Guillermo Fornes (Bilbao, 1964) trabaja en un estudio amplio en la zona de Tetuán, en Madrid. Es un artista plástico conceptual muy cercano a la naturaleza y sus elementos –sobre todo al agua y al fuego– que, entre otros aspectos, usa el símbolo para comunicarse con el mundo, con el espectador y con todo lo que no está ni dentro del lienzo ni dentro de él mismo. “Para mí lo más importante es conectar con el espectador, penetrar dentro de su alma. Si esa conexión no se produce, la obra es sólo una cosa decorativa”, detalla.
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Trabaja con obras de gran formato cargadas de emociones que aborda con todo su cuerpo, de igual forma que lo hacían a mediados del S. XX los expresionistas abstractos de Nueva York, algunos de ellos conocidos como ‘Los Irascibles’, cuando buscaban un lugar en el mundo terrenal. Y es que, también como ellos, Fornes reflexiona sobre la sociedad del presunto bienestar que hemos construido y que mengua cada día.
Al sentarnos a charlar, un diálogo sosegado, Guillermo Fornes, ligado al movimiento ‘Land Art’ elige la parte del estudio donde vamos a sentarnos y el cuadro que va a tener a su espalda. Nada es casual, aunque pueda parecerlo. Y no digo que haya pensado incesantemente qué obra poner, no; lo que quiero decir es que las pistas involuntarias que dejan los artistas cuando pasan por la vida son importantes –imprescindibles, diría– de observar. De ahí que la obra que lo acompaña sea esa y no otra.
Sé que tienes interés en la forma de comunicar tu obra, tu imagen, tu figura. ¿Por qué has elegido esa obra de fondo y no otra?
Porque simbólicamente transmite las ideas que me gustaría expresar a lo largo de esta charla. Este cuadro traslada la energía del fuego y del agua, por ejemplo. Para mí lo más importante es conectar con el espectador, penetrar dentro de su alma. Por eso me importa la comunicación, porque si esa conexión con el que mira no se produce, la obra es sencillamente una cosa decorativa y no estamos consiguiendo contar nada.
En este sentido, hay una corriente que se refiere al arte simbólico y conceptual como mero arte decorativo, precisamente. Sin figuración, poca diversión, como titula el arquitecto Oscar Tusquets su último libro.
Yo me considero un artista conceptual. Por tanto, mi trabajo en un 80% está más vinculado a lo poético, filosófico o existencial que a la plástica. Ésta es, de alguna manera, la herramienta que tengo para explicar la idea; pero, obviamente, desde mi punto de vista, mi trabajo está construido sobre un concepto.
Luego profundizamos sobre eso. Comencemos por el principio, te forma en Bellas Artes, pero antes de eso lo haces en Psicología. Dos disciplinas para nada excluyentes y sí muy conectadas. ¿Cómo vas de un lado a otro?
Verás que la explicación es muy mundana. Cuando tenía 18 años le dije a mi padre que quería ser artista y dedicarme al arte plástico. No le extrañó, él era coleccionista, en mi familia ha habido varios pintores; sin embargo, él también era consciente de lo complicado que es esta profesión y que quizá apenas hay un 1% de posibilidades de éxito. Por eso, me dijo que me preparara, que estudiara una carrera porque siempre iba a estar a tiempo de dedicarme al arte. Y, la verdad, creo que la Psicología me ha servido para saber lo que estoy haciendo, el mecanismo de conectar con los demás está muy vinculado con esta disciplina. Creo que me ha dado armas que me permiten construir un lenguaje más efectivo, tanto a nivel conceptual como intelectual.
Como decías, no eres el único artista de tu familia, pero sí distas mucho del lenguaje más formal que usaban tus antepasados.
Mi bisabuelo Narcís Puget era amigo de Joaquín Sorolla, he tenido el arte siempre a mi alrededor de una manera u otra. Esa convivencia cotidiana ha determinado mi cercanía y mi manera de entender ese mundo. Obviamente, mi lenguaje es diferente porque los tiempos también lo son. Mi bisabuelo era un vanguardista en su tiempo, fue de los primeros fotógrafos de España.
Es decir, ya hacía vanguardia en el S. XIX, aunque de su momento. Escenas mundanas, cotidianas, pero con una pincelada nada academicista, suelta, libre, por lo que he visto de él.
