Suena la alarma, la apagas. Vuelve a sonar y se apaga otra vez, casi sin que te des cuenta. Y así pasa la mañana, de las 6 a las 9, como si hubiese sido un parpadeo. Entre medias pasaron horas en las que volvió a fallar el intento de madrugar. Lo peor es que se repite varios días, semanas, meses y al final pasa todo el año con la misma historia.
Si eres de quienes arrastran este combate diario, no estás solo. Kim Schewitz, reportera de salud, estaba igual. Vivía cansada, apagando el despertador una y otra vez, pero ahora presume de un hábito muy simple para madrugar que le ha devuelto energía y la sensación de empezar con el pie derecho.
Este es el sencillo hábito que puede ayudarte a madrugar con menos pereza
Schewitz llevaba años intentando levantarse antes sin éxito. Cada noche se prometía que al día siguiente arrancaría pronto, aunque por la mañana caía en la misma trampa. La oportunidad llegó casi sin querer, después de un viaje a Sri Lanka. Volvió con el horario desajustado y, durante unos días, amanecía sola, sin necesidad de despertador. Aprovechó ese margen inesperado y reservó una clase de yoga temprano.
La sorpresa llegó al salir del estudio. No tenía sueño, al contrario: se notaba más ligera que en cualquier otra mañana. Repitió al día siguiente. Y al otro. Ese pequeño arranque se convirtió en un punto de inflexión.
Descubrió que mover el cuerpo antes del trabajo cambiaba por completo la sensación con la que afrontaba la jornada. A veces iba a pilates, otras simplemente caminaba hasta una cafetería y se llevaba un café caliente para el camino. Nada épico. Solo algo que le gustaba.
Ahí estaba el truco, madrugar para hacer algo que apetece y no para cumplir una obligación. Su cerebro dejó de asociar la mañana con castigo.
Además, se apuntaba a clases con reserva previa, y eso añadía cierta presión. Si no acudía, perdía dinero. Aquello evitaba que siguiera encerrada bajo el edredón. El compromiso económico y la urgencia funcionan mejor de lo que solemos admitir.
Con el tiempo, su rutina se convirtió en despertarse cerca de las 7, lavarse la cara, ponerse protector solar, vestirse escuchando la radio, moverse durante tres cuartos de hora y volver con un café en la mano. A las 9 ya estaba lista para trabajar. Buscaba sentirse bien, y lo consiguió.
Por qué este truco funciona tan bien para madrugar
La clave es psicológica. Cambiar un hábito tan arraigado exige un incentivo real, no una amenaza. Si te levantas solo porque «deberías», la cama gana. Si en cambio asocias el despertar a un placer cercano, el cuerpo responde distinto. Una caminata corta, un café que te gusta, una clase cuyo ambiente te anima.
Además, levantarte y moverte rompe la inercia del sueño. Quedarte en la cama, aunque parezca más cómodo, prolonga la niebla mental. Basta un poco de actividad para despejar la cabeza y evitar la sensación de día perdido. Schewitz lo vio claro: los días que cedía al «snooze» terminaba agotada, incluso durmiendo más.
Su estrategia combina motivación, movimiento y un compromiso que evita excusas. Nada místico, sólo un hábito construido con lógica y constancia. Si madrugar se te hace un muro, quizá te toque copiarle la idea, reserva un pequeño placer para la mañana y dale un motivo real a tu despertador.
