El pasado 10 de enero concluyó el Centenario Chillida. Más de medio millón de personas y agentes culturales públicos y privados han participado en las actividades programadas por la Fundación Chillida – Belzunce, tanto en Chillida Leku, en Hernani, como en otros entornos internacionales de Europa y EEUU. Citas cerradas con mucho tiempo de antelación y otras que han ido surgiendo de manera orgánica a medida que pasaban los días.
De este modo, con tan amplia participación, queda patente que el universo Chillida ha sido un Lugar de Encuentro, como se llamaban algunas de sus obras más conocidas, hoy una de ellas ubicada en el Paseo de la Castellana de Madrid, ya que han sido unos meses que se han convertido en sinónimo de compartir.
Mikel Chillida, nieto de Eduardo Chillida y director de Desarrollo de Chillida Leku, confiesa que ha sido un año «exigente y movido», pero muy satisfactorio porque «nos hemos sentido muy arropados y hemos trabajado haciendo las cosas a nuestra manera, con libertad». Un año que es Chillida, pero también Pilar Belzunce, quien este año, por cierto, cumple también 100 años.
«A Pili, mi amiga de siempre»
«Llevamos mucho tiempo trabajando por el legado de Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924 – 2002) y Pilar Belzunce, ya que ambos son, prácticamente, indivisibles. Ellos no se entendían el uno sin el otro, así que todo este trabajo forma parte de los dos. Sería muy injusto no otorgarle a Pili ese papel de mujer absolutamente imprescindible en todo lo que ha sucedido. Mi amatxi se encargaba de hablar con las forjas y de organizarlo todo para que luego mi aitona pudiese crear en las condiciones que él requería, que eran muy específicas».
En la primera cita, Chillida y Belzunce fueron al cine. Él no llevaba dinero y tuvo que pagar ella. «No me importó en absoluto», decía ella, según recuerda Susana Chillida –una de las hijas del artista– en su libro Una vida para el arte (Galaxia Gutenberg, 2024). Esto da ya una pista de cómo Chillida se relacionaba con el dinero y los aspectos financieros. Ante esto, Mikel Chillida ríe y exclama: «¡Ahí ya le estaba diciendo claramente a Pili cómo era y cómo iba a ser su vida en general! No estaba en las cosas comunes o prácticas de la vida, estaba a otras cosas».
No es la única historia alrededor de la relación de Chillida con el dinero. En el libro anteriormente citado, Susana Chillida relata una anécdota curiosa alrededor de la primera obra que vendió. «Él estaba en la fragua de Hernani trabajando con el herrero local, con Manuel Illarramendi, y llegó un doctor italiano que le quería comprar una obra. Regresó a casa muy contento diciendo: ‘¡Pili, he vendido mi primera escultura!’ Estaba súper contento y ella, claro, le dijo: ‘Oye, ¡qué bien! ¿Y cuánto te ha pagado?’ Y él contestó: ‘Pues no me ha pagado, se la ha llevado y ya’», cuenta.
«Recuerdo esa historia que cuenta mi tía Susana. Fíjate el concepto que tenía él de vender, conseguir que alguien quisiera esa obra, había un interés y alguien la quería, pero ni rastro de la transacción económica. Y ahí ya Pili, de nuevo, le dijo: ‘No, no, Eduardo, la próxima vez que venga alguien me avisas, que yo me encargo de todas esas cosas porque si no, es la ruina’. Si no hubiera sido por ella, no sé qué hubiera sido de mi aitona», recuerda.
No obsante, el nieto de Chillida cree que esto debe ser algo que pasa a los artistas, en general. «Ellos están a otra cosa, por eso si están bien acompañados, en el sentido más amplio de la compañía, les ira bien. Sin Pili había un elemento en la ecuación que faltaba, si no recibía dinero por las obras, no hubiera podido seguir haciéndolas. El tándem era capaz de hacer converger algo maravilloso, respetándose cada uno en sus necesidades básicas, pero también ayudándose y direccionándose en las que no eran capaces de cubrir el uno sin el otro», destaca.
«Pili, te pido una cosa: que te encargues tú de los asuntos materiales. No quiero unir el dinero con el arte, porque son dos mundos que no tienen nada que ver el uno con el otro», le comentaba el antiguo portero de la Real Sociedad a su esposa cuando comenzaba a trabajar en el mundo del arte, tras pasar por la licenciatura de Arquitectura en Madrid y la Real Academia de San Fernando, y partir de su estancia en París, donde convive con Pablo Palazuelo y comienza a exponer en la Galería Maeght, una de las más prestigiosas del momento.
