Cuando Jonathan Anderson pisó la pasarela parisina para su primer desfile femenino de Dior, lo hizo no para rendir homenaje pasivo al legado, sino para reescribirlo. En su colección primavera-verano 2026, Anderson sacude los cimientos de la maison: mezcla volúmenes inesperados, transparencias, siluetas recortadas y sí, sombreros que dialogan con la teatralidad del conjunto. Aquí hablaremos de cómo transforma la icónica Bar jacket, del juego entre lo ligero y lo estructurado, del coqueto equilibrio entre lo clásico y lo audaz, y de esos sombreros (incluido un tricorne inolvidable) que coronan su apuesta por un Dior distinto, más vivo y provocador sin perder compostura.
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El (¿sorprendente?) desfile de Dior en París
Hasta este debut, Dior se había mantenido fiel a un guion muy marcado bajo la batuta de Maria Grazia Chiuri: feminismo, reinterpretación de la feminidad clásica, guiños constantes a la herencia de la maison, con colecciones que equilibraban lo reivindicativo con lo poético.
Había seriedad, incluso solemnidad, en el modo en que Dior se presentaba al mundo: mucho bordado artesanal, siluetas largas, transparencias trabajadas y un apego inquebrantable al archivo.

Con Anderson la cosa cambia… Y cómo. Él no niega esa herencia, pero tampoco se queda encadenado a ella. Más bien, la toma como trampolín para saltar en direcciones nuevas.
Su Dior es más atrevido, más juguetón, más dispuesto a hacer travesuras estéticas sin perder el barniz de lujo. Donde antes había rigidez, ahora hay libertad; donde antes se seguían las normas con reverencia, ahora se doblan con descaro.

Desde el primer momento, Anderson dejó claro que su entrada en Dior no sería tímida. El show empezó con un vestido crinolina blanco coronado por la fluidez del jersey que envolvía la silueta, acabado con sutiles lazos, que parecía preguntarnos: ¿quién temía adentrarse en la casa Dior?
Luego llegó un look que se quedó en la memoria: un esmoquin negro con peplum trasero volador, combinado con una minifalda de mezclilla recortada, y rematado por un tricorne conceptual firmado por el maestro sombrerero Stephen Jones.

Anderson también rescata la Bar jacket, pero lejos de caer en la repetición, la encoge de forma pionera, en un tweed verde irlandés estilo Donegal con una falda plisada igual de diminuta. La versión reducida de este emblema de Dior parece venir de un cuento de Alice in Wonderland, dotada de ese aire juguetón sin perder su ADN.
El desfile de Dior continúa con una delicada pieza de encaje negro al estilo lencería que se ensancha en un efecto alas, sugiriendo una metamorfosis aérea. La espalda se convierte en protagonista con volúmenes que desprenden dinamismo.

En un giro más, aparece un top de satén rojo con volantes de encaje que cubren la mitad del rostro y caen por la espalda, combinado con pantalones cargo voluminosos y, de nuevo, ese contraste entre elegancia barroca y ropa callejera. El sombrero vuelve a hacerse presente como una pieza clave para completar la narrativa.
A lo largo del desfile, Anderson explora la tensión entre vestirse y desvestirse, entre lo sofisticado y lo diario. Introduce capas ligeras, capelinas, capes para ocasionar drama incluso en la vida cotidiana.

La silueta, entre lo barroco y lo callejero
Este juego de contrastes es clave para entender el giro: Dior deja de ser exclusivamente la casa de las princesas contemporáneas para convertirse en un espacio donde conviven las princesas, las rebeldes, las mujeres de la calle y las musas de la extravagancia.
El denim, por ejemplo, es toda una declaración. En Dior solía aparecer tímidamente, casi como un intruso. Anderson lo eleva a protagonista: minifaldas recortadas combinadas con blazers aristocráticos, mezclilla que desafía al tweed tradicional. El resultado es una mujer Dior que puede salir de la pasarela e irse a un café, a una fiesta o a una protesta, sin necesidad de cambiarse de ropa.

En definitiva, el debut de Jonathan Anderson no es un simple desfile: es una declaración de independencia dentro de una de las casas más icónicas de la moda. Con sus sombreros audaces, sus blazers encogidos, sus capas teatrales y su habilidad para mezclar lo barroco con lo urbano, Anderson está escribiendo un nuevo capítulo para Dior. Uno en el que la elegancia sigue intacta, sí, pero con la osadía de quien se atreve a bailar sobre las normas en vez de obedecerlas.