La muerte de Giorgio Armani no sólo ha dejado un gran vacío en la industria de la moda, puesto que su figura supuso un avance en las tendencias y fue uno de los creadores que abrió camino a las marcas venideras. Con el velatorio en plena marcha y figuras como Valeria Mazza, Donatella Versace o John Elkann asistiendo al Armani/Teatro para prestar sus respetos al reconocido creador de moda, queda en el aire la incógnita de su herencia, la cual está valorada en 9.000 millones. Son muchas las posesiones que hay para repartir, pero hay una en concreto que era muy especial y es su palacete en Milán.

Había varias cosas importantes en la vida de Giorgio Armani y su marca era una de ellas, aunque es verdad que siempre procuraba tener a su entorno cerca. Según declaró el diseñador en una entrevista al Financial Times: «Mi arrepentimiento en la vida fue pasar tantas horas trabajando y tan poco tiempo con amigos y familiares». Ese es uno de los motivos por los que compró su casa en la Vía Borgonuovo, en pleno barrio de Brera, la cual llegó a adquirir un valor muy especial. Un palacio del siglo XVII que convirtió en refugio personal desde 1982.
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Este fue uno de los espacios más íntimos del diseñador y es que ahí era donde disfrutaba de la tranquilidad y el anonimato detrás de las paredes históricas que componían el lugar. Lejos de los focos, los bocetos y la mirada del público, Giorgio Armani se reunió con los más allegados, convirtiendo los espacios comunes en lugares donde disfrutar y crear recuerdos. Podríamos incluso afirmar que, de todas las posesiones inmuebles del diseñador italiano, esta es la que más carga emocional tiene.

El propio Armani confesó en más de una entrevista que cuando encontró este palacio, fue amor a primera vista: «Me he cambiado muchas veces de casa en Milán, pero ninguna me ha transmitido la sensación que me dio la de Via Borgonuovo al verla por primera vez. Al fin y al cabo, es algo normal: o es un amor a primera vista, o todo lo contrario. Me mudé en 1982 y jamás, ni por un segundo, me he querido ir, porque es el sitio en el que soy capaz de relajarme por completo». Un lugar que abrazó su vida y vio sus mejores momentos, hasta que su luz se apagó.

El palacete está dividido en tres plantas y en su interior, el concepto moderno de decoración se da la mano con la historia que respira. Según cruzas sus puertas, la mirada se dirige hacia una escalera negra, que es la columna vertebral del espacio, conectando todos los pisos. En la parte de abajo podemos encontrar una hilera de estanterías negras, repleta de una de las grandes aficiones de Armani: los libros. Estos están ordenados cuidadosamente por categoría, con la intención de encontrar el título deseado sin invertir mucho tiempo.

La madera oscura es una de las grandes protagonistas y la decoración en tonos más claros crea un contraste visualmente cómodo, que nos muestra la pulcra visión del diseñador. Los sofás, butacas y lámparas son de Armani/Casa y refuerzan esa idea de continuidad entre su mundo creativo y su vida privada. También hay detalles exóticos como piezas traídas de Tailandia, jarrones decorativos de China u obras a medida como una pantera de bronce.

Subiendo las escaleras, nos vamos topando con espacios que adquieren más privacidad. Uno de ellos es el despacho, un lugar ubicado en el último piso donde el alma creativa de Armani se liberaba. Las paredes visten arte de Antonio López, Bruce Weber, Herb Ritts, Francesco Clemente o Richard Gere, confirmando el lugar de la casa como autobiografía cultural. Además de este, encontramos cinco dormitorios, un spa y un gimnasio.

El precio de la misma no se ha llegado a desvelar, pero muchos expertos tasan la propiedad en unos 10 millones de euros. Aunque es verdad que esta es un grano de arena dentro de un patrimonio valorado en 9.000 millones de euros.