Suena la alarma, sales de la cama… y hay dos opciones antes de irte: hacerla o dejarla como está, con las sábanas revueltas. Si la haces, sabes que al volver te espera una cama limpia, lista para tumbarse, y que visualmente da sensación de orden, calma y cierto control. Por otro lado, si la dejas como está, el cuarto se ve desordenado y transmite una especie de dejadez difícil de ignorar.
Las dos decisiones parecen pequeñas, rutinarias. Pero según una psicóloga experta en conducta, el simple gesto de no hacer la cama por las mañanas habla sobre cómo eres.
Dejar la cama sin hacer no es sólo una costumbre
La psicóloga Leticia Martín Enjuto lleva tiempo observando patrones de comportamiento relacionados con los hábitos más básicos. Y entre ellos, el de hacer o no hacer la cama tiene más peso del que parece.
«Las pequeñas decisiones esconden mucho más de lo que se ve«, asegura. Según ella, la cama sin hacer puede mostrar siete rasgos que se repiten con frecuencia entre quienes optan por saltarse esa tarea.
1. Tendencia a posponerlo todo
¿Te dices cada domingo que el lunes empiezas con la rutina de hacer la cama y nunca lo cumples? No eres el único. Esa promesa rota es típica de personas que arrastran la procrastinación a casi todos los terrenos de su vida: casa, trabajo, estudios… no hay excepción. Aplazan, postergan, lo dejan para después. Y esa inercia empieza por las sábanas.
2. Rutinas flexibles (a veces demasiado)
Quien hace la cama cada día suele tener horarios marcados y cierta rigidez en su organización. El que la deja, en cambio, va improvisando. No vive pendiente del reloj y se adapta bien a los cambios. ¿Es malo? No necesariamente, pero según Enjuto, muchas veces esa «flexibilidad» acaba en caos.
3. Rechazo a normas impuestas
Desde pequeños nos dicen que la cama hay que hacerla. Por eso hay quien, sin darse cuenta, deja de hacerla como forma de rebelión silenciosa. Lo que no tiene sentido para uno, se ignora. En su cabeza, no hacerla es un gesto de libertad.
4. Ganas de llevar las riendas
Hay quien busca recuperar el control en lo cotidiano. Y en ese contexto, decidir no hacer la cama puede ser una forma (mínima, pero simbólica) de marcar territorio. Yo decido qué hago y cómo.
5. Mente creativa, entorno caótico
Suele ocurrir: creatividad y orden no siempre van de la mano. Algunos cerebros necesitan cierto «desorden funcional» para que las ideas fluyan. No es vaguería, es otro tipo de lógica.
6. Bajón anímico o falta de energía
Cuando el desorden se extiende más allá del dormitorio, puede haber algo más. Cansancio acumulado, desmotivación o incluso tristeza profunda. Si todo cuesta, hacer la cama también. Y ese gesto mínimo se convierte en un reflejo de cómo está el resto.
7. Necesidad de espacio personal
Para algunos, dejar la cama sin hacer no es un despiste: es una forma de decir «esto lo decido yo». Quieren vivir con sus propias reglas, sin tener que dar explicaciones. No se trata de ser sucios, sino de sentirse libres.