Por mucho que su figura se haya difuminado en la esfera pública, cinco años después de su marcha a Abu Dabi, el rey emérito Juan Carlos I sigue protagonizando uno de los capítulos más particulares de la historia reciente de la monarquía española. Corría el 3 de agosto de 2020 cuando, en una carta dirigida a su hijo Felipe VI, comunicaba su decisión de abandonar España «ante la repercusión pública que ciertos acontecimientos pasados» habían generado. Desde entonces, poco se ha visto del hombre que fue durante casi cuarenta años jefe del Estado. Pero no por eso ha dejado de vivir, literalmente, como un rey.
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El escenario de esta nueva vida no podía ser más alejado del Palacio de la Zarzuela (geográfica y simbólicamente hablando). El rey Juan Carlos reside en la isla privada de Nurai, un paraíso exclusivo a tan solo 15 minutos en barco de la capital emiratí. La isla, de apenas un kilómetro cuadrado de extensión, parece sacada de un catálogo de lujo infinito: aguas turquesa, arena blanca y propiedades que rozan la fantasía arquitectónica. Es allí donde el emérito ha encontrado su refugio, en una mansión valorada en más de 11 millones de euros, propiedad de la familia real de Abu Dabi.
Antes de instalarse en su actual retiro, don Juan Carlos pasó una temporada en el Emirates Palace, uno de los hoteles más fastuosos del mundo, donde las tarifas por noche superan los 2.000 € en sus habitaciones más sencillas y alcanzan cifras de vértigo en las suites presidenciales. Pero la ostentación no era el problema: fue la necesidad de privacidad lo que le llevó a buscar un lugar más discreto, aunque igualmente opulento.
Mansión y el séquito de confianza del rey emérito Juan Carlos I
La residencia actual, que ocupa más de 1.000 metros cuadrados construidos sobre una parcela de 4.150, es todo lo que cabría esperar de un monarca en exilio voluntario: seis dormitorios, siete baños, piscina exterior con vistas al mar, helipuerto, ventanas infinitas, salones de diseño y hasta una sala de cine con capacidad para 18 personas. En su interior conviven el mármol, la luz natural y una elegancia sobria, propia de un resort. Billar, futbolín, servicios de spa y entrenadores personales completan esta escenografía de retiro dorado.

Pero el verdadero lujo no está sólo en los muros de su casa, sino en quienes le acompañan. Según informó hace un par de años el programa Viva la vida, el emérito cuenta con un séquito de confianza formado por al menos cinco personas españolas: tres ayudantes de cámara y dos escoltas. A ellos se suman un fisioterapeuta, un entrenador personal y su inseparable médico de cabecera, el doctor Manuel Sánchez, además del personal sanitario de confianza del mismísimo príncipe Mohamed bin Zayed Al Nahyan, el poderoso presidente de los Emiratos Árabes Unidos, cuya amistad con la Casa Real española ha sido clave para garantizar la hospitalidad al monarca.

Allí, alejado del ruido mediático y del pulso político, el rey emérito vive en una suerte de burbuja suspendida entre el pasado y el presente, entre los ecos de un legado discutido y la calma de una vida sin sobresaltos. De vez en cuando rompe su silencio con una visita relámpago a Sanxenxo o algún encuentro discreto con amigos cercanos. Pero lo cierto es que, cinco años después, no hay señales de una mudanza definitiva ni indicios claros de que España vuelva a ser su residencia habitual.
Mientras tanto, la isla de Nurai (ese rincón de lujo flotante en el golfo Pérsico) sigue siendo el escenario de su retiro. Una vida entre palmeras, cristaleras infinitas y olas que rompen suavemente sobre una playa privada.