Rafael Canogar (Toledo, 1935) nació muy cerca de la Catedral, en la casa de su abuela. Un hogar bajo el que, por cierto, se encontraron unos baños romanos años más tarde. Pronto, cuando el artista contaba con alrededor de cinco años, toda la familia se instala en Madrid, para más tarde viajar hasta San Sebastián, donde viven un año para regresar de nuevo a la capital. Dotado para la pintura desde pequeño y fascinado por completo por ella tras la visita a una tienda de materiales para pintar –»acompañé a un amigo y aquello para mí fue como entrar en la Cueva de Alí Babá», comenta–, siempre tuvo claro que sería pintor.
«He sido muy afortunado porque siempre lo supe. Me costó cierto esfuerzo convencer a mis padres de que me pagasen las clases con Daniel Vázquez Díaz, mi maestro, pero yo me negué a dejar la pintura. Me dijeron que me iba a morir de hambre, pero yo a los 14 años poco me interesaba mi futuro, es que ni lo veía. Me parecía una cosa tan lejana… Yo lo que quería era vivir el disfrute de algo que me apasionaba», relata Canogar.
Con Vázquez Díaz está cinco años, un espacio donde comparte momentos con Agustín Ibarrola y otros artistas, hasta que encuentra su propio camino: el informalismo. «Cuando fui a decirle que me marchaba ya del taller y que quería hacer abstracción, me miró y me dijo: ‘Rafael, no entiendo lo que estás haciendo, pero como es tuyo, sé que es sincero. Y eso me gusta’. Al irme, le regalé un cuadro de las obras que ya estaba haciendo, algunas de las cuales se pueden ver en esta exposición en Madrid –en CentroCentro Rafael Canogar. [I]Realidades [Obras 1949-2024]–».
El antes y el después de visitar París
La venta de un mural permite a Canogar comprar un pasaje para visitar París. Queda atrapado por lo que allí se está haciendo. En el centro cultural más importante del mundo está desarrollándose la abstracción, una forma de comunicación a través de la pintura que está recorriendo el mundo. En EEUU, el expresionismo abstracto estaba sacudiendo todo lo establecido; y el informalismo corría como la pólvora por las manos de los artistas más rompedores y más vanguardistas del Viejo Continente.
Jóvenes con una mirada nueva de la pintura. Los lienzos caen al suelo, la pintura chorrea desde los pinceles, los tubos y las latas. Los artistas se acercan a las telas y las tablas sin ideas preconcebidas, sólo se dejan llevar y desde lo más profundo sale una pintura rabiosa, virulenta y, aún en ese momento, durante la década de los años 50, poco entendida. Para muchos, incluso, la abstracción era vista como una burla.
La galería Fernando Fe y el origen del grupo El Paso
Desprende emoción cuando se refiere Canogar a Vázquez Díaz, emanan de sus palabras un aroma de respeto y admiración, sobre todo porque le brindó un apoyo absoluto, aún sin entender este artista algo más clásico qué demonios hacía ese grupo de jóvenes veinteañeros interesados en el arte abstracto que se reunía en la galería Fernando Fe, ubicada en la Puerta del Sol, dirigida por el crítico de arte Manuel Conde y nacida para defender la abstracción.
«Bajo mi dirección, hubo una intensa actividad artística y social. Organicé la primera exposición dedicada a la abstracción que se hizo en España, en 1954, con obras de Canogar, Feito, Labra, Oteiza, etc. También ciclos de conferencias y coloquios, lo que daba lugar a reuniones casi cotidianas en colmaos tras la cenas», explica el propio Conde a Aurora Fernández Polanco, catedrática de Historia del Arte de la UCM, en Las galerías de arte en el Madrid de posguerra.
«Hace poco», cuenta Canogar, «me sorprendí mucho cuando vi una fotografía de Vázquez Díaz en una sala de aquella galería Fernando Fe, dirigida por Lola Romero y Manuel Conde, y con la que trabajábamos Feito y yo, uniéndose más tarde Antonio Saura y Manuel Millares. Allí hacíamos charlas sobre arte abstracto a las que iban muy pocas personas, pero en aquella imagen vi a Vázquez Díaz entre las tres o cuatro asistentes. Me emocionó. Era un hombre que también venía con nosotros, y aunque no podía vivir la sensación de pertenencia a nuestro movimiento artístico, sí estaba muy interesado en lo joven y lo humano».