Claro, es que era un tipo que estaba transgrediendo sobre el lenguaje de su momento, de su tiempo.
Es que eso es fundamental cuando se crea. Cada uno intenta innovar de la forma que sabe y cree más conveniente en momentos determinados. ¿Eso lo notas en tu trayectoria? Llevas ya años trabajando y todo sufre vaivenes…
Es que llevo 30 años en esto, no he hecho otra cosa en mi vida que dedicarme 100% al arte. Y no se dice pronto, se dice fácil; aunque todos sabemos que vivir del arte es muy complicado, decir lo contrario sería un romanticismo que no me quiero permitir. Con respecto a la pregunta: efectivamente, el arte es justo un producto del tiempo que vives.
Tras tres décadas en esto. ¿Qué es el arte para ti?
Lo que estoy haciendo, me gusta el arte que está vinculado a las emociones. Y es que, ¿sabes qué pasa? Que vivimos en un momento en el que está mal visto decir que no me siento un artista visual, sino un artista poético. Hoy chirría hablar de emociones y de sentimientos porque la sociedad está montada sobre la prisa, la inmediatez y eso hace muy complicado que alguien tenga 15 minutos para mirar un cuadro. Sin embargo, para mí el arte debe tener quietud, peso emocional que provoque un debate o una reflexión. No pido grandes cosas, sólo mirar un cuadro y que te haga pensar.
La sociedad mira rápido y esa inmediatez e impaciencia hace que nada de lo que se mire o se hable tenga poso ni emocional ni casi material. Hoy queremos un libro, por ejemplo, y por la tarde lo tenemos en casa.
Voy a poner un ejemplo fácil. Nosotros, como sociedad occidental vivimos el fenómeno del fast food, ¿no? Bien, para mí eso es una pérdida de cultura muy importante del contacto humano, quedar con cuatro amigos, comer bien, tener una tertulia. Si esto lo llevamos al arte, podemos decir que la comunicación está desapareciendo. Es que nadie tiempo para nada, está muy liado. ¡Pero, cómo! ¿No hay ni dos horas para nada? Nadie construye de forma positiva, parece que todo se hace desde el enfrentamiento.
Tu obra tiene mucho que ver con la naturaleza. Esa conexión también tiene que ver con la quietud.
Sin duda, son los elementos naturales los que levantan y construyen mi trabajo, todo eso viene de mi infancia. Nací en el País Vasco y tuve una relación muy cercana con el mar, el bosque. De pequeños jugábamos a hacer cabañas, hacíamos surf, etc. Bueno, dicen que hasta los siete años está formándose tu personalidad, de modo que esa vinculación con la naturaleza para mí es importante.
Creo que la infancia y la relación de ésta con la naturaleza fomenta la curiosidad en los niños. Luego, desgraciadamente, vamos perdiendo esa sed aventurera por la ruptura de conexión con la tierra. Pero, vaya, es una opinión personal.
Estoy de acuerdo. Me considero una persona urbanita y muy cosmopolita, pero cuando salgo a la naturaleza se me encienden todas las alarmas. Al final, sensorialmente es algo muy del ser humano, estar preparados para anexionarnos con lo salvaje, con lo puro. La verdad es que creo que al final esta vida que estamos montando no deja de ser bastante artificial.
Sí. Y probablemente nos pase factura porque no queremos pararnos a pensar. Pensar es incómodo y muy frustrante, eso también. ¿Recuerdas la primera exposición y el primer cuadro que se vendió?
Sí, claro. Fue en Londres, allí me forme y como buena formación anglosajona, soy una persona muy pragmática porque tengo preparación artística y gestora. El proyecto final no sólo era tener obra para exponer, sino montar una exposición de cero: exponer, comunicar, defender, vender, hacer la gestión comercial, etc. Por eso, a nivel práctico ya salí preparado para enfrentarme al mercado, aunque es cierto que hay algo de contradicción entre mercado y arte. Lo romántico frente a lo práctico.
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Tengo la sensación de que el equilibrio entre gestión y creación es algo que no se enseña en la enseñanza española.
