La maravillosa y emblemática relación entre Rolex y la aviación
Durante casi un siglo, Rolex ha acompañado a figuras excepcionales. Si a principios del siglo XX se generalizó el uso del reloj de pulsera, fue, en parte, gracias a los soldados de la Primera Guerra Mundial, entre los cuales destacaban los aviadores. Estos héroes avalaron aquello de lo que Hans Wilsdorf estaba convencido: el reloj de pulsera estaba destinado a convertirse en un estándar universal de excelencia y éxito. Hoy en día, el desafío radica en garantizar que la aventura del cielo jamás finalice. Y los relojes Rolex acompañan a quienes se esfuerzan en que este sueño sea perpetuo.
Rolex y la aviación
A prueba de pruebas: esa era la filosofía del fundador de Rolex. En 1927, la travesía del canal de la Mancha llevada a cabo por Mercedes Gleitze fue ‘la prueba del agua’, el test de hermeticidad más convincente del Oyster.
En cuanto a ‘la prueba del aire’, la superaría en la muñeca del comandante Charles Douglas Barnard, quien declaraba: «Las cualidades particulares de este reloj Rolex hacen que se adapte perfectamente a la aviación, y me propongo utilizarlo en todos mis futuros vuelos de larga distancia».
Charles Douglas Barnard batiría numerosos récords en vuelos de larga distancia, entre los que destaca especialmente el de 1930, cuando recorre 14.484 km en 100 horas de vuelo entre Inglaterra y Ciudad del Cabo, en Sudáfrica.
La primera vez que se sobrevuela el Everest en 1933 constituye una nueva prueba para el Oyster, y extrema. La expedición Houston hace historia. Para los aviadores artífices de esta hazaña, se trataba de ser los primeros en sobrevolar el Techo del Mundo, y también en fotografiarlo.
Los aviones escogidos para la expedición son dos biplanos Westland Wallace. El piloto jefe de la operación es lord Clydesdale. Junto a él, a bordo de su biplaza, el teniente-coronel Stewart Blacker, uno de los promotores de la expedición equipada con modelos del Oyster de Rolex, presentado siete años antes.
Los dos aviones efectúan dos vuelos sobre la cumbre más alta del mundo. El primero tiene lugar el 3 de abril de 1933. Las condiciones de vuelo son espantosas. A más de 9000 metros de altitud, los biplanos resultan apenas controlables en un aire enrarecido, a nada más y nada menos que a 40 °C bajo cero.
Este primer vuelo se llevará a cabo en un cielo cubierto. Las fotografías son inservibles. El 19 de abril se realiza el segundo intento, esta vez con el cielo despejado, y la expedición resulta todo un éxito. El Everest fue sobrevolado y debidamente fotografiado por Blacker. La carta que le escribirá a Rolex tras su hazaña habla por sí sola: «Cuesta imaginar que se haya sometido a relojes a condiciones tan extremas».
A su regreso a Inglaterra, los miembros de la expedición son recibidos como héroes. Por motivos estratégicos, las fotos tomadas el 19 de abril de 1933 quedaron registradas en los archivos secretos de la Royal Geographical Society y no se dieron a conocer hasta 1951. Dos años más tarde, desempeñarán un papel esencial en la estrategia adoptada por los alpinistas sir Edmund Hillary y Tenzing Norgay durante su primer ascenso al Everest.