«Tras salir de la galería Fernando Fe, todos nos íbamos a algún café –cerca de la Biblioteca Nacional, nunca al Gijón que era donde se reunía la Escuela de Madrid y nos queríamos diferenciar– a seguir discutiendo de arte, que era lo que nos gustaba. Allí podías estar dos horas con un café, no sé cómo subsistían aquellos sitios económicamente. Fue en este entorno donde nace en 1957 el grupo El Paso, pensábamos que juntos tendríamos más fuerza. Me imagino que esto del grupo se le ocurrió a Saura, que acababa de llegar de París y había conocido al Grupo Cobra».
El grupo El Paso nace en 1957 y se disuelve en 1960. Son pocos años de actividad, pero desarrollaban acciones culturales de una gran fuerza que marcarían la senda a generaciones venideras. Era un conjunto de artistas que sentían la necesidad moral de realizar una acción dentro de su país, sobre todo después de haber hecho un esfuerzo para difundir y promover las vanguardias.
Antonio Saura, Manuel Millares, Manuel Rivera, Antonio Suárez, Luis Feito, Juana Francés, los escultores Pablo Serrano, los críticos José Ayllón, el ya citado Conde y el propio Canogar firmaron un manifiesto donde expresaban su deseo de vigorizar el arte español y desarrollar una vanguardia libre, a través de una expresión colectiva que respetaba a cada uno de sus integrantes.
«Nos unía algo fundamental: la pasión por un nuevo arte. Y hay una cosa que hay que tener en cuenta de este grupo, y es que cada uno era muy diferente, cada uno tenía una ideología política y cada uno venía de un grupo social diferente; pero no importaba, había un respeto. Cuando me han preguntado si sería posible hoy hacer otro grupo parecido a El Paso, siempre respondo que no es posible porque hay tal enfrentamiento… Nosotros nos respetábamos perfectamente. Dos o tres eran del Partido Comunista (PCE) y otros más liberales, pero no importaba. Hay que tener siempre respeto por los demás y por el pensamiento de cada uno. Eso sí, a todos nos unía una pasión y una nueva revolución artística, ya que era posiblemente uno de los momentos más ricos en propuestas artísticas, en materiales, en formatos, en formas de componer, etc.», apunta Canogar.
«El informalismo era un grito de libertad»
«Creo que el artista se expresa por las necesidades culturales de una sociedad y yo soy parte de esa sociedad e, indudablemente, viviendo como he vivido un periodo de dictadura, hay una marca que ha quedado en mí y en mi trabajo», admite. Y añade: «Todo el periodo informalista era una ruptura con los conceptos estéticos prevalentes y un grito de libertad, pero al mismo tiempo también era una libertad que quería llevarla a un todo por una democracia, para que todos fuésemos libres, igual que en otros países donde se estaba haciendo esa misma pintura».
Tras la Guerra Civil y la instauración de la dictadura de Franco, así como el estallido de la II Guerra Mundial, en la que España no participa, deja a nuestro país al margen del mundo en muchos aspectos, también el artístico, cultural e intelectual. «La guerra nos había dejado en una posición marginal y había que recuperar el puesto que le correspondía a España en el mundo y en Europa. Había que tender puentes con los grandes artistas que miraban a centros culturales como París y que eran poco conocidos aquí, ya que en aquellos años teníamos muy poca información», señala.
Añadido a todo ello, apunta Canogar, «también era necesario que tuviéramos raíces, ya que es algo que necesitas para dar credibilidad a lo que estás haciendo. A nosotros en esto nos apoyó mucho el Museo del Prado porque, aunque no llegaban datos de arte de fuera, si teníamos muy cerca esas grandes obras maestras de Goya, Velázquez, Zurbarán, etc. y creo que toda mi generación, todos nosotros, miramos muy atentamente y estudiamos mucho a estos artistas».
En el transcurro de la charla en las salas de CentroCentro, respaldado por una de sus esculturas de gran tamaño, Canogar determina el gran peso que tuvo en el informalismo en la renovación de la pintura española y la manera tan tremenda de crear obras de arte feroces y arrebatadas. «Recuerdo las palabras de un crítico de arte, C.L. Popovici, que decía que una guitarra pintada por un cubista, un surrealista o un realista, siempre era muy diferente, pero siempre sería una guitarra. Nosotros dejamos de pintar violines y guitarras, y planteamos otra cosa que nos salía de las entrañas. Eran sentimientos, eran nuestras alegrías y nuestras rabias. Era una forma de enfrentarse a una obra de arte, quizá, recogida de la escritura automática del surrealismo. Pintar sin pasar por el control de la mente», explica.
