar hacer cuando practicas yoga
Si practicas yoga y deseas evitar errores, merece la pena revisar qué estamos haciendo y cómo lo estamos haciendo. No es cuestión de técnica perfecta ni de doblarse más que nadie, sino de entender mejor el propio cuerpo. A continuación, repasamos cinco errores muy comunes que pueden estar frenando tus avances sin que lo notes.
Saltarse el calentamiento
Entrar directamente en una postura exigente es una de las formas más rápidas de lesionarse. El cuerpo necesita unos minutos para despertar: aumentar la temperatura, mover articulaciones y activar músculos antes de pedirles estiramientos profundos. Movimientos como Bhujangasana, que es la llamada pose de la cobra, giros suaves, marchas controladas o Pavanmuktasana funcionan como una transición natural hacia la práctica. Ese calentamiento de 5 a 10 minutos no es un capricho; mejora la movilidad, afina la coordinación y ayuda a que la sesión sea más eficaz. Curiosamente, la mayoría de personas nota que, cuando calientan bien, incluso las posturas que antes parecían imposibles se sienten mucho más accesibles.
No prestar atención a la respiración
La respiración lo cambia todo. Hay quien la acelera sin darse cuenta o la hace tan superficial que el cuerpo no llega a relajarse. En yoga, respirar es casi como marcar el ritmo interno de la práctica: inhalas al abrirte, exhalas al plegarte. Cuando ese patrón se respeta, los movimientos salen de forma más fluida y la mente se concentra con más facilidad. Profesores como Akshar insisten en que la respiración consciente es lo que mantiene la estabilidad en las transiciones. Al principio cuesta, pero dedicar unos segundos a observar cómo respiras antes de empezar marca una diferencia enorme.
Saltarse la relajación final
En cuanto termina la última postura, muchas personas recogen la esterilla y siguen con su día, pero la relajación (sea tumbado o sentado con la espalda erguida) es una parte esencial de la práctica. Ese momento deja que el sistema nervioso se asiente, que el pulso vuelva a su ritmo natural y que la mente procese lo que acaba de hacer. Hay estudios que apuntan a que esta pausa mejora la claridad mental y la estabilidad emocional. No hace falta permanecer largos minutos: basta con soltar tensiones de forma consciente, cerrar los ojos y permitir que el cuerpo integre el trabajo. Es, en cierto modo, la parte que hace que todo lo demás tenga sentido.
Obsesionarse con la postura perfecta
Las redes sociales nos han hecho creer que el yoga consiste en replicar posturas impecables, pero la realidad es otra. Cada cuerpo tiene una historia, un rango de movimiento y un ritmo distinto. Forzar para encajar en un modelo ideal solo genera frustración. Dividir las posturas complejas en pasos, usar bloques, modificar apoyos o reducir el ángulo no es “hacer menos”, es practicar con inteligencia. La comodidad y la respiración deberían ser siempre la referencia. Con el tiempo, el cuerpo se abre, pero si se fuerza, se bloquea. La obsesión por “la pose de la foto” es el enemigo silencioso de muchos practicantes.
Ignorar el dolor o la incomodidad
Aquí es donde más se equivocan quienes empiezan, pero también quienes llevan cierto tiempo practicando yoga. Un estiramiento intenso es normal, pero un dolor agudo es una señal clara de que hay que parar. Mucha gente aguanta pensando que así avanza antes, cuando en realidad está haciendo justo lo contrario: crear tensión, sobrecargar articulaciones y arriesgarse a una lesión que puede alejarles semanas de la práctica. El yoga debería darte energía, no quitártela. Si una postura te molesta, retrocede un paso, cambia la posición o pide una alternativa. Escuchar el cuerpo es una habilidad que también se entrena.
Un último apunte para mejorar tu práctica
Si notas que tu evolución se ha estancado, no siempre significa que necesites sesiones más intensas; a veces basta con ajustar estos detalles. Practicar con más consciencia, sin prisas y sin compararte, suele transformar mucho más la experiencia que añadir minutos o repeticiones. La práctica responde a cómo la tratas: con atención mejora, con prisa se resiste. Y cuando encuentras ese punto en el que todo encaja, el yoga deja de ser un ejercicio más y se convierte en un práctica que seguro, siempre apetece.






