«Estaba harta de la España que se mostraba desde el Estado, una imagen de cara a los extranjeros. Fui a contracorriente y me encontré un país de gente muy humilde, que apenas habían salido de sus pueblos si no era para emigrar». La fotografía de Cristina García Rodero (Puertollano, 1949), Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2005 y la primera española en ingresar en la prestigiosa Agencia Magnum, encierra la belleza de lo sencillo, a la vez que ampara la dureza de la vida de los hombres y las mujeres que habitaban y trabajaban en el ámbito rural. Una España donde no hay ni alta costura ni modistillas que corren de su taller a una casa burguesa con un Pedro Rodríguez envuelto en papel de seda. Una España donde la tradición mandaba y el color negro se imponía.
García Rodero, que es una de las grandes fotógrafas de nuestro tiempo junto a Ramón Masats o Rafael Sanz Lobato, ha recorrido miles de kilómetros por toda España buscando –y encontrando– la singularidad de los personajes populares. Esos que en su medio más autóctono, a menudo, sólo son uno más. Hasta el 18 de agosto, 152 de estas fotografías se pueden ver en Cristina García Rodero. España oculta, una exposición que ella misma ha comisariado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Tras su paso por Madrid, se podrá ver en el Centro Cultural La Malagueta de la Diputación de Málaga, el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca y el Museu Fundación Juan March de Palma.
El primer equipo fotográfico –Pentax– que García Rodero compró fue gracias a una beca de 180.000 pesetas de la Fundación Juan March en 1973. Año en el que Luis Carrero Blanco es nombrado presidente del Gobierno en junio y el mismo año en el que es asesinado por ETA; con la consiguiente sucesión de Carlos Arias Navarro, quien en 1975 daría la noticia de la muerte de Francisco Franco. Un año en el que el coche más vendido era el Seat 127 o en el que Augusto Pinochet da un golpe militar en Chile, comenzando una dictadura que duraría hasta 1990.
García Rodero, gracias a aquella ayuda económica, que le «cambió la vida», reconoce, recorrió durante un año los pueblos de España documentando las ceremonias, ritos, tradiciones y formas de vida de los españoles de los años 70. Y lo que encontró a su paso fue una España misteriosa y sorprendente, llena de espacios para la magia, la superstición y una gran devoción religiosa. Retrataba lo que veía y no lo enjuiciaba. Todo eso lo retrató con su cámara y lo mostró en su libro: La España oculta, que va a ser reeditado ahora.
Un libro que fijó el rostro y el espíritu de un momento muy especial del país y que se convirtió, además, en un hito fundamental de la historia de la fotografía en España. «Mi deseo de aventura, de conocer, me llevó a la fotografía. Iba para pintora –tuvo de profesor a Antonio López–, pero la pintura es encerrarte en el estudio en soledad», apunta en una charla con Natividad Pulido.
El alma de la España popular
«Intenté fotografiar el alma misteriosa, verdadera y mágica de la España popular, con su pasión, el amor, el humor, la ternura, la rabia, el dolor, con su verdad; y los momentos más intensos y plenos en la vida de los personajes, tan simples como irresistibles, con toda su fuerza interior, en un desafío personal que me dio fuerza y comprensión y en el que invertí todo mi corazón», explica García Rodero.
En 2023 se estrenó el documental Cristina García Rodero. La mirada oculta, dirigido por Carlota Nelson y producido por Wanda Films, en el que la fotógrafa recorre lugares y fiestas, al tiempo que repasa su propia vida y experiencias. Destacan de ella la gran valentía que tiene a la hora de caminar por espacios incómodos, viendo encuadres que otros ojos no vemos.
«Encontré una España de puertas abiertas y de gente muy humilde que te invitaba a merendar, desayunar o dormir en su casa porque no podías estar sola. Creo que aquella gente se asombraba tanto de mi presencia que me protegían», detalla.
Una cámara a contracorriente
En los años 80 todos los objetivos de los fotógrafos del momento se centraron en La Movida, ese movimiento social, cultural y musical que se desarrolló fundamentalmente en Madrid y que siempre ha sido tildado de radical, revolucionario y aperturista, el cual trajo espacios poco explorados durante la dictadura, algunos de ellos nefastos en términos de salud pública. La cámara de Alberto García-Alix es, probablemente, uno de los testigos más potentes de aquel mundo contundente y también sórdido, en algunos de sus espacios.
García Rodero, sin embargo, pasó de largo por aquel escenario underground para interesarse por esa vertiente social que nada tiene que ver con lo moderno, sino más bien con lo rural, lo tosco, lo duro y lo recio. Las telas de sus retratos nada tienen que ver con el cuero de las chupas de los rockeros de Malasaña, los tejidos de las personas que salen a campo abierto son rudas, incluso ásperas.
Escenarios dominados por el delantal y la existencia en los armarios de un solo traje de fiesta, ese de los domingos que sólo se usaba para acudir a los festejos populares, a las bodas e incluso a los entierros propios.
En alguna ocasión, a García Rodero le han dicho que «sus viejitas ya no existen». Esas de negro, con pañuelo y mandil que están en la puerta de casa o vienen de la compra o de misa. Sin embargo, eso no es cierto, sí que existen, pero a menudo tendemos a ignorar su existencia.
«Mi trabajo representaba lo que queríamos olvidar»
«He tenido suerte en la vida», comenta García Rodero. «Partí de cero, con el desprecio y el no crédito sobre mi persona. Diría que mi trabajo no fue valorado en un principio porque, de alguna forma, representaba todo aquello que queríamos olvidar y dejar atrás. Fuera de aquí no entendían nada de esas imágenes, pero se quedaban maravillados y asombrados con todo lo que había, ya que las fotos nada tenían que ver con la España que se intentaba ser», concluye.
Imagen principal: En las eras. Escober. 1988. @Cristina García Rodero