Era otra forma de hacer pintura completamente distinta. «Harold Rosenberg, también crítico de arte, decía siempre que el artista se acercaba con los materiales a la tela para pintar una obra, pero era también un acontecimiento. Y, efectivamente, es así. Hay ciertas cosas que hay que dejar que salgan desde tu mismo interior. Es como una especie de síntesis de tu concepto de la vida», expone con pasión.
«Mi paisaje como castellano»
«Para mí fue mi paisaje, como castellano», determina. «En mis idas y venidas a Toledo, en mi salida por los alrededores de Madrid, estaba muy presente ese paisaje castellano. La tierra labrada por el hombre que nos ha alimentado toda la vida desde que existimos. Para mí, ese trabajar la tierra ha sido el fundamento para mi pintura y es una metáfora que hago muchas veces con la pincelada».
«En ese periodo de los años 50», detalla Canogar, «precisamente por ese acercamiento a ese hombre trabajando la tierra sobre la que dejaba la huella, yo trabajaba con las manos, dejando la marca de los dedos sobre la pintura y creaba surcos en el óleo como si fuera la superficie de la tierra. Una vez finalizado ese primer encuentro, colocaba el cuadro en el suelo y echaba pintura líquida más oscura, negra casi siempre, que iba introduciéndose por esos surcos marcados por los dedos, como metáfora de la lluvia y del agua que se va introduciendo por ellos».
Señala que, a pesar del paso de las décadas, ya que lleva alrededor de 70 años pintando y teniendo siempre la capacidad de experimentación y contínua evolución, como si dentro de Canogar hubiera muchos Canogares, «el hombre sigue siendo, muchos años después, sin la violencia de aquellos años del informalismo, que era como un grito de rebeldía y libertad, algo que me ha importado y que ha estado presente siempre en toda mi obra».
El intento de destruir sus obras en Murcia
Cuando surge el grupo El Paso, detalla Canogar, «no nos tomaban en cuenta para nada». Se les tildaba de grupo de jóvenes radicales que hacían un arte que no se entendía, «incluso hubo quienes lo vieron como una tomadura de pelo», recuerda el artista cuando rememora el incidente que vivieron durante una exposición en el Ateneo de Murcia a finales de los años 50 cuando quisieron destruir algunas de las obras mostradas.
«Sí, efectivamente. De hecho, José María Pemán dedicó la tercera página de ABC a ese hecho. Creo que, sobre todo, había ciertas obras que eran más radicales, como las de Manolo Millares, que tenían cuerdas y arpillera cosida, y eso debió de molestar bastante, como algo que no era serio. No recuerdo si llegaron o no a romper alguna obra, pero sí que lo intentaron. Lo veían excesivamente radical, diciendo que aquello no era arte y que eso no podía estar en un lugar tan serio como era el Ateneo», relata.
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Eran artistas, pero no vendían nada, «absolutamnete nada»… hasta la llegada de 1958. Ese año se celebraba la Bienal de Venecia –una de las citas internacionales más potentes del sector– y el Pabellón de España fue muy rompedor. En ese momento todo cambia para Canogar y para todos los integrantes de El Paso.
Ese año el informalismo dio un paso decisivo, no sólo para ellos a nivel colectivo e individual; sino también para el arte español, el cual dejó la ventana abierta con interés a desarrollar una renovación estética imparable, tal como sucedió. España se instaló –por fin– en la vanguardia artística. En definitiva, el informalismo fue aceptado, a pesar de que su expresividad, siendo definida por algún crítico de arte como «un realismo de hostia limpia».
La Bienal de Venecia de 1958, una cita que le cambiaría la vida
«Convencimos al comisario de los pabellones españoles –Luis González Robles–, y esto fue quizá el paso decisivo, para que llevara a Venecia obra de nuestra generación, junto a Tàpies y Chillida, que se llevó el Gran Premio de Escultura. El éxito de aquel espacio español fue realmente muy sorprendente para el mundo y también para nosotros mismos, nunca pensamos que iba a tener ese impacto. En ese momento, creo que el mundo del arte descubrió una generación para ellos desconocida y un lenguaje artístico con una gran personalidad», añade Canogar.
