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Durante más de 45 años, un grupo de investigadores liderado por el psicometrista Julian Stanley estudió a miles de menores con altas capacidades intelectuales. El Estudio Matemático de Jóvenes Precoces (SMPY, por sus siglas en inglés), desarrollado en la Universidad Johns Hopkins, analizó cómo se desarrollaban cognitivamente estos niños más inteligentes a lo largo del tiempo, qué factores favorecían su evolución y cuáles no tenían tanto peso como se creía.
Entre los participantes se encontraban personas que más tarde se harían mundialmente conocidas, como Mark Zuckerberg, Sergey Brin o Lady Gaga. Pero más allá de las biografías individuales, el estudio arrojó resultados concluyentes que ayudaron a entender qué puede potenciar la inteligencia desde una edad temprana. Uno de los hábitos detectados se relaciona directamente con la exposición a tareas variadas y su efecto en el cerebro en desarrollo.
¿Cuál es el hábito diario que hace a los niños más inteligentes según el SMPY?
Uno de los hallazgos más sólidos del SMPY fue que la exposición cotidiana a actividades diversas favorece el desarrollo cognitivo, en otras palabras: incrementar las experiencias de vida hace más inteligentes a los niños.
Se observó que los menores que participaban de manera habitual en distintas tareas (desde música hasta deportes, pasando por juegos lógicos, lectura o experimentación científica básica) mostraban un crecimiento más sostenido en sus habilidades intelectuales.
Esto no implica saturar la agenda de un menor, sino incluir variedad en sus rutinas. El cambio frecuente de tipo de actividad activa distintas áreas del cerebro, algo que se ha relacionado con una mayor capacidad de razonamiento, resolución de problemas y toma de decisiones.
Estas son algunas de las áreas que se estimulan con la variedad de tareas:
- Área lingüística: mediante la lectura, escritura o narración de historias.
- Área lógico-matemática: con rompecabezas, juegos de estrategia o cálculo mental.
- Área sensorial-motriz: al practicar deportes o actividades físicas como bailar, correr, trepar o saltar.
- Área artística y creativa: al dibujar, tocar un instrumento o realizar manualidades.
- Área socioemocional: al participar en juegos cooperativos o actividades grupales.
La relación entre mentalidad, habilidad y conocimiento
El estudio también abordó la idea de que las mentalidades pueden reforzar o limitar el desarrollo intelectual. En particular, se identificaron ciertas creencias autolimitantes que pueden obstaculizar el aprendizaje, como el miedo al fracaso. Según los investigadores, cuando un menor es alentado a intentar cosas nuevas y fracasar sin consecuencias negativas, es más probable que desarrolle una mentalidad de crecimiento.
Esta mentalidad se apoya en tres pilares:
- Mentalidad: actitud ante los desafíos, errores y nuevas experiencias.
- Habilidades: competencias adquiridas para aplicar conocimientos en contextos reales.
- Conocimiento: datos, hechos e información adquirida formal e informalmente.
Cuando estos tres aspectos se integran, los menores no solo aprenden, sino que además aplican lo aprendido de forma funcional. Esto se traduce en decisiones más acertadas, respuestas rápidas y soluciones creativas.
Aprendizaje experiencial y conocimiento tácito
Otro punto destacado en la investigación fue el valor del conocimiento que no se aprende en los libros. El llamado conocimiento tácito se adquiere mediante la experiencia, al hacer algo repetidamente o al observar cómo lo hacen los demás. En términos educativos, esto se traduce en aprender haciendo, una estrategia que refuerza la comprensión y retención.
Este tipo de aprendizaje promueve:
- Resolución práctica de problemas.
- Desarrollo de autonomía.
- Confianza en la toma de decisiones.
- Mayor adaptabilidad ante situaciones nuevas.
La variedad de tareas no sólo permite adquirir nuevas habilidades, sino que además contribuye a descubrir y superar creencias limitantes que pueden frenar el potencial cognitivo.