Acabas dibujando muy bien, eso sí. Pero no tienes una narrativa propia, ni un discurso propio, ni una técnica propia. Y hasta que no tienes todo eso, no tienes piezas de autor porque no tienes un discurso reconocible y para que una obra funcione tienen que reconocerte, estar aportando algo fresco y novedoso.
Crear marca.
Tienes que ser capaz de que la obra sea reconocible, aunque sea muy extensa y de diversas disciplinas. Yo tengo obra gráfica, óleo sobre papel de gran formato, obra audiovisual, etc. Toco muchos palos, pero todo es coherente y refuerza un mismo discurso. A mí me gusta experimentar, improvisar, pero también ser coherente.
¿Le duele que una obra se venda y se la lleven?
Sí, aprendes a ese dolor. En serio, al final son como tus hijos y hay obras que sólo tú sabes el esfuerzo que hay detrás, por eso hay que buscar buenos padres como coleccionistas, fundaciones. Aunque es necesario que se independicen y vuelen, claro.
Juan Genovés siempre decía que le daba una pena horrible ver salir las obras por la puerta del taller.
Sí, lo entiendo. Eso sí, hay obra que no se venden. Yo tengo varias de las que no me quiero desprender porque tienen valor personal.
¿Qué relación os une con los coleccionistas?
Es una relación de entendimiento. Es gente que hace un esfuerzo por entender tu trabajo, que apuestan por ti porque ponen un dinero sobre la mesa, sienten pasión por tu trabajo y hay un ecosistema de comunicación.
El gran coleccionista Roberto Polo tiene obra tuya. ¿Cómo recuerdas esa relación?
Es un hombre entrañable, culto, muy cercano y humano y, sin duda, un gran coleccionista.
No sé si seguirá comprando una obra al día.
Algo de eso había en su manera de coleccionar, sí. Hubo un tiempo que se compraba mucho, ahora no tanto.
¿Consideras que has tenido suerte?
Diría que sí. He podido encontrarme con actores de este mundo muy potentes que han visto mi trabajo. Ser artista es tener difusión, es imprescindible para nosotros. No tiene sentido estar en el estudio y que nadie vea la obra que haces, al final es fundamental trabajar con artistas, coleccionistas, fundaciones, museos y galerías de manera sinfónica. Por eso es tan complicado que funcione, todos deben estar de acuerdo de que lo que haces aporta realmente algo nuevo, interesante, vanguardista.
Tienes una forma de enfrentarse con el lienzo que me recuerda a los expresionistas abstractos del S. XX. Trabaja con todo el cuerpo sobre la superficie. ¿Te reconoces?
Sí, totalmente. En mi obra hay una parte fría, analítica, de cabeza y símbolo; y hay otra parte emocional que me lleva a abordar el lienzo con la emoción, como los expresionistas, un trabajo gestual que me hace trabajar con todo el cuerpo, incluida el alma que llevo al trazo. La emoción está ahí y para mí, como para los expresionistas, es algo básico, ya que es la manera que tenemos los pintores de transmitir fuerza, energía, vigor.
Usa materias complicadas como el fuego. Si hablamos de este elemento desde el punto de vista simbólico, lo podemos tomar como algo purificador o una forma de castigo.
Es algo muy arraigado a la tierra, a la naturaleza. Me gusta que ésta forme parte del discurso narrativo y a la vez técnico, digamos que es el eslogan de lo que es mi trabajo o el titular, si lo prefieres, para que sea una alusión periodística. El fuego puede ser algo pagano, claro, purificador, echar fuera lo malo, pero en mi caso me gusta ser constructivo y positivo porque mis referencias están entroncadas en el Romanticismo del S. XIX.
Entonces, incluso es hasta idealista.
Mucho, sí. Es que el fuego es un elemento que se puede llegar a controlado, es una herramienta de trabajo algo misteriosa que puedes dominar. Lo digo por experiencia, son muchos años de experiencia y termina siendo una técnica muy sólida.
De toda la charla, Guillermo, me quedaré con la reflexión sobre la ausencia de quietud, la sociedad y la impaciencia.
Es que lo que tenemos, lo que ha traído la sociedad contemporánea y toda esa inmediatez, esa sociedad del bienestar que está dejando de serlo. En este escenario, creo que el arte puede hacer mucho más de lo que hace. Desde mi punto de vista el arte debe comunicar, crear un debate sosegado y provocar una reflexión.