El trabajo en soledad y el artista familiar
Chillida era un artista que trabajaba en soledad, pero curiosamente, todo el mundo lo define como un artista familiar. De alguna forma parece que todos los Chillida –fueron ocho hermanos y hoy cada uno de ellos tienen sus parejas, hijos y nietos– han trabajado un poco en la creación de las obras del escultor de San Sebastián.
«No estaba solo, nunca lo estuvo. Desde el primer momento estuvo apoyado por mi amatxi», determina Mikel Chillida. Las nuevas corrientes en el mundo del arte ya no hablan de las mujeres de los artistas sólo como musas o esposas, se habla de mujeres que también tiene parte de la autoría de la obra. Estrella de Diego, ensayista, académica y catedrática de Arte Contemporáneo, define esta colaboración de pareja en la creación de la obra artística como «el proyecto de vida». En este caso concreto, De Diego se refiere a la co-autoría de la obra de Gala y Salvador Dalí, pero es aplicable con poco margen de error a la obra de Chillida – Belzunce. Pili, como Gala, era la «socia» en la creación artística de Eduardo Chillida.
Pili apostó por un joven Chillida con valentía, y lo hizo, además, durante unos años en los que la mujer no tenía ni siquiera la capacidad de firmar documentos, abrir una cuenta bancaria o emprender negocios a su nombre. «Era una mujer muy valiente y él lo sabía. De hecho, hay muchos dibujos de mi amatxi muy bonitos hechos por mi aitona, siempre movido por ese profundo amor que tenía hacia ella. Pero, efectivamente, también Pili hizo de esto un proyecto suyo. Un proyecto de vida. Todo esto lo cuenta maravillosamente bien también mi tía Susana», explica Mike Chillida.
Chillida – Belzune: un proyecto de arte y vida
Pili, de alguna forma, se sumerge en un mundo de hombres. Relata el director de Desarrollo de Chillida Leku, que «conseguir que la interlocución con la Galería Maeght –representante en París de artistas de la talla de Calder, Chagall, Giacometti o Miró– en los años 50 y 60 fuera con ella, y no con Eduardo, fue complicado. Siempre preferían tratar con el artista, ninguna mujer era interlocutora y ella lo consigue».
«Pili detecta muy pronto que mi aitona estaba dotadísimo para ciertas cuestiones, pero no lo estaba para la gestión con las galerías o la logística, en general. No era un interlocutor válido para él mismo; así que mi amatxi, enseguida empezó a asumir esas funciones y esos roles. Y créeme, no fue algo fácil, hasta que todo el mundo se dio cuenta de que para que las cosas funcionasen tenían que hablar con Pili», subraya.
Belzunce se hizo su espacio «a codazos». Recuerda Mikel Chillida que «era una mujer pragmática, con una buena educación, hablaba idiomas. Ella nació en Filipinas, eso le dio una visión muy amplia. Sabía que el mundo era un lugar muy grande y desde el primer momento tuvo consciencia de ello, algo que fue fundamental para que Eduardo también pudiese llegar a ser, como decía él, ese árbol con las raíces aquí, pero con los brazos abiertos a ese mundo tan grande. Y todo eso lo hicieron juntos».
En las fotografías que tienen juntos, al menos en muchas de ellas, Chillida y Belzunce siempre posan de la misma forma. Chillida, alto y fuerte, como suelen ser los porteros de fútbol, siempre apostado tras la figura, mucho más menuda, de Belzunce. Como si ella le protegiera siempre. «Era un gran escudo para todos. Mi aitona era una persona muy amable y súper educada, y mucho más tímida que Pili. Ella tenía ese arrojo de meterse, como digo, a codazos en un espacio que no era de mujeres y conseguir que todo el mundo, no sólo la aceptase, sino que la valorase. Ella contribuía a que él crease en libertad y sosiego», añade.
Actuar como un artista
Tras caminar a lo largo de los años al lado de su aitona, el conocimiento de Mikel Chillida sobre la figura del donostiarra es emocional y también intelectual, comprendiendo cómo funcionaba la mente del escultor. «No creo que su mente sea tan complicada de entender, realmente es mucho más difícil poder actuar de esa manera. Chillida era una persona ávida de saber y tremendamente curiosa. Decía que cuanto más sabía, más consciente era de lo poco que sabía y de lo muchísimo que le quedaba todavía por saber. Y esa curiosidad era el motor absoluto de su obra», aclara.
