Han pasado más de dos siglos desde que Mary Shelley imaginara a su criatura hecha de retazos y dolor, y aun así sigue latiendo. Ahora, ese corazón late con una nueva intensidad: Guillermo del Toro, el director que convirtió a los monstruos en metáforas del alma en El laberinto del fauno o La forma del agua, presenta su propia visión de Frankenstein. No una simple adaptación, sino la película que lleva soñando toda su vida.
Rodada con el sello visual inconfundible del mexicano y un reparto de alto voltaje (Jacob Elordi, Mia Goth, Andrew Garfield, Oscar Isaac), este proyecto llega envuelto en misterio, emoción y un pulso trágico. Y detrás de su oscuridad gótica hay curiosidades que revelan hasta qué punto Frankenstein es, en realidad, la historia más personal de Del Toro. A continuación, te contamos las claves que hacen de esta película una de las más esperadas, y más humanas, del año.
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Un origen dentro del ‘Dark Universe’ que luego se liberó
La concepción de la película arranca vinculada al fallido universo de monstruos de Universal Pictures: el famoso Dark Universe. Del Toro estuvo vinculado a dicho universo, con intención de llevar su Frankenstein allí, incluso con actores tentativos como Javier Bardem o Doug Jones como criatura.
Pero cuando ese plan se vino abajo, Del Toro recuperó su obra, la transformó y la liberó de los grilletes de franquicia: pasó a ser una obra personal antes que una pieza más de merchandising.
Ese tránsito, de universo compartido a universo íntimo, marca la esencia del filme: no es sólo una adaptación más, es la versión que el director quería hacer, sin compromisos.

Más de 40 prótesis, cinco-seis horas diarias de maquillaje para crear la criatura
Para dar vida a Frankenstein interpretada por Jacob Elordi, el equipo construyó un monstruo sin CGI en su esencia: «todo lo que se ve está hecho a mano».
Cada día, Elordi se sometía a entre 5 y 6 horas de maquillaje. Más de 40 piezas de prótesis intervenían su cuerpo: placas craneales, capas de piel falsa, suturas móviles, detalles musculares visibles.
Este proceso intenso no sólo aporta realismo visual sino que transforma al actor desde dentro: «era sofocante, pero eso me metía directamente en el personaje», confesó. Esta decisión artesanal es una declaración de fe: el horror se construye con tacto, no sólo con efectos digitales.

Nada de estética de museo: rodaje en locaciones reales, sin fondos verdes ni colores pastel
Del Toro decidió desprenderse de lo que él llama «películas de época de museo». En esta película se prohíben los colores pastel, los encuadres demasiado elegantes o los fondos verdes artificiales.
Todas las escenas se filmaron en locaciones reales o sets físicos a escala completa, laboratorio, la casa del doctor o escenarios naturales, porque el director quería que «la audiencia oliera el polvo del laboratorio».
Gracias a esa decisión estética, la película gana textura, peso y un vínculo físico con el espectador: no vemos el monstruo desde una distancia limpia, sino desde la cercanía de lo tangible, lo sucio, lo vivido.

Andrew Garfield fue la criatura durante nueve meses, hasta que no lo fue
Durantes los primeros nueve meses de preproducción, Frankenstein iba a ser interpretada por Andrew Garfield. El equipo de maquillaje desarrolló un diseño para él.
Pero, a unas semanas del inicio del rodaje, Garfield abandonó el proyecto por conflictos de agenda. En ese momento, Del Toro y su equipo tuvieron que destruir en cuestión de días lo que se había trabajado durante meses para empezar de nuevo con Jacob Elordi.
El reto técnico se mezcló con el emocional: no sólo cambió el actor, sino que se reescribieron matices del personaje para adaptarlos al nuevo intérprete. Esta curiosidad revela lo frágil que puede ser la génesis de una gran película y lo determinante que fue ese cambio.
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‘Butō’ + canto gutural: el entrenamiento extremo de Jacob Elordi para ser la criatura
Para interpretar a Frankenstein, Jacob Elordi no recayó en gestos fáciles, sino que se sumergió en una disciplina corporal poco común en el cine comercial: estudió butō, una forma de danza japonesa expresiva que trabaja con el dolor, la rigidez y la muerte como lenguaje corporal.
Además, entrenó en canto de garganta mongol y tibetano con el objetivo de encontrar una voz que no pareciera humana, pero que transmitiera emoción. «Quería que hablara como si su garganta nunca hubiera sido usada para comunicarse», dijo Del Toro.
Este entrenamiento dota a la criatura de un lenguaje corporal y vocal absolutamente distinto: no es sólo un cuerpo ensamblado, es un ser ritual, casi sobrenatural, que vive la película con cada fibra.

