Si en estos tiempos en los que los coches cada día se parecen más vayas a donde vayas, me preguntasen qué coche me gustaría que se volviese a producir con su diseño interior y exterior tal y como eran, diría que el Saab 900. De los suecos, ¡no el de General Motors! Tengo otros que me encantaría que se reprodujesen hoy, sobre todo los alemanes de Bruno Sacco, pero la línea de este vehículo es simplemente única e inconfundible, un sueño imposible de imitar. Es un coche icónico a la altura del 911, víctima de la adquisición de una gran multinacional que mata su espíritu, y con ello se llevó la marca entera por delante. Lo que también estuvo a punto de pasar con Jaguar cuando transforman al felino en un Ford Taurus, es lo que pasó con Saab con peor fortuna, cuando el avión se transforma en un vulgar Opel Vectra.
Pero, como para el caso de Saab cualquier tiempo pasado fue mejor, rememoremos en los recuerdos de uno de los coches más bonitos jamás fabricados, y posiblemente el deportivo más bonito de los años ochenta. Su diseño es aeronáutico, se mire por donde se mire. Su interior es el cockpit de un avión. Con una instrumentación limpia, y con todos los mandos robustos y accesibles al conductor, destaca el indicador rojo de aviso de cinturones de seguridad, inusual por tamaño y disposición si no es en una aeronave. Todo está al alcance de la mano del piloto rodeando al volante, con unos relojes precisos y legibles, y todo sobre fondo negro, para que el sol en las alturas no deslumbre. Delante, un gigantesco cristal curvado como ninguno, y sin puntos muertos, sin pilares, propio de un caza, esa es la percepción desde sus asientos que son también como los de los aviones, de altísima calidad, y con opción a un cuero elegantísimo que se ha demostrado indestructible con el paso de las décadas.
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Y es que SAAB, que sus siglas traducidas serían ‘Sociedad Anónima de Aeroplanos Suecos’, era un fabricante de aviones, no de coches, y que finalizada la II Guerra Mundial se ve obligado a reinventarse, a salvarse innovando en tiempos de paz. Y vaya que si lo hizo, se pusieron a construir los Volkswagen suecos a partir de patrones de aviones de guerra utilizando diseños sometidos al túnel de viento que usaban para hacer volar a los aviones, logrando así excelentes resultados aerodinámicos. Fabricaron coches populares y aclimatados al frio con motores al principio de dos tiempos y dos cilindros que fueron escalando hasta los cuatro. Y manteniendo la tracción delantera que perduró en el tiempo con buenos resultados en la marca. De Henry Ford dicen que dijo que sus clientes podían elegir el color de coche que quisiesen siempre que fuese negro, no sé si será verdad del todo la afirmación, aunque de eso ya he prometido hablar, ¿sería una cuestión de pura economía? Lo que sí que es cierto es que los Saab solo podían ser de color verde, porque era la pintura que había sobrado de la fabricación de los aviones de combate suecos tras la guerra. Muchas toneladas de pintura que alta calidad que no se podía desperdiciar. El resultado, coches verdes incorruptibles.
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De la línea exterior del 900 hay poco que se puede decir, solo hay que verla. Es de tal originalidad que enamora a cualquiera que ame los coches, es un must en la historia de la automoción, el orgullo nórdico. El novecientos es todo menos convencional, una autentica obra de arte. Particularmente bonitas las versiones de dos puertas y el cabrio es unas cuatro plazas con una estética única.
Su frontal con defensas enormes revela la búsqueda de la seguridad en la marca, como los otros suecos, que ahora con el paso de los años me gustan más que antes, los Volvo. Pero el Saab era mucho más bonito, y se supone que al menos igual de seguro pese a que tenía muchas más cualidades. Dentro de sus peculiaridades en este aspecto de seguridad, una es que se situó la llave al lado de la palanca de cambios, entre otras cosas para que en caso de accidente no se clavase en la rodilla del conductor. Y en vez de bloquear el volante, bloqueaba el cambio, con las consiguientes averías debido al desconocimiento de un peculiar ritual de arranque por los poco cuidadosos ‘valet parking’. El Saab 900 antes de prestarlo necesitaba instrucciones precisas de pilotaje con una marcha atrás que además no estaba sincronizada. Y si añadimos que el cambio no estaba diseñado para las versiones más potentes que fueron apareciendo con los años, he aquí su punto débil.
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En su día en España fue comercializado por Porsche y es que además era un coche exclusivo también por su precio. Tan bonito me parecía que el primer viaje a Barcelona que hice en coche fue para ver aquella serie limitada MonteCarlo de color amarillo en la Fira. El viaje mereció la pena. Además de su diseño arrollador, montaba un gran motor para su época, un casi dos mil con cuatro cilindros, inyección, turbo y con 16 válvulas que rendía 185 caballos y alcanzaba los 200. Motores exprimidos, europeos, para un coche de éxito en los Estados Unidos donde tuvo un importante mercado. Y es que el Saab 900 fue un coche realmente distinto a los demás y con unos acabados impecables, además de soluciones estéticas y mecánicas innovadoras. Por ejemplo, en las primeras series, no sólo la tracción iba dirigida a las ruedas delanteras, sino que también el freno de mano. Y la apertura del capó en todas las series es al revés de lo normal y con un deslizamiento en horizontal previo, bonito en diseño y más seguro. De una gran versatilidad, el Saab 900 servía para casi todo, y se viaja cómodamente con equipaje de cuatro personas incluso en la versión cabrio.
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En definitiva, hasta la venta de la compañía a principios de los 90, este Saab, y especialmente en sus últimos años previos a la adquisición por GM, es un auténtico objeto de culto en la automoción. Hoy desgraciadamente tiene la complicación de la desaparición de la marca, y discontinuidad en muchos de sus recambios que te obligan a buscar piezas. Lo que por cierto también pasa con muchas otras marcas vivas, donde conseguir recambios en coches de esta época puede ser una odisea, por ejemplo, con los Mercedes. Pero es que el Saab 900 en su día fue tan exclusivo que el mismo James Bond, tan británico, incorporando eso sí, algún que otro gadget letal, hizo de este automóvil nórdico el coche al servicio de su Majestad, éste se denominaba ‘the Silver Beast‘.