Asegura, además, que comprende cómo se armaba su mente, pero cree que las personas que no son –somos– artistas no tienen –tenemos– la capacidad de reflexión y observación profunda de una hoja o del movimiento que ésta tiene en un árbol, para más tarde ejecutarlo o expresarlo. «Ellos dedican atención plena a algo que más tarde puede que ejecuten y eso, eso es lo complicado para las personas que nos somos artistas, que no tenemos ni esa capacidad ni esa paciencia. En Chillida, como en otros artistas, también hay una parte muy filosófica. Era muy curioso ante las grandes preguntas que pueden nacer de gestos sencillos», descata
«Un artista observa, tiene dudas e inquietudes, y toma el tiempo necesario para reflexionar sobre ello, y más tarde expresarlo en su disciplina, ya sea cine, poesía o escultura, o lo que sea. El medio, diría, es más secundario; lo que importa es lo que pasa con esa mirada hacia dentro. Chillida era esa persona que estaba deseando hacer lo siguiente, algo que aún no había hecho. Por eso nunca quería hacer repeticiones».
Involucrado en los movimientos contra la violencia de ETA
Desde el punto de vista social, Chillida tuvo también conciencia y compromiso con los acontecimientos sociales contemporáneos que le rodeaban. Susana Chillida en este libro biográfico, dedica varios relatos a la consciencia social de su padre, como los capítulos de la implicación del escultor en la campaña contra el proyecto de la central nuclear en Deba o el rechazo a la violencia de ETA, pidiendo por la radio la libertad del empresario José María Aldaya, en 1995.
«Soy Eduardo Chillida. Petición a ETA: demostrad que sois capaces de hacer una buena acción, soltad a Aldaya, haced feliz a su familia y colaborad para buscar la paz para todos. Sé que mi petición es difícil, pero yo quiero siempre creer en el hombre», reclamó entonces a la banda terrorista. También pidió lo mismo en 1996, durante el secuestro del concejal del PP, Miguel Ángel Blanco: «Vuestra actitud está dañando a este pueblo y a cualquier hombre bien nacido. Soltar a Miguel Ángel y que entre todos seamos capaces de arreglar en paz y diálogo los problemas».
«Desde la perspectiva de lo social», expone Mikel Chillida, «creo que mi aitona tuvo una mirada absolutamente contemporánea en momentos de mucha crispación, de tensión y de momentos donde todavía se estaba luchando por unas cuestiones básicas. Y lo hizo siempre desde el punto de vista del individuo, poniendo siempre por delante a la persona antes que a las banderas y antes que a cualquier otra cosa».
Chillida participó en los primeros movimientos relacionados a Gesto por la Paz, a través de los cuales denunciaban el terrorismo de ETA. Uno de los primeros movimientos fue el conocido Manifiesto de los 33, un documento firmado en mayo de 1980 por artistas, escritores e intelectuales como Koldo Mitxelena, Julio Caro Baroja, Juan San Martín, José Ramón Recalde, Gabriel Celaya, Idoia Estornés, Ibarrola y Néstor Basterretxea.
Con respecto a la firma de manifiestos, Susana Chillida recuerda que Pilar Juncosa, la esposa de Joan Miró, una pareja íntima amiga de los Chillida – Belzunce, siempre «solía llamar a mi madre y preguntarle: ‘¿qué va a hacer Eduardo?, ¿va a firmar?’. Y las más de las veces firmaban ambos». También fue Chillida el autor del cartel de la manifestación Paz ahora y para siempre, celebrada en marzo de 1989 a la que acudieron más de 200.000 personas, y participó de manera activa en la campaña del lazo azul, uno de los símbolos más conocidos de los movimientos sociales relacionados, entre otras acciones, la exigencia a ETA de la puesta en libertad de Julio Iglesias Zamora o José Antonio Ortega Lara, entre otros.
«A alguien le escuché una vez decir que mi padre era un ‘intocable’, pero lo cierto es que cuando se proclamó tan abiertamente en contra del terrorismo, llegamos a pasar un poco de miedo por si pudiera haber represalías, aunque de eso nunca hablamos», recuerda Susana Chillida en su libro.
Por su parte, Mikel Chillida señala que «tuvo una posición muy firme. Y es una posición que ahora vemos absolutamente sensata, y es la que impera, pero, claro, esto en los años 70, 80 y 90 era otra película. Defender una postura tan firme, basada siempre en el diálogo, en la tolerancia y la comprensión de las personas, no era algo sencillo».
Y añade: «Creo que, desde luego, aquí en el País Vasco, Chillida es una figura trascendental en todo lo que supone ese concepto de lo que significa identitariamente ser vasco. No sé si se puede decir esto, o quizá es demasiado, pero creo que Chillida el primer vasco contemporáneo cuando hablamos de lo social, y creo que así pasará a la historia. Pienso también que a medida que avanzamos, mejor se recordará lo que fue su postura en un momento que aquí fue muy muy tenso. Y eso es extrapolable a cualquier lugar, a cualquier identidad y a cualquier percepción de las personas en el mundo».
