El padre de familia. El que trabaja, provee, sostiene. Durante décadas, ese fue el molde que muchos hombres aceptaron sin cuestionar. Así debía ser, o eso creían. Pero cuando se alcanza la barrera de los 80, lo que antes parecía un deber incuestionable empieza a perder importancia. Lo que queda no es el cargo, ni el sueldo. Lo que queda es lo que se hizo… y, a veces, lo que no se hizo sigue resonando en la mente de quienes ya lo han vivido todo.
El creador de contenidos Jaime Gumiel ha salido a la calle para comprobarlo. Su vídeo, que ya supera las 20.000 visualizaciones, recoge testimonios de hombres mayores a los que pregunta directamente si se arrepienten de algo en la vida, si volverían a los 25, y qué le dirían a los jóvenes de hoy.
Las respuestas, más que entrevistas, terminan siendo confesiones. Y entre todas ellas, hay una que se repite con fuerza: no haber estado más tiempo con la familia.
El trabajo como centro… y como excusa
En un contexto donde el rol del hombre era ser proveedor, muchos dedicaron su vida entera a trabajar. Horas interminables, años sin descanso, con la idea de que estaban haciendo lo correcto. Pero ese sacrificio tuvo un coste. Y hoy, a los 80 lo admiten: el trabajo ocupó tanto espacio que acabó desplazando todo lo demás.
Algunos lo dicen con nostalgia, otros con un toque de resignación. «Me arrepiento de haber trabajado tanto y no haber pasado más tiempo con mis hijos«, reconoce uno de ellos. Otro cuenta que, tras toda una vida de esfuerzo, siente que apenas conoció a su familia de verdad. «Te pasas los días pensando que ya habrá tiempo. Y ese tiempo se va. Se va sin avisar.»
El estudio de Harvard liderado por el psiquiatra Robert Waldinger ya reflejaba esta tendencia. Entre los hombres mayores, el arrepentimiento más frecuente no tiene que ver con lo material, sino con lo emocional. No haber estado presentes, no haber hablado más, no haber mostrado lo que sentían. Durante mucho tiempo, llorar era una señal de debilidad. Decir ‘te quiero’ parecía innecesario. Hoy, muchos reconocen que esa contención emocional fue una carga inútil.
El tiempo perdido no se recupera, pero sí puede servir de enseñanza
Casi todos los entrevistados coinciden en algo: volverían a tener 25 años sin pensarlo. Pero con la cabeza que tienen ahora. Con la conciencia de que el tiempo es limitado. Uno lo resume así: «Yo me he ganado la vida con trabajo y sacrificio. Pero si pudiera repetir, pasaría más tiempo con los míos. Eso es lo que te llena de verdad.»
También comparten otro sentimiento: la traición desde dentro. No de enemigos, sino de personas cercanas. Uno cuenta cómo dio en vida sus propiedades a sus hijas, y una de ellas acabó vendiéndolo todo por dinero. No se queja con rencor, pero sí con dolor. Porque, como dice, «la puñalada que más duele es la que viene de quien conoces«.
Los hombres que hoy superan los 80 no buscan culpas, sino dar perspectiva. «Disfrutad de la vida mientras podáis. No os olvidéis de lo que importa», repite uno de ellos. Y lo que importa, insisten, no es el currículum. Es estar. Es compartir. Es mirar atrás y no echar de menos momentos que no viviste por estar demasiado ocupado.