A pocos kilómetros de Les-Baux-de-Provence, en el corazón de esta región francesa, se encuentra Le Mas de Chabran. A pocos minutos del precioso pueblo de Maussane-les-Alpilles, aunque en esa zona es todo realmente bonito. Un lugar en la Provenza el que dejar que el tiempo pase y donde queremos ir unos días en septiembre para despedir el verano.
Mas de Chabran está situado en una casa burguesa del siglo XVIII, que según ellos, huye de los clichés provenzales. Tiene su propia personalidad y ha sido reformada para mantener la autenticidad intrínseca en las casas de este tipo… Pero también para añadir ese toque moderno necesario para la vida actual. De lo que queda y que podemos apreciar: su magnífica luz, sus bóvedas, sus paredes de piedra que de tantas cosas han sido testigos… A los alrededores encontramos lo necesario para disfrutar de esos últimos días del verano: una gran piscina, un jardín francés, olivos centenarios… Y también un huerto, que llena las despensas del hotel.
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Pero, ¿cómo surgió Mas de Chabran? En 1738 nació como un molino de aceite del cual era dueño Pierre Chabran. De esa época quedan los olivos que encontramos por toda la finca. En esta parcela había más de 300 olivos pero también dos escuelas de equitación. Después se convirtió en una lujosa residencia donde ahora podemos disfrutar. Un magnífico chateaux del siglo XVIII donde encontramos 8 dormitorios donde pueden dormir hasta 15 personas.
Ahora es un lujoso lugar en mitad de la Provenza, un alojamiento decorado en tonos tierras y cuyos dueños utilizan materiales nobles porque para ellos, la naturaleza, forma parte de su esencia. Arcilla, arena, cal… Todos estos materiales están presentes.
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Y como la naturaleza está muy presente aquí, invitan a dejarse llevar por el slow life: a recoger huevos del gallinero, a ayudar a recolectar el huerto, a pasear por sus estupendos olivos, a bañarse en la piscina, a leer un libro, a conocer la historia del lugar, tomar el sol, dejarse arrullar por el sonido de los pájaros… Incluso te invitan a meditar en su capilla para encontrarse con uno mismo. Porque muchas veces el viaje lo conforma el propio destino.
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