La consciente relación con el espacio
La presencia de la obra de Chillida en espacios tan sorpresivos como la Puerta de Bisagra, la entrada monumental al casco antiguo de Toledo. Allí está ubicada la obra Lugar de Encuentros V, dialogando a la perfección con un espacio del S. XVI. Era consciente de que la íntima relación de su escultura con el espacio era una convivencia posible, a pesar de los siglos de diferencia.
«Era muy consciente. Decía que el arte era siempre contemporáneo, porque siempre que se había hecho era de su momento y siempre miraba hacia adelante. Por tanto, cuando ves su obra en algunos lugares, como en la muralla de Toledo, es chocante, pero creo que casan a la perfección. Es el éxito del contraste. Se genera un lugar de encuentro real entre la modernidad de Chillida y esas murallas. Y eso es una maravilla porque esas obras se pensaron para generar espacios de concordia y diálogo. Y de nuevo, poniendo el foco en lo necesario, que es siempre entender a la persona que tienes en frente, escucharla y entenderla».
La importancia del dónde
Para Chillida la ubicación de la obra era importante, tanto para la obra pública como para la obra que nacía en un lugar concreto, esas creadas ad hoc para un espacio. «La obra escultórica funciona de manera diferente a la pintura. Ésta tiene un marco y siempre está delimitada, la coloques en un espacio o en otro; pero la escultura y la visión de la misma cambia por completo. De hecho, las esculturas no tienen ni cara ni espalda. Eso es algo peculiar y un aspecto al que Chillida daba importancia», apunta Mikel Chillida. Recuerda su nieto que un día fueron a Chillida Leku para una grabación y le dijeron que iban a colocar el foto detrás, en la espalda de la escultura. En ese momento, «mi aitona les dijo: ‘Pero, si las esculturas no tienen espalda’».
También importa –y mucho– la escala de las obras. Chillida pensaba en la perfecta armonía entre el espacio, la escultura y la persona. En este sentido, explica Mikel Chillida, «era fundamental para él la proporción que iba a tener la obra con respecto al lugar y al ser humano, eran siempre los dos condicionantes que delimitaban o marcaban cuál era la escala de la obra, porque tenía que ser siempre una mediadora entre nosotros y algo más».
Una manera de concebir que, efectivamente, condiciona muchísimo cómo la obra va a relacionarse con tu entorno. «Él incidía mucho siempre en esta cuestión, cuando estabas con él te decía que mirasemos bien la obra, porque como la íbamos a verla en ese instante, jamás se repetiría. Nunca la volverías a ver así, por el cielo, por los árboles, por la posición, etc. El momento hace a la escultura sea algo único e irrepetible».
¿Cómo trabajaría Chillida en la efervescencia del presente?
En los tiempos actuales, tan rápidos y efervescentes, cabe preguntarse si Chillida hubiera cambiado su forma de trabajar. Mikel Chillida señala que responder a esto es casi «ciencia ficción», pero «creo que haría lo mismo y habría vivido igual que lo hizo. Hubiera mirado a lo necesario, sobre todo cuando hubiera habido momentos problemáticos, igual que lo hacía siempre».
Explica que su aitona, al igual que cuando vivía, «estaría continuamente volcado en la defensa de las personas, como siempre, y seguiría trabajando igual, no creo que eso cambiase. ¿Cambiaría la manera en la que hace la escultura? Pues no lo sé. Las forjas ya no están como antes y tampoco se trabaja como antes. Antes aquí tenías forjas industriales de gran calibre y ahora todas se han ido a países como China o la India».
Pero, sin duda, prosigue, «él seguiría tratando de mirar con mucha paciencia, trabajando continuamente y seguro que seguiría siendo lo que fue: un artista absolutamente contemporáneo a su momento. Seguiría siendo siempre diferente, pero siempre igual. Como las olas, así era su obra. Tiene elementos propios, únicos y reconocibles. No hacía series porque, decía, que cada ola era única, a pesar de tener la certeza de que detrás de una venía otra.
Como artista, como aitona
«Es exactamente lo mismo porque no era una persona y un artista, era una persona artista», detalla Mikel Chillida, quien, además, dice quedarse con «su compromiso férreo de hacer las cosas bien, como uno considera que tienen que hacerse. Porque uno sabe cómo hacerlo bien, otra cosa es que seamos más o menos flexibles con nosotros mismos. Mi aitona era una persona muy exigente con él mismo, una barbaridad. Su trabajo se basaba en lo que quería conseguir, y era tan honesto que no se permitía ni una flaqueza».
«Y me quedo también con su cercanía y humanidad, esa tolerancia que tenía para con todo lo que le rodeaba. Él era muy estricto con él mismo, pero absolutamente tolerante con los demás. No hay una conversación que no aceptase tener o una entrevista a la que dijese que no, aunque no le apeteciese demasiado. Era amable y creo que la amabilidad hay que valorarla», termina.