A los 65 años se hacen evidentes ciertos cambios: la memoria ya no responde como antes, cuesta un poco más mantener la atención y a veces se nota que las cosas se procesan con menos soltura. Son detalles pequeños, sí, pero suficientes para darse cuenta de que algo está cambiando.
La buena noticia es que no todo está perdido, pues a esas alturas de la vida también se gana algo muy valioso: el tiempo disponible. Y con él, nuevas posibilidades.
La cuestión es saber elegir. Apostar por actividades que no sólo entretienen, sino que ayudan a mantener la mente despierta. Y entre todas las opciones que existen, hay una que destaca por encima del resto. Es muy antigua, retadora y muy útil: aprender un idioma.
El pasatiempo que entrena el cerebro y abre puertas
No hace falta ser políglota ni tener una memoria sobrenatural. Aprender un idioma (aunque sólo sea uno) es uno de los ejercicios más completos para el cerebro. Y a los 65, se convierte en un entrenamiento inmenso.
Podría parecer que esta afición es cosa de niños o de universitarios. Pero la realidad es que en la tercera edad, aprender un idioma funciona casi como un seguro de salud mental.
Un artículo de la Universidad de Chicago desmonta el mito de que los adultos no pueden aprender con eficacia. La realidad es que no sólo pueden, sino que parten con ventaja: tienen método, saben lo que quieren y entienden el valor real de lo que están aprendiendo.
Lo que sorprende es la cantidad de beneficios que se activan con algo tan simple como dedicar media hora al día a practicar una lengua nueva. Mejora la concentración y la memoria a la vez que retrasa la aparición de enfermedades como el Alzheimer. Algunas investigaciones hablan de hasta cuatro años de diferencia.
Además, hablar otro idioma permite conectar con otras personas, ampliar el círculo, romper el aislamiento que a veces se cuela sin avisar. Porque no se trata solo de aprender verbos y gramática, sino de volver a sentirse parte de algo, de abrir la mente y, con ella, el mundo.
¿Cómo aprender un idioma nuevo a los 65 años?
Lo ideal es empezar despacio, sin exigencias. Aprender diez palabras por semana, ver una serie en versión original con subtítulos, apuntarse a un grupo de conversación… todo suma. La clave está en repetir, equivocarse, insistir.
Hay recursos para todos los gustos. Las aplicaciones móviles como Duolingo o Babbel son una buena puerta de entrada. Fáciles, accesibles, y lo mejor es que no exigen horarios. Pero si lo que se busca es un aprendizaje más humano, más cercano, las academias o los cursos en centros culturales ofrecen algo que el móvil no puede dar, y esa es la compañía.
También está la opción de lanzarse a la aventura. Viajar al extranjero, aunque sea solo una vez, ayuda a soltar la lengua más que cualquier manual. No se trata de irse a vivir fuera, sino de hacer del idioma algo real, algo que se usa y que se disfruta.