Hay aperturas que pretenden conquistar a golpe de espectáculo. Y luego está Tribeca Bistró, el tipo de lugar que no necesita artificios para enamorar. Bastan cinco minutos dentro de este nuevo restaurante, situado a escasos pasos de la Puerta de Alcalá, para comprender que no se trata de una moda, sino de una declaración de intenciones: recuperar el alma de la cocina europea de siempre, con oficio, con mimo, con sabor de verdad, y servirla envuelta en una atmósfera dinámica y elegante que recuerda a los bistrós de Tribeca, ese rincón de Manhattan donde todo sucede con naturalidad sofisticada.
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Una mesa en Madrid, un viaje al ‘downtown’ neoyorquino
Es mediodía y la planta baja del restaurante vibra con una energía alegre y nada impostada. Bancadas corridas, mesas altas, platos al centro, una playlist cuidadosamente elegida que va del soul a lo acústico. Por la noche, el ambiente se eleva con la música y los cócteles. Pero lo importante (siempre) está en el plato.
Tribeca Bistró es el proyecto personal de Diego Santa Rosa, joven cocinero mexicano formado en el País Vasco, que ha sabido rodearse de talento para dar forma a su sueño. A su lado, el empresario Diego Amigo, experto en hospitalidad con mirada fresca y ambición internacional. Y en cocina, el chef catalán Pepe Catà, que con solo 28 años despliega técnica, sensibilidad y una clara vocación por el sabor auténtico.

La ‘nouvelle cuisine’… pero sin pretensiones
Aquí no hay espumas ni trampantojos. Lo que hay es una chuleta de cerdo empanada (inspirada en la cotoletta alla milanese) que cruje por fuera y se deshace por dentro. Hay lenguado meunière terminado con mantequilla avellanada en sala, como mandan los cánones. Hay steak tartar picado al momento, con un leve susurro de chipotle. Y una mousse de chocolate con AOVE y escamas de sal que redefine el concepto de postre sencillo. Todo en carta está pensado para compartir, disfrutar y repetir.

La media ronda los 45-50 €, aunque el menú del día (a 17,50 €) es uno de los secretos mejor guardados del barrio. El resultado: mesas llenas a diario de ejecutivos con buen paladar, grupos de amigos, turistas que buscan autenticidad y parejas que quieren acertar.

Alta cocina en zapatillas
El mérito de Catà está en haber construido una propuesta seria sin caer en la solemnidad. Su cocina es honesta, enfocada en el producto (pescados gallegos, verduras de Aranjuez, carnes del norte) y ejecutada con técnica limpia y sin postureo. Un sashimi de lubina con vinagreta de cítricos, un tartar de gamba con salsa americana, unos puerros con romesco, un baba al ron como los de antes. Cada plato tiene una historia. Y cada historia, una intención.
El alma del restaurante se completa con el equipo de sala, liderado por Javier Utrera, venezolano de 27 años que ha hecho del buen trato una filosofía. Su manera de atender, cercana y eficaz, convierte la experiencia en algo cálido y personal. No hay protocolos fríos ni formalismos: aquí se sonríe, se recomienda, se recuerda tu nombre.

Firmado por Néstor Marcos, el espacio respira equilibrio. Materiales nobles, luz natural, mesas redondas, texturas que invitan a quedarse. Cada detalle está pensado para favorecer lo más importante: una buena conversación, un plato sabroso, una sobremesa sin hora.
Aquí, no se trata sólo de comer bien, sino de sentirse bien. Como si, por un momento, Madrid fuese Manhattan… O al revés.