«No sabíamos mucho de lo que había fuera, pero al nutrirnos de las obras del Prado, tuvimos una base y lenguaje propio que llevamos hasta Venecia. Lo vendimos todo y los marchantes no paraban de mostrar interés. Yo vendí todo en aquella Bienal y, además, me salió un contrato importante con una galería romana que me representó durante muchos años y me compraban equis piezas por contrato. Muchas de aquellas obras vendidas en 1958 no las he vuelto a ver, aunque, curiosamente», comenta Canogar, «hay una de ese año que salió de mi estudio y la acabo de ver ahora en Basilea, en la Colección Masaveu».
Al verla, reconoce el artista toledano, sintió una enorme sopresa. «Fue un regalo poder observarla de nuevo y percibir que todavía me gusta, a pesar del paso de los años y que, además, ¡se conserve tan bien! La compró, recuerdo, un americano, que imagino habrá muerto y su familia lo sacaría a la venta, creo que salió en una subasta en Christie’s», detalla.
«Tuvimos una Transición que sorprendió al mundo»
Aquella Bienal de Venecia de 1958 resultó algo paradógica. El espacio español representó un arte radicalmente moderno para un país que, sin embargo, vivía inmerso en una dictadura y era de un gusto más bien alineado con lo más clásico y academicista. «El franquismo tenía también muchas fisuras. Fueron años donde unas minorías fueron muy activas y creo que en aquellos momentos se hizo muy buen teatro, por ejemplo. Traían obras de teatro muy importantes y también se hicieron muchas exposiciones de peso», relata Canogar.
«Antes de la Bienal», recuerda, «el Ateneo de Madrid hizo muy buenas muestras, tanto aquí como en el extranjero. Yo mismo expuse en algunas, mientras que en otras ocasiones trajeron artistas franceses y holandeses a sus salas. Posiblemente no eran muy conocidas por el gran público, pero se hicieron cosas de interés».
En definitiva, determina Canogar, «surgían pequeñas grietas en el sistema en las que se metían cuñas para ir abriéndolas y que fueran creciendo, y gracias a eso que nació dentro del régimen franquista, tuvimos la Transición que tuvimos. Una Transición que realmente sorprendió mucho al mundo».
«Creo que España tiene un gran talento y grandes creadores. Es cierto que, como comentaba, teníamos poca información de nuestros propios grandes artistas como Picasso, Juan Gris o Julio González, que se fueron a París y aquí no teníamos conocimiento de sus obras; pero fueron, sin duda, los que marcaron el rumbo del arte más universal. Fueron maestros de todo y de todos», expone.
«En mi generación lo más importante fue la generosidad»
Pero, señala, «quizá tenemos algunos otros problemas, como ahora mismo y últimamente se están manifestando. Veo cosas que me chocan mucho y que me son muy ajenas. Quizá estamos viviendo en un momento con generaciones que no han vivido lo que vivimos nosotros. En mi generación lo más importante fue la generosidad, se tuvo que crear una Constitución que nos guiase y creciese, y ahora mismo todo eso está en entredicho, está discutido y a mí eso me preocupa. No sé si será por la edad; pero hay cierta agresividad que también me inquieta mucho, así como cierto complejo, que creo que viene un poco quizá de la Leyenda Negra, y que nosotros mismos nos la hemos creído. A veces si no viene con el respaldo de fuera, no creemos en nuestras propias obras».
Explica que durante la Transición, aquellos días de júbilo donde se respiraba libertad, aperturismo y nuevos tiempos, y donde por fin se podría votar de manera libre, se sintió «fantásticamente bien» porque «creo que no hay mejor ambiente y mejor lugar para crear que una normalidad democrática, que un un país con orden y con unas leyes y con un respeto por lo más elemental que necesita el hombre».
«Por tanto», prosigue Canogar, «a mí me pareció todo fantástico, la verdad, porque dentro de las dictaduras, como la que viví, incluso para un creador, a pesar de ser libre, surgen muchas cosas amargas, como pueden ser las acusaciones de si te acercas o no, si colaboras o no. Con la democracia todo eso se derriba y se trabaja en libertad, y esto es imparable».
«Franco nunca fue a nuestras exposiciones»
«Franco nunca fue a nuestras exposiciones. Nunca», señala Canogar. «Sí que es cierto que a finales de los años 50, con las bases norteamericanas se llegan a acuerdos y muchas veces estas cosas se suelen arropar con actos culturales. Uno de ellos fue traer una gran exposición del MoMA de Nueva York que se montó en el Museo de Arte Contemporáneo, que estaba en uno de los patios de la Biblioteca Nacional. Era un museo pequeño, pero muy bello que montó el arquitecto José Luis Fernández del Amo, quien nos pidió al grupo El Paso que montáramos la exposición porque no tenía personal especializado. De modo que nosotros mismos, con nuestras manos, estuvimos colocando los Rothko, los Pollock, los Arp, los Klee, etc. y fue una gozada, me encantó. Fue muy importante, y aunque debió de verla muy poca gente, nosotros la disfrutamos enormemente».
«Casi al mismo tiempo, se montó otra gran exposición de arte contemporáneo internacional en la Sala Negra, un espacio pintado de negro que estaba en la esquina del Paseo de Recoletos con la calle del mismo nombre. La montó, recuerdo, Michel Tapié, un crítico de arte que vivía en París, bajo el nombre de Arte abstracto: muestra enviada desde París y nosotros también participábamos; pero ni a la anterior ni a esta fue Franco», subraya el artista.
Con respecto a las generaciones de artistas contemporáneos actuales, Canogar confiesa que «no sé lo que los jóvenes piensan o lo que defienden». Considera, no obstante, que «hubo un gran cambio en los años 15 del S. XXI, cuando se dio la última tendencia de vanguardia, la transvanguardia, con Bonito Oliva como teórico. Y a partir de ese momento, se acaban las vanguardias y se considera que todo puede ser actualidad, tanto arte supuestamente académico como arte rupturista. No hay vanguardias como las que se usaron durante años y generaciones pasadas, ya no existen las tendencias, como ocurrió con el surrealismo, el dadaísmo, el informalismo o con el expresionismo abstracto».
«En los años 50, nosotros teníamos muy claro lo que estábamos haciendo. Con la abstracción informalista queríamos romper con otras tendencias que para nosotros estaban ya obsoletas, y teníamos claro que había que innovar y aportar nuevas soluciones estéticas. Había que hacerlo y lo hicimos», apunta.
«La presión del mercado es un hándicap para el joven artista de hoy»
«En estos momentos», reflexiona Canogar, «es muy difícil hacer algo que no se haya hecho nunca. Sin embargo, la presión para los jóvenes artistas es muy fuerte por el mercado o la galería que les pide cosas nuevas, algo que llame la atención en exposiciones como ARCO. Y eso es una presión muy grande. Todo ello hace que quizá miren en su entorno y vean lo que más se vende, lo que más llama la atención, y eso es un problema para un joven artista que quizá nosotros no tuvimos. Nuestro campo fue mucho más abierto».
«Yo diría a los jóvenes artistas que lo importante es hacer buena pintura porque eso es algo que no se pasa. Si vemos la historia de muchos artistas, observamos que han encontrado nuevas formas con un trabajo honesto, trabajando y trabajando, y encontrando nuestra propia personalidad», explica. Cree, además, que «los artistas debemos hacer pintura como si fuese nuestra escritura, una forma de expresión radicalmente personal, capaz de mostrar tu esencia. Y eso es, en definitiva, lo que hacen todos los artistas, y no mirar tanto para hacer algo diferente o que llame la atención. Eso es un hándicap».
«La meta de un artista no es ser famoso o ganar dinero, es el recorrido»
«Los artistas no tenemos la meta de llegar a ser famosos o ganar dinero. Eso no es una meta para el artista, sino todo el recorrido que hace. En mi caso, en mi largo de trabajo y en ese trabajo diario y continuo, he trabajado con muchas realidades artísticas, y también me he hecho preguntas a mí mismo en momentos diversos de la evolución del hombre. A mí me ha importado siempre mucho lo que ha ocurrido y ocurre en mi entorno», añade.
«Yo pinto porque no conozco otra forma de vivir», ya no lo hace, dice Canogar, como un grito para reivindicar la libertad de un país sin democracia, como era España cuando él comienza con su obra informalista; sino para buscar la belleza. «Pinto casi por una necesidad física. Mi forma de estar en este mundo es pintando, haciendo algo que sé hacer y que me da vibraciones de bienestar al estar en contacto con la materia y con los colores».
Vídeo y montaje: Beatriz Fernández
Texto: María